sábado, 6 de julio de 2013

Elegidos y enviados, los sacerdotes

Siempre es una Gracia; el sacerdocio ministerial se debe a un Don por el que Cristo elige a los que quiera para estar con Él y enviarlos a predicar. Nadie puede arrogarse ese derecho, nadie es suficiente digno ni merecedor.


El sacerdocio ministerial es Gracia, Don y elección.

La imposición de manos configura con Cristo y convierte al sacerdote en servidor a imagen de Cristo, el Siervo de Dios. Esta conciencia de ser un servidor y un enviado despierta la gratitud y el asombro ante la propia elección y, renovada cada día, afirma el amor del sacerdote por su Señor.

"Esto quiere decir que durante todo ese tiempo era anunciador, mensajero y embajador de Cristo para ellos; era sacerdote para ellos. En cierto sentido, se podría decir que era un sacerdote trabajador, porque -como dice también en este pasaje-, trabajó con sus manos como tejedor de tiendas para no pesar sobre sus bienes, para ser libre, para dejarlos libres. Pero aunque trabajaba con las manos, durante todo este tiempo fue sacerdote, todo el tiempo aconsejó. En otras palabras, aunque exteriormente no estuvo todo el tiempo a disposición de la predicación, su corazón y su alma estuvieron siempre presentes para ellos; estaba animado por la Palabra de Dios, por su misión. Me parece que este es un aspecto muy importante: no se es sacerdote sólo por un tiempo; se es siempre, con toda el alma, con todo el corazón. Este ser con Cristo y ser embajador de Cristo, este ser para los demás, es una misión que penetra nuestro ser y debe penetrar cada vez más en la totalidad de nuestro ser" (Benedicto XVI, Lectio con el clero de Roma, 10-marzo-2011).

Quien es elegido, es llamado en la totalidad de su ser, de sus afectos, de su capacidad. Se es sacerdote siempre y en todo, a tiempo pleno y sobre todo, con todo el corazón entregado. Lejos de ser una función o trabajo para unas horas, o mantener un comportamiento concreto, correcto, durante las horas previstas, ser sacerdote cambia el modo de ser y de estar en todo y en todas las cosas, a tiempo pleno.
En definitiva, es el corazón del sacerdote el que ha sido transformado.

"San Pablo, además, dice: "He servido al Señor con toda humildad" (v. 19). "Servido" es una palabra clave de todo el Evangelio. Cristo mismo dice: no he venido a ser servido sino a servir (cf. Mt 20, 28). Él es el Servidor de Dios, y Pablo y los Apóstoles son también "servidores"; no señores de la fe, sino servidores de vuestra alegría, dice san Pablo en la segunda carta a los Corintios (cf. 1, 24). "Servir" debe ser determinante también para nosotros: somos servidores. Y "servir" quiere decir no hacer lo que yo me propongo, lo que para mí sería más agradable; "servir" quiere decir dejarme imponer el peso del Señor, el yugo del Señor; "servir" quiere decir no buscar mis preferencias, mis prioridades, sino realmente "ponerme al servicio del otro". Esto quiere decir que también nosotros a menudo debemos hacer cosas que no parecen inmediatamente espirituales y no responden siempre a nuestras elecciones. Todos, desde el Papa hasta el último vicario parroquial, debemos realizar trabajos de administración, trabajos temporales; sin embargo, los hacemos como servicio, como parte de lo que el Señor nos impone en la Iglesia, y hacemos lo que la Iglesia nos dice y espera de nosotros. Es importante este aspecto concreto del servicio, porque no elegimos nosotros qué hacer, sino que somos servidores de Cristo en la Iglesia y trabajamos como la Iglesia nos dice, donde la Iglesia nos llama, y tratamos de ser precisamente así: servidores que no hacen su voluntad, sino la voluntad del Señor. En la Iglesia somos realmente embajadores de Cristo y servidores del Evangelio.
 "He servido al Señor con toda humildad". También "humildad" es una palabra clave del Evangelio, de todo el Nuevo Testamento. En la humildad nos precede el Señor. En la carta a los Filipenses, san Pablo nos recuerda que Cristo, que estaba sobre todos nosotros, que era realmente divino en la gloria de Dios, se humilló, se despojó de su rango haciéndose hombre, aceptando toda la fragilidad del ser humano, llegando hasta la obediencia última de la cruz (cf. 2, 5-8). "Humildad" no quiere decir falsa modestia -agradecemos los dones que el Señor nos ha concedido-, sino que indica que somos conscientes de que todo lo que podemos hacer es don de Dios, se nos concede para el reino de Dios. Trabajamos con esta "humildad", sin tratar de aparecer. No buscamos alabanzas, no buscamos que nos vean; para nosotros no es un criterio decisivo pensar qué dirán de nosotros en los diarios o en otros sitios, sino qué dice Dios. Esta es la verdadera humildad: no aparecer ante los hombres, sino estar en la presencia de Dios y trabajar con humildad por Dios, y de esta manera servir realmente también a la humanidad y a los hombres" (ibíd.).

La humildad es el reconocimiento de que todo nos viene dado.
La humildad en el sacerdote es la expresión de quien busca sólo la voluntad de Dios, unido a Cristo, dejándose llevar y traer, pero amando en todo, entregándose al plan salvífico de Dios.

La humildad en el sacerdote es la conciencia clara de que es el Señor quien construye y uno sólo es un simple operario, un trabajador en la viña del Señor, un constructor que se deja guiar por el Señor. Los éxitos o los logros no son suyos, son del Señor. A Él se remite el sacerdote y en sus manos deposita el trabajo pastoral, los sacrificios que conlleva, las horas de entrega, de predicación, de confesionario, de atención a los hermanos...

¡Grande es el ministerio sacerdotal! Habremos de considerarlo muchas veces.

3 comentarios:

  1. El sacerdote sólo tiene un objetivo en su vida: la gloria de Dios, el bien de las almas y la edificación de la Iglesia (En una entrada de este blog).

    Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote. Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores, convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.

    Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

    Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí actuando.

    Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino. Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales. Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

    Cuando se piensa que el servicio del sacerdote es el servicio de Cristo y no el de mi capricho. (Añadido mío al sr. Wast que seguro me perdonará. Siempre enmendando la plana me diría mi madre).

    Cuando se piensa todo esto, uno comprende... (Sobre el sacerdocio, Hugo Wast).

    Santo Tomás escribe acerca de la Carta a los Hebreos: “Todo sacerdote es elegido por Dios y colocado en la tierra para atender a los intereses de la gloria de Dios”.

    ¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Padre Javier por esta entrada, ha sido providencial para mi. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

    ResponderEliminar
  3. ¡¡Qué bien Padre Javier, que ni en vacaciones se olvide de nosotros!!

    ResponderEliminar