viernes, 14 de junio de 2024

Fecundidad del silencio - I (Silencio - XLII)



A modo de resumen de todo lo expuesto sobre los diversos valores y naturaleza del silencio, hagamos un recorrido que sirva de síntesis.



            El silencio no es exclusión de palabras, un vacío; no es sinónimo de olvido o de vacío o de nada; al contrario, tiene un sentido positivo: “silencio es el comportamiento indispensable para escuchar a Dios y para acoger su comunicación, es la atmósfera vital de la oración y el culto divino”[1].

            En Dios reina el silencio que envuelve su Ser, su Misterio, y es en el silencio donde Dios se pronuncia a sí mismo en la Encarnación, como profetizaba el libro de la Sabiduría y canta la liturgia de Navidad: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos” (Sb 18,14-15).


            La naturaleza inanimada vive y se desarrolla en silencio; así los espectáculos más grandiosos de la naturaleza transcurren en un silencio conmovedor que estremece ante la belleza de lo creado. Contemplar en silencio la naturaleza ha llevado, por ejemplo, a la creación de numerosas obras de arte. Finalmente, en la visión beatífica, la naturaleza glorificada se pierde en la contemplación silenciosa de Dios: “Sileat a facie Domini omnis terra”, “calle delante del Señor toda la tierra” (Zac 2,17).

            El silencio puede ser externo e interno, el silencio exterior es la condición ambiental del silencio interior y hay que procurarlo. Es aconsejable (siempre según las posibilidades y el propio estado de vida y oficio) hablar poco con las criaturas y mucho con Dios, porque la palabra nos exterioriza y vacía, y en el mucho hablar siempre hay dispersión e incluso fuga de lo interior y personal. ¡Y estoy hoy, en una sociedad ruidosa, donde todos hablan de todo constantemente, sin parar, sin respetar los lugares! Es hablar por hablar, siempre de vaciedades.



[1] G. della Croce, “Silencio”, en E. ANCILLI (dir.), Diccionario de espiritualidad, tomo III, Barcelona 1984, 390.

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