lunes, 29 de julio de 2013

La fe renueva, no arrasa

En los difíciles años postconciliares, agitados por una crisis cultural que asolaba el occidente, y con la tarea de aplicar las enseñanzas del Concilio, no pocas confusiones surgieron, no pocas desviaciones.

En nombre de la fe, más que renovar la vida cristiana y la Iglesia (semper reformanda), se llegó a destruir todo lo anterior, embestir contra las verdades de la fe, la liturgia y la espiritualidad, buscando un genuino espíritu de libertad contestatario. Se vivía de novedades e innovaciones. ¿Eso era la fe o producto de la fe?


La exaltación de la época y un ingenuo optimismo se tradujeron en corrientes demoledoras. El "aggiornamento" ya no era una puesta al día, una renovación fiel, sino un producto nuevo.

Lo que entonces, en nombre de la fe -más bien una forma de exaltada imaginación- se hizo, hoy se continúa de modo distinto, o menos virulento pero también eficaz, que es la penetración de la secularización en la vida interna de la Iglesia. Sin embargo, la fe cristiana es principio de vida y no de demolición, de renovación en fidelidad y no de construcción con otros cimientos distintos y ajenos.

¿Qué hacer? ¿Qué tarea corresponde al católico que ordena su vida según la fe verdadera? ¿Cómo situarse ante la Iglesia? ¿De qué manera buscar un justo equilibrio ante tantas fuerzas antagónicas que pugnan por renovar destruyendo la Iglesia?

Pablo VI sabía bien enseñar.

"Filial adhesión a la Iglesia

Os diremos unas palabras que deben haceros pensar: Tenemos necesidad de vosotros.

Habéis venido, ciertamente, aquí para hacer un acto de fe, para dar a la Iglesia un testimonio de vuestra filial adhesión, para confirmar vuestros propósitos de vida cristiana. Pues bien, Nos tenemos necesidad de estos dones espirituales. De vuestra vigilante conciencia católica, de vuestra fidelidad a la Santa Iglesia de Dios. Esto parece obvio y descontado ya de la devoción religiosa y de la sinceridad de sentimientos que hasta aquí os han conducido; y es esta nuestra esperanza con relación a vosotros.

Porque, vosotros lo sabéis, la hora histórica y espiritual que la Iglesia está atravesando, especialmente en algunos países, no es serena; y esto es tanto para los pastores de la Iglesia como para Nos motivo de viva preocupación y, a veces, de grande amargura. Y ello no sólo porque todo el mundo moderno va desprendiéndose del sentido de Dios, pagado como está de la riqueza de sus conquistas en el campo científico y técnico; no y aporque éstas exijan la "muerte de Dios", como alguien ha dicho con expresión desgraciada, porque exijan una mentalidad atea y alejada de toda religión; tales progresos característicos del mundo moderno exigirían, en cambio, un más alto, más penetrante, más adorador sentido de Dios, una religión más pura y más viva sobre los vestigios del saber humano no sólo, decimos, por esta práctica apostasía tan difusa, sino también, y con relación a la sensibilidad de quien tiene responsabilidad en la Iglesia, por la inquietud especialmente que turba algunos sectores del propio mundo católico.

Aggiornamento es renovación, no subversión

No es cosa ignorada. Después del Concilio la Iglesia ha gozado y está gozando todavía de un grande y magnífico resurgimiento que a Nos, los primeros, nos complace reconocer y favorecer; pero la Iglesia ha sufrido también y sufre todavía un torbellino de ideas y de hechos que ciertamente no son, según el Espíritu, buenos y no prometen aquella renovación vital que el Concilio ha prometido y promovido. Una idea de doble efecto se ha abierto también camino en ciertos ambientes católicos: la idea del cambio, que ha ocupado el puesto, para algunos, de la idea del "aggiornamento", presagiado por el Papa Juan, de venerada memoria, atribuyendo así, contra la evidencia y contra la justicia, a aquel fidelísimo pastor de la Iglesia criterios no ya innovadores, sino, a veces, hasta subversivos de la enseñanza y de la disciplina de la Iglesia misma.

