7. De modo muy somero, existen unas
reglas de discernimiento señaladas por aquel gran maestro de espíritu que es S.
Ignacio de Loyola. Es conveniente conocerlas y empezar a ejercitarlas en cosas
pequeñas hasta habituarnos. Pero siempre será bueno, en las grandes cosas,
realizar este ejercicio y confrontarlo luego con algún maestro espiritual sabio
y santo, o al menos, sabio.
El primer modo de discernimiento se hace invocando al Espíritu y
pidiendo al Señor que mueva nuestra voluntad hacia lo que sea mejor en su
servicio.
Luego se mira lo que se tiene que
decidir, reflexionando sosegadamente sobre sus ventajas y utilidad en el
seguimiento de Cristo; después sobre las desventajas que tendría tomar esa
decisión. Mejor ponerlo todo por escrito. Lo mismo, en un segundo momento: si
no se toma esta decisión, ver las ventajas de no tomarla y las desventajas,
siempre para la propia santidad y seguimiento de Jesucristo.
Visto todo y
puesto por escrito, ante al Señor se mira hacia dónde tiende con mayor fuerza
nuestra razón y se elige; una vez elegido, se suplica al Señor que acepte y
confirme la elección, por si nosotros nos hemos equivocado.
El
segundo modo de discernimiento. Considerando que todo viene del Amor de
Dios, se revive esta experiencia de su Amor en nuestra vida, y se mira la
propia vida como una respuesta de Amor al Señor. Entonces se mira lo que hay
que elegir, imaginando una persona desconocida a la que se le desea todo bien,
y ante el Señor, con frialdad, dialogo con ese desconocido aconsejándole qué
elegir y qué hacer. Después me atengo a lo que he aconsejado.
O también, en actitud de oración, me
imagino a mí mismo en la hora de la muerte y miro la historia de mi vida; en
oración, pienso qué era lo que tenía que haber elegido, ahora que, en la muerte,
uno es indiferente a todo y sólo mira a Dios. La misma regla y el mismo método
pero pensando que estoy ante el Juez de la Historia: ante Él, ¿qué tendría que haber
elegido?
Hechos estos tres pasos, decido,
elijo y se lo presento al Señor dialogando para que Él acepte y confirme esta
decisión. Siempre, realizados estos ejercicios, presentarlos a un buen director
espiritual que escrute si se hizo bien el discernimiento y si es correcto, y
arroje luz en el alma.
Consideremos lo necesario del
discernimiento, supliquemos al Señor este don y aprendamos a vivir discerniendo
“la voluntad de Dios, lo que le agrada,
lo perfecto”.
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