jueves, 10 de diciembre de 2020

Lo escatológico, lo presente, lo eucarístico



El grito de la Iglesia “Ven, Señor Jesús”, es un grito de esperanza y un trabajo constante de santificar el mundo, ordenándolo según Dios. 



Hemos de transformar la tierra en tierra nueva. Ya apuntaba la Instrucción Eucharisticum Mysterium: 


“Los fieles deben mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el Sacramento. Procurarán, pues, que su vida discurra con alegría en la fortaleza de este alimento del cielo, participando en la muerte y resurrección del Señor. Así, después de haber participado en la Misa, cada uno sea solícito en hacer  buenas obras, en agradar a Dios, en vivir rectamente, entregado a la Iglesia, lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios, trabajando por impregnar al mundo del espíritu de cristiano y también constituyéndose en testigo de Cristo en todo momento en medio de la comunidad humana” (EM, 13).


Este sentido escatológico traído al presente que sostienen nuestros trabajos y alimenta nuestra esperanza cristiana, se hace bien visible en la Eucaristía de la asamblea dominical:


            "Si el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza cristiana. En efecto, la participación en la cena del Señor es anticipación del banquete escatológico por las bodas del Cordero. Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de la gloria venida de nuestro Salvador Jesucristo. Vivida y alimentada con este intenso ritmo semanal, la esperanza cristiana es fermento y luz de la esperanza humana misma. Por este motivo, en la oración “universal” se recuerdan no sólo las necesidades de la comunidad cristiana, sino las de toda la humanidad; la Iglesia, reunida para la celebración de la Eucaristía, atestigua así al mundo que hace suyos el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos. Finalmente la Iglesia –al comunicar con el ofrecimiento eucarístico dominical el tiempo de sus hijos, inmersos en el trabajo y los diversos cometidos de la vida, se esfuerzan en dar todos los días de la semana con el anuncio del Evangelio y la práctica de la caridad-, manifiesta de manera más evidente que es “como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1)” (Dies Domini, 38).


 
            Vivir con esperanza, trabajar activamente el testimonio de una vida santa, construyen lo escatológico hoy. La Iglesia vive de esperanza, es signo y señal de esperanza, necesita de la esperanza que le proporciona la Eucaristía celebrada con perspectiva escatológica. La exhortación apostólica “Ecclesia in Europa” de Juan Pablo II apunta y señala:

            Se debe vivir la liturgia como anuncio y anticipación de la gloria futura, término último de nuestra esperanza. Como enseña el concilio, en la Liturgia terrena pregustamos y participamos en la Liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos... hasta que se manifieste Él, nuestra Vida, y nosotros nos manifestemos con Él en la gloria (SC 8) (EiE 71).

            Este sentido tercero de lo escatológico aparece en multitud de oraciones litúrgicas; sólo algunas a modo de ejemplo:

Concédenos la gracia, Señor,
de pensar y practicar siempre el bien, y,
pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos,
haz que vivamos según tu voluntad (OC Jueves I Cuaresma).

Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio,
en el que has querido realizar nuestra redención,
nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas
(OP Jueves Octava de Pascua).

“Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia;
protégela y defiéndela siempre ya que sólo en ti
ha puesto su esperanza” (OC Domingo V T. Ord.)

“Haz que confesando tu nombre no sólo de palabra
y con los labios, sino con las obras,
merezcamos entrar en el Reino de los cielos”
(OP Domingo IX T. Ord.).

            E, igualmente, las bendiciones solemnes:

El que encomendó al ángel anunciar a los pastores la gran alegría del nacimiento del Salvador os llene de gozo y os haga también a vosotros mensajeros del Evangelio (Bendición solemne día de la Natividad).

Y a vosotros, que al terminar los días de la pasión del Señor celebráis con gozo la fiesta de Pascua, os conceda también alegraros con el gozo de la Pascua eterna (Bendición solemne, Vigilia pascual).

Para que, enriquecidos por los dones de la fe, la esperanza y la caridad, abundéis en esta vida en buenas obras  y alcancéis sus frutos en la eterna (Bendición solemne nº IV, T. Ord.).



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