Hay muchas cosas que pueden ser corregidas y modificadas en la vida católica, muchas doctrinas en las que puede profundizarse, integradas y expuestas en términos más comprensibles, muchas normas que pueden ser simplificadas y mejor adaptadas a las necesidades de nuestro tiempo; pero dos cosas especialmente no pueden ser sometidas a discusión: las verdades de la fe autorizadamente sancionadas por la tradición y por el magisterio eclesiástico, y las leyes constitucionales de la Iglesia, con la consiguiente obediencia al ministerio de gobierno pastoral que Cristo ha establecido y que la sabiduría de la Iglesia ha desarrollado y extendido en los diversos miembros del cuerpo místico y visible de la Iglesia misma para guía y robustecimiento de la multiforme trabazón del Pueblo de Dios. 

Por ello, renovación, sí; cambio arbitrario, no. Historia siempre viva y nueva de la Iglesia, sí; historicismo disolvente del compromiso dogmático tradicional, no; integración teológica según las enseñanzas del Concilio, sí; teología conforme a libres teorías subjetivas, a menudo tomada de fuentes adversarias, no; Iglesia abierta a la caridad ecuménica, al diálogo responsable y al reconocimiento de los valores cristianos entre los hermanos separados, sí; irenismo renunciante a las verdades de la fe o bien proclive a identificarse con ciertos principios negativos que han favorecido el distanciamiento de tantos hermanos cristianos del centro de la unidad de la comunión católica, no; libertad religiosa para todos en el ámbito de la sociedad civil, sí; como también libertad de adhesión personal a la religión según la elección meditada de la propia conciencia, sí; libertad de conciencia, como criterio de verdad religiosa no corroborada por la autenticidad de una enseñanza seria y autorizada, no. Etcétera.

Por ello, hijos carísimos, la Iglesia tiene necesidad hoy de vuestro discernimiento y de vuestra fidelidad. Y esta es la esperanza que nos trae, con gran consuelo nuestro, vuestra visita. La Iglesia tiene necesidad de la lucidez de espíritu de sus hijos; tiene necesidad de su amorosa y firme fidelidad. ¿Nos traéis vosotros, carísimos, esta claridad de ideas en orden a la renovación de la vida de la Iglesia? ¿Nos traéis el grande, el precioso, el carísimo don de vuestra fidelidad? Lo esperamos paternalmente".

(Pablo VI, Audiencia general, 25-abril-1968).

2 comentarios:

  1. Para no repetir “mis problemas” con determinados términos gramaticales, paso sin más a contestar a las preguntas del Santo Padre y de don Javier.

    Santidad, en cuando a la claridad de ideas, en ello trabajamos; en cuanto a la fidelidad, sí siempre sí.

    Lo suyo don Javier es para matricula de honor, así pico y escribo, escribo…

    “Hacer”, “tarea”: extremar la fidelidad en pensamientos, sentimientos, palabras y obras, pese a quien pese, cueste lo que cueste, en cualquier tiempo y lugar, donde te encuentres, donde te pille. El cristianismo es propio de los esforzados, de los valientes: “Algunos se comportan, a lo largo de su vida, como si el Señor hubiera hablado de entrega y de conducta recta sólo a los que no les costase -¡no existen!-, o a quienes no necesitaran luchar. Se olvidan de que, para todos, Jesús ha dicho: el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea santa de cada instante. (Surco)

    Sólo existe una manera de situarse ante la Iglesia: fidelidad y disponibilidad; ante la Iglesia, no ante alguien que dice ser Iglesia.

    “renovar destruyendo”: celo en la formación en la fe, propia y ajena, para no “dejarnos arrastrar por cualquier viento de doctrina”, ni por mi subjetividad ni por la subjetividad de ningún ser humano. Y no callar ante quien mantiene teorías propias ajenas a las Sagradas Escrituras y al Magisterio de la Iglesia por muchos títulos que esgrima a su favor. Con educación y serenidad pero con firmeza; enseñar al que no sabe es una de las más olvidadas obras de misericordia ¿Por qué será?

    - ¿Por qué sigues gritando si no los convences?- Para no dejarme convencer yo por ellos-. “Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. (Laudes).

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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  2. Una vez más, hermosas palabras, Padre, y que verdaderas para quien no las interpreta, sino para los que las desentrañan en toda su profundidad. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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