viernes, 26 de febrero de 2021

Culto y adoración eucarística



Es importante el culto eucarístico, la vida de piedad y adoración al Santísimo. El Papa Juan Pablo II lo recuerda en su encíclica eucarística dado el olvido generalizado de la adoración eucarística en muchísimas comunidades eclesiales, parroquias, movimientos, Asociaciones, incluso Monasterios.



Si hay culto y adoración eucarística es que Cristo está allí, es decir, hay una PRESENCIA REAL de Cristo es el pan y el vino consagrados que permanecen en las especies consagradas después de la Misa. Es punto fundamental de nuestra fe ¡que se ha olvidado! 

Es la fe de la Iglesia explicitada en el Catecismo de la Iglesia Católica (CAT 1373ss), expresada por el término técnico de fe TRANSUSTANCIACIÓN, y la encíclica Mysterium Fidei, de Pablo VI:

            El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y Hombre, se hace totalmente presente (CAT 1374).


Puesto que Cristo está realmente presente en el Sagrario y en la custodia cuando exponemos el Santísimo allí, en ese coloquio íntimo, Cristo edifica la Iglesia: “nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad” (PABLO VI, Mysterium Fidei). Si Cristo permanece con nosotros, ¿cómo renunciar a una profunda vida eucarística, de piedad, de adoración, de silencio, de meditación, de alabanza, de “leer el Evangelio a la luz de la lamparita del Sagrario” (Beato D. Manuel González)?

Es de suma importancia lo que escribió Juan Pablo II en su última encíclica, porque EDIFICA LA IGLESIA, y es camino espiritual de la Iglesia, -como pastoral y dato de la fe revelada- para edificar la Iglesia, y debe entrar en los planes pastorales de toda Comunidad eclesial:

El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Santo Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino-, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración a Cristo presente bajo las especies eucarísticas.
 Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el “arte de la oración”, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? [...] La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas Apostólicas Novo Millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor (EE 25), explicitando lo que ya decía al principio de la Eucaristía: “en muchos lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad” (EE 10).  
Pero lo mismo, desgraciadamente, se puede afirmar al revés: es un gran daño para el camino de la santidad y de la evangelización, a la vez que de privar a la Iglesia de su edificación: “no faltan sombras... hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística” (EE 10).

            ¿Cómo se realiza esta piedad eucarística, este culto al Santísimo Sacramento? Hay tres formas fundamentales según la Instrucción Eucharisticum Mysterium:

1)      Oración de acción de gracias en privado después de la comunión y de la Misa
2)      La visita y oración ante el Sagrario.
3)      La exposición del Santísimo Sacramento.

1. La oración en privado después de la Comunión y la Misa (EM 38).

            La unión espiritual con Cristo, a la que se ordena el mismo Sacramento, no se ha de buscar únicamente en el tiempo de la celebración eucarística, sino que ha de extenderse a toda la vida cristiana, de modo que los fieles de Cristo, contemplando asiduamente en la fe el don recibido, y guiados por el Espíritu Santo, vivan su vida ordinaria en acción de gracias y produzcan frutos más abundantes de caridad.
            Para que puedan continuar más fácilmente en esta acción de gracias, que de un modo eminente se da a Dios en la Misa, se recomienda a los que han sido alimentados en la sagrada comunión que permanezcan algún tiempo en oración (EM 38).



            2. La oración y visita al Santísimo Sacramento

            Los fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento recuerden que esta presencia proviene del sacrificio y se ordena a la comunión al mismo tiempo sacramental y espiritual. Así, pues, la piedad que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de aquel que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida divina en los miembros de su cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les permiten celebrar convenientemente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre.
            Traten, pues, los fieles de venerar a Cristo, el Señor, en el Sacramento, de acuerdo con su propio modo de vida. Y los pastores en este punto vayan delante con su ejemplo y exhórtenlos con sus palabras (EM 50).

            Cuiden los pastores de que todas las iglesias y oratorios públicos en que se guarde la santísima Eucaristía estén abiertos por lo menos algunas horas de la mañana y de la tarde, para que los fieles puedan fácilmente orar ante el Santísimo Sacramento (EM 51).

            El sacerdote –tal como se señala- debe animar con sus palabras y el ejemplo de su vida. El sacerdote necesita del Sagrario, es fundamental que el sacerdote viva del Sagrario como prolongación del Sacrificio Eucarístico:

            El Concilio recomienda al sacerdote, además de la cotidiana celebración de la misa, también el “culto personal a la Sagrada Eucaristía” y particularmente el “diálogo cotidiano con Cristo, mediante la visita al Tabernáculo” (PO 18). La fe y el amor por la Eucaristía no pueden permitir que la presencia de Cristo en el Tabernáculo permanezca solitaria. Ya en el Antiguo Testamento se lee que Dios habitaba en una “tienda” (o “tabernáculo”) que se llamaba “tienda de la reunión” (Ex 33,7). La reunión era deseada por Dios. Se puede decir que también en el Tabernáculo de la Eucaristía, Cristo está presente con miras a un diálogo con su pueblo y con cada uno de sus fieles. El presbítero es el primer llamado a entrar en esta tienda de la reunión, a visitar a Cristo presente en el tabernáculo para un “diálogo cotidiano” (Juan Pablo II, Catequesis, 9-junio-1993).

            3. La exposición del Santísimo

            La exposición de la Santísima Eucaristía, sea en el copón, sea en la custodia, lleva a los fieles a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y los invita a la comunión de corazón con él. Así fomenta muy bien el culto en espíritu y en verdad que le es debido.
            Hay que procurar que en tales exposiciones el culto al Santísimo manifieste en signos su relación con la misa (EM 60).


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