viernes, 15 de mayo de 2015

El salmo 24


                Es cada vez más imprescindible y necesario que los católicos tengan un nivel de formación lo más alto posible, para no ser, en el mal sentido de la expresión, “unos beatos”, que sólo saben recitar oraciones con los labios casi para cumplir, sino católicos que tengan un nivel doctrinal y una claridad de ideas y razonamientos, que les lleven a situarse en el mundo y dar respuesta y dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, y al mismo tiempo, con esa formación doctrinal seria, poder acercarse con mayor amor al misterio de Dios.


                Es lo que vamos haciendo, lo que pretendemos hacer, mediante la catequesis [de la Misa diaria] sobre los salmos, para que podamos orar con los salmos que constantemente se emplean en la liturgia, pero orarlos sabiendo interpretarlos, sacándoles jugo, conociendo las Escrituras.

                El salmo de hoy, el salmo 24, es de los salmos suaves, sapienciales; son reflexiones sobre la sabiduría y el deseo de la sabiduría para situarse y caminar en la vida. Un salmo delicioso. 

                    Dice el salmo 24:



A ti, Señor, levanto mi alma;
Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado,
que no triunfen de mí mis enemigos;
pues los que esperan en ti no quedan defraudados,
mientras que el fracaso malogra a los traidores.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandamientos.
Por el honor de tu nombre, Señor,
perdona mis culpas, que son muchas.
 
¿Hay alguien que tema al Señor?
Él le enseñará el camino escogido:
su alma vivirá feliz,
su descendencia poseerá la tierra.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.
Tengo los ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies de la red.
Mírame, ¡oh Dios!, y ten piedad de mí,
que estoy solo y afligido.
Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados;
mira cuántos son mis enemigos,
que me detestan con odio cruel.
Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti.
Salva, ¡oh Dios!, a Israel
de todos sus peligros.

                   Este salmo puede tener las tres lecturas o interpretaciones que se pueden aplicar a los salmos. 

                 1) Primero, la voz de Cristo al Padre.  En ese sentido, este salmo puesto en la boca de Cristo alcanza plenitud de significado. Es Cristo el que en su vida mortal le va diciendo al Padre: “enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad”, que sea fiel, que no caiga, que no me vuelva atrás, que sea fiel y no quede seducido por las tentaciones, las tres tentaciones del desierto y todas las tentaciones a lo largo de su vida, las mismas que tú y yo tenemos, porque la carne humana de Cristo experimentó las mismas tentaciones. Haz que no caiga, “enséñame porque Tú eres mi Dios y salvador”. La voz de Cristo al Padre.

             2) Segunda lectura que tiene el salmo: la voz de la Iglesia a su Esposo Jesucristo

             3) Tercera lectura, la voz de cada uno de nosotros que le reza a Dios con este salmo

            Pero quisiera  detenerme en la segunda lectura, la voz de la Iglesia que ora a su Esposo Jesucristo. Es la Iglesia peregrina en el mundo la que constantemente va diciéndole al Señor: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas”. La Iglesia necesita la luz del Señor para ir caminando, pero para caminar. ¿Cómo? “Con lealtad”,  con lealtad a su misión propia de evangelizar, de ser signo de Cristo. 

           La Iglesia pide “instrúyeme en tus sendas” porque necesitamos de la luz y de la asistencia del Espíritu Santo. Sin Cristo la Iglesia no es nada, porque no somos una ONG para hacer el bien a los pobres, eso forma parte pero desde la perspectiva de la unión con Jesucristo. Ser fieles a esa unión. “Enséñame porque tú eres mi Dios y salvador” suplica la Iglesia. Y sigue diciendo: “El Señor es bueno y es recto y enseña el camino a los pecadores”. El Señor va enseñando el camino a todos nosotros, miembros de la Iglesia que por nuestro pecado caemos tantas veces, o que por nuestro pecado no sólo caemos sino que hasta nos desviamos. El Señor es el que “hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes”. Cuando la Iglesia en la persona de sus hijos, reconoce sus limitaciones humanas, sus pecados humanos, entonces el Señor la levanta por la humildad de la confesión y de la contrición y le va enseñando el camino.

                Necesitamos como Iglesia de esta luz del Señor. Los miembros de la Iglesia somos pecadores, lo somos, desde el primero hasta el último. No hay quien se salve, el único Santo, tres veces santo, es Jesucristo. Y porque la Iglesia en sus miembros, que somos nosotros, somos pecadores, necesitamos la luz del Señor, que Él vaya guiando nuestros pasos. Hay pecados más evidentes, evidentes no porque sean o dejen de ser menos graves, sino porque salen más a la luz pública. Unos son reales, es verdad; otros son torpezas pastorales que se cometen, torpezas e inoportunidades, poco discernimiento; otras veces son pecados más discretos, más ocultos, porque ¿acaso el adulterio en un matrimonio, la infidelidad en un matrimonio, no es un pecado de un miembro de la Iglesia y hace daño a la Iglesia? Lo que pasa es que eso no parece tener relieve eclesial, sino privado. 

            Pero es  verdad que también hay pecados evidentes y graves en la Iglesia. Hay pecados que el mundo atribuye a la Iglesia y que no son tales, lo que pasa es que cuando eso se descubre no se publica. Los medios de comunicación, tantos de ellos profundamente anticlericales, destacan noticias que carecen en ocasiones de verdad, y cuando ésta aparece, no se rectifica. Se prefiere sembrar la duda sobre la Iglesia presentándola como hipócrita moralista mientras ella no vive lo que enseña.

                Pues esa Iglesia, formada por todos y cada uno de nosotros, miembros pecadores, es  la que suplica en este salmo: “Enséñame tus caminos”, sabiendo además que “las sendas del Señor son misericordia y lealtad”. El mundo es más justiciero. Al que peca o se equivoca lo destruye. Ni Dios ni la Iglesia actúan así. Al que se arrepiente de corazón de su pecado, lo perdona y lo acoge, porque los caminos del Señor “son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos”.

                Aprendamos a orar con los salmos. Hagámoslos oración y oración de la Iglesia peregrina, pecadora en sus miembros, y que necesita la luz del Señor para ser fiel, para caminar, para dar testimonio de la verdad. Se lo suplicamos así al Señor en este día, otro día más, al celebrar la Eucaristía.

1 comentario:

  1. El salmo es bellísimo, me ha proporcionado una gran paz (como me sucede últimamente con casi todas las entradas).

    Nada que añadir a la entrada; es perfecta. He orado con el salmo

    Confía, hijo, tus pecados son perdonados. Aleluya (de las antífonas de Laudes)

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