sábado, 30 de mayo de 2015

Plegaria: deleitarse en Cristo

Donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. En lugar de desparramarse y perderse, el corazón busca donde volcarse por completo. Su tesoro es Cristo, y allí debe tender y deleitarse en Él, glorioso y vivo, presente, sin atarse ni detenerse en las criaturas.

El deseo del alma debe ser Jesucristo para que el corazón esté sosegado, consolado, feliz. Las criaturas de una forma u otra, cansan y alborotan, y dejan vacío en mil ocasiones.



Sólo Cristo colma el deseo profundo de la persona.

Así oramos hoy con la plegaria de san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, permitiendo que su doctrina nos forme también a nosotros hoy.



Deleitarse en Cristo y no en las criaturas


            ¡Soberano Señor, y cuán sin excusa has dejado la culpa de aquellos que, por buscar deleite en las criaturas, te dejan y te ofenden, siendo los deleites que hay en ti tan considerables, que si todos los de las criaturas se juntasen en uno solo, serían verdaderamente hiel en comparación de ellos!
 


            Y con mucha razón, porque el gozo o deleite que se saca de una cosa es como el fruto que tal cosa da de sí. Y cual es el árbol tal es el fruto. Y por eso el gozo que se saca de las criaturas es breve, vano, sucio y mezclado con dolor, porque el árbol del que se coge, tiene las mismas condiciones. Pero en el gozo que hay en ti, Señor, ¿qué falta o brevedad puede haber, puesto que tú eres eterno, manso, simplicísimo, hermosísimo, inmutable y un bien infinitamente perfecto?
           
            El sabor que tiene una perdiz es sabor de perdiz; y el gusto de la criatura sabe a criatura; y quien sepa decir quién eres tú, Señor, sabrá decir a qué sabes tú. Sobre todo entendimiento está tu ser, y también lo está tu dulzura, la cual está guardada y escondida para los que te temen (Sal 30,20) y para aquellos que, por gozar de ti, renuncian de corazón al gusto de las criaturas.

            Eres el bien infinito, y eres el deleite infinito, y por eso, aunque los ángeles celestiales, y los hombres bienaventurados que están en el cielo, y han de estar gozando de ti, y con fuerzas mucho mayores, el mar de tu dulzura es tan sin medida que, nadando y andando ellos embriagados y llenos de suavidad, queda tanto más que gozar de ella que si tú, omnipotente Señor, con infinitas fuerzas que tienes, no gozases de ti mismo, quedaría el deleite que hay en ti quejoso, por no haber quien goce de él cuanto hay que gozar.


            Y conociendo tú, Señor sapientísimo, como creador nuestro, que estamos inclinados al descanso y al deleite, y que un alma no puede estar mucho tiempo sin buscar consuelo, bueno o malo, nos convidas con los santos deleites que hay en ti, para que no nos perdamos buscando los malos deleites en las criaturas. Es tu voz, Señor: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré (Mt 11,28). Y tú mandaste pregonar en tu nombre: Todos los sedientos venid a las aguas (Is 55,1). Y nos hiciste saber que hay deleites en tu mano derecha que duran hasta el fin (cf. Sal 16,11). Y que con el río de de tu deleite, sin medida ni tasa, darás de beber a los tuyos en tu reino (Sal 35,9). Y algunas veces das a gustar aquí algo de esto a tus amigos, a los cuales les dice: Comed y bebed, y embriagaos, mis muy amados (Cant 5,1).

            Todo esto, Señor, es con el deseo de atraer hacia ti con el deleite a los que conocen que son tan amigos de él. No ponga, pues, nadie, Señor, en ti la tacha de que te falta bondad para ser amado, ni deleite para ser gozado; ni vaya a buscar trato agradable ni deleitable fuera de ti, pues el galardón que has de dar a los tuyos es decirles: Entra en el gozo de tu Señor (Mt 25,23). Porque de lo mismo que tú comes y bebes, comerán y beberán ellos, y con lo mismo que tú te gozas, se gozarán ellos. Porque los tienes convidados a que coman a tu mesa en el reino de tu Padre (cf. Lc 22,30)[1].



[1] S. Juan de Ávila, Audi filia, cap. 9.

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