1. Ya el apóstol san Pablo
exhortaba: “Ruego, pues, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones,
peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por
todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila
y sosegada, con toda piedad y respeto. Esto es bueno y agradable a los ojos de
Dios, nuestro Salvador” (1Tm 2,1-3).
Los
fieles cristianos, los bautizados, oraban ejerciendo su sacerdocio bautismal;
elevaban a Dios preces y súplicas. Pronto, muy pronto, la Iglesia asumió en su
liturgia la tarea de pedir e interceder. Recordemos, por ejemplo, el testimonio
de san Justino, a mitad del siglo II: “[tras la homilía] luego nos levantamos
todos juntos y elevamos nuestras oraciones” (I Apol. 67), “y por todos los
demás donde quiera que estén” (I Apol. 65).
Esta
oración de los fieles, con ese carácter de súplica, se extendió a todos los
ritos y familias litúrgicas, normalmente tras la homilía y cercana la
presentación y ofrenda del pan y del vino. Los catecúmenos y los penitentes
asistían a la Misa
hasta que acababa la homilía; entonces los despedía el diácono: “Catecúmenos,
id en paz”, “Penitentes, id en paz”. Sólo se quedaban en la basílica para el rito
eucarístico los ya bautizados, es decir, los fieles cristianos. Por eso estas
preces se llaman “oración de los fieles”, porque son los fieles bautizados
quienes oran. Es muy importante este matiz, como luego veremos.
2.
Esta oración de los fieles es un gran ejercicio de oración, una intercesión
grande, amplia, con un corazón eclesial y católico que presenta súplicas por
todos los hombres. Interceder, como Cristo en la cruz por sus propios verdugos,
es un ejercicio de caridad teologal. Nadie queda excluido de la oración de la Iglesia, nadie rechazado.
Los fieles cristianos en la liturgia ejercen su sacerdocio bautismal elevando
oraciones de intercesión.
Para
comprender mejor aún lo que es la oración de intercesión, acudamos al
Catecismo, en los nn. 2634-2636. La oración de intercesión “nos conforma muy de
cerca con la oración de Jesús”, el gran intercesor, sumo Sacerdote y Mediador
ante el Padre. Interceder es “pedir en favor de otro” y es “lo propio de un
corazón conforme a la misericordia de Dios”. Al orar intercediendo,
participamos de la misma oración de Cristo al Padre y “es la expresión de la
comunión de los santos” (CAT 2635). Las súplicas de intercesión, esta oración
de los fieles en la liturgia, abarcan a todos los hombres y sus necesidades y sufrimientos:
“la intercesión de los cristianos no conoce fronteras: por todos los hombres,
por todos los constituidos en autoridad, por los perseguidores, por la
salvación de los que rechazan el Evangelio” (CAT 2636).
Los
fieles no sólo oran por sí mismos y sus necesidades personales, o de su
comunidad concreta; con Cristo oran por la salvación de todos y así el corazón
se dilata, se ensancha, siendo un corazón realmente católico. Por eso, además
de “oración de los fieles”, se llama “oración universal” a estas plegarias de la Misa.
3.
En nuestro Misal romano está muy claro el sentido, el alcance y el contenido de
la oración de los fieles, restaurado por mandato de la Constitución
conciliar Sacrosanctum Concilium: “Restablézcase la ‘oración común’ o de los
fieles después del Evangelio y la homilía, principalmente los domingos y
fiestas de precepto, para que con la participación del pueblo se hagan súplicas
por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier
necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero” (SC 53).
Esta
oración de los fieles se había dejado de practicar en la liturgia ya por el
siglo VII y sólo quedaba un bellísimo vestigio: la oración universal en la Acción litúrgica del
Viernes Santo, donde el diácono propone cada intención, se ora en silencio y
después viene una oración del sacerdote. Era el modo solemne de hacerlo del
rito romano, y se acepta la hipótesis de que aquí tenemos el texto que se venía
usando en las comunidades romanas desde el siglo III en el culto ordinario (cf.
Jungmann, 608). Ahora lo conservamos y disfrutamos cada Viernes Santo.
La Ordenación general del
Misal romano (nn. 69-70) es clarísima y concluyente a este respecto, aunque
generalmente no se suelen conocer estas disposiciones sobre la oración de los
fieles, actuando más la buena voluntad o la salvaje creatividad:
69. En la
oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a
la Palabra de
Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal,
ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. Conviene que esta oración se
haga de ordinario en las Misas con participación del pueblo, de tal manera que
se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren
diversas necesidades y por todos los hombres y por la salvación de todo el
mundo.
70. La serie de intenciones de
ordinario será:
a) Por las necesidades de la Iglesia.
b) Por los que gobiernan y por la
salvación del mundo.
c) Por los que sufren por cualquier
dificultad.
d) Por la comunidad local.
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