lunes, 10 de febrero de 2014

Abandonarse...

Para mí, y esto es una opinión muy personal, un punto fundamental de la vida espiritual es saber abandonarse. El abandono es una piedra de toque fundamental de la espiritualidad.

El abandono exige madurez, la madurez de la humildad, donde el hombre sabe caminar sin llevar las riendas, sino poniendo éstas en manos de Dios. Se trata, entonces, de hacerse niño, hacerse pequeño, pisoteando orgullo y soberbia, para dejar que Dios sea Dios en la propia existencia.


¡Cuántas veces hay que repetir: "Dios proveerá"! ¡Cuántas y cuántas veces! Él, y sólo Él proveerá. ¿Para qué angustiarnos ni agobiarnos? Lo nuestro es caminar... y Dios proveerá. Lo nuestro es confiar y reconocer al mismo tiempo la paternidad de Dios ejercida en nuestra vida concreta.

¡Abandonarse! 


"Pero cuando un hombre se acerca a Dios para ser salvado, la esencia de la conversión verdadera, en mi opinión, es rendirse sin reservas e incondicionalmente; y ésta es una palabra que la mayoría de los hombres que se acercan a Dios no pueden aceptar. Desean ser salvados, pero a su manera. Desean (por así decir) capitular bajo condiciones, llevarse consigo sus bienes; mientras que un verdadero espíritu de fe lleva al hombre a desviar su mirada de sí mismo hacia Dios, a no atribuir ninguna importancia a sus propios deseos,  a sus costumbres, a su importancia o a su dignidad, a sus derechos, a sus opiniones, y a decir: "Me pongo en tus manos, Señor; haz de mí lo que quieras. Me olvido; me separo de mí mismo; estoy muerto a mí mismo; te seguiré" (Newman, PPS V 17,241-242).

Él y sólo Él lleva la vida por vericuetos que de pronto no se entienden, pero que a la larga, revelan su sentido último y providencial. Sí, sólo Él.

Más que un obligado cumplimiento de normas y de pureza (con resabios de jansenismo, de puritanismo), el abandono confiado es, a fin de cuentas, hasta más exigente, porque no busca una perfección moral creada según la propia imagen, sino una santidad desconcertante que Dios a golpe de cincel, va labrando. Él sabrá. Él hará. 

Este abandono es activo y no resignado: uno trabaja en su interior quitando las resistencias naturales e interiores de la propia voluntad y de la propia soberbia. Trabaja para hacerse disponible movido por el deseo más fuerte y mayor de darse, de donarse completamente, al Señor.

"Vengo a ti, Señor, no sólo porque sin ti soy desgraciado, no sólo porque siento que te necesito, sino porque tu gracia me incita a buscarte por ti mismo, porque eres tan glorioso y de tan grande belleza. Vengo con un gran temor pero con un amor más grande aún. ¡Que no pierda nunca -a medida que pasan los años, que el corazón se encoge, que todo se convierte en un peso-, no dejes que pierda nunca ese joven, ese ardiente, ese vivo amor por ti! Que tu gracia supla las debilidades de la naturaleza... Y que cuanto más se niegue mi corazón a abrirse a ti, más plenas y fuertes sean tus visitas sobrenaturales y más urgente y eficaz sea tu presencia en mí" (Newman, MCD XV 3, 410-411).

El grande se hace pequeño, el orgullo humilde, y entonces le entrega la vida a Dios. Para Ti: confío en Ti, me abandono en Ti. Entonces soy libre.

4 comentarios:

  1. Abandonarse, ¿habrá otra forma de que EL actúe en nosotros?. En mi opinión personal, no lo creo. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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    1. Antonio Sebastián:

      ¡Ese es el camino!

      Ahí se basa toda la mística de santa Teresa de Lisieux, y es un camino apto para todos.

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  2. “Abandono activo, no resignado, maduro”, y yo añadiría ni perezoso ni hipócrita (ya sabe: "precisando conceptos...", risas). Se observa, a mi juicio, cierta confusión en algunas conversaciones. Abandonarse es abandonar las propias armas, rendirse ante Dios, amarle por Él mismo y entregarle mi persona pues el amor sólo anhela estar junto al amado. Esto no implica cesar en la acción pues, como siempre, nuestro ejemplo es Jesús en el que se da el perfecto abandono reflexivo y activo. No es abandono emular la actitud de la zorra de la fábula ante las uvas: “están verdes”.

    Conocer el plan de Dios en lo concreto es francamente difícil, al menos para mí. Quizá por ello en esta experiencia mía de abandono sea tan relevante la frase “Ora et labora; ora como si todo dependiera de Dios, trabaja como si todo dependiera de ti”, que hoy viene a cuento al celebrar la Iglesia la vida de una de mis amigas, santa Escolática, hermana de san Benito.

    Una precisión, no a la entrada sino al lenguaje coloquial católico actual. Los Diez Mandamientos son una ley de libertad, una ley de libertad del maligno y de nuestras pasiones, y las normas de mi Madre la Iglesia también lo son. Se ha puesto de moda (repito: no la entrada) identificar el esfuerzo por cumplir los mandamientos con una falsa perfección moral, llegandose hasta la descalificación de católicos concretos que tímidamente se atreven a defender la necesidad del esfuerzo por cuanto Dios nos dio un cuerpo dotado de inteligencia, voluntad y “manos”.

    No todos los que se esfuerzan por cumplir los mandamientos buscan el orgullo de la perfección moral; buscan, implorando la ayuda divina, obedecer a Dios origen de la norma. En la parábola del fariseo y el publicano, Jesús no recrimina el agradecimiento del fariseo por lo bueno sino que busca poner de relieve, contraponiendo las dos figuras, que sólo podremos arrepentirnos de nuestros pecados y ser perdonados si somos capaces de reconocerlos y enfrentarnos a ellos como hizo el publicano.

    “Pues gozáis ya las nupcias que el Cordero con la Iglesia de Dios ha celebrado, no dejéis que se apague nuestro fuego en la pereza y el sueño del pecado” (del himno de Laudes).

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    1. Julia María:

      ¡¡Ay sus precisiones!! Genio y figura siempre. Pero, que conste, estoy de acuerdo en lo que dice.

      El abandono en Dios es activo; su imagen de las "manos" es elocuente, así como los ejemplos del Señor que vd. trae a colación. Nunca es cruzarnos de brazos.

      Lo mismo ocurre con los mandamientos de Dios y de la Iglesia: son un camino de libertad y de liberación y, por tanto, habrá que esforzarse en cumplirlos y vivirlos, porque "abandonarse" no es relajarse ni tampoco ser fariseo (o vivir como los fariseos: creerse justos por cumplir determinadas prácticas legales-religiosas, pero con el corazón rico de sí mismo).

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