La unidad de la Iglesia es la obra cumbre
de S. Cipriano. Su profundidad de pensamiento y, a la vez, su actualidad, hace
que nos cuestionemos mucho nuestra eclesiología actual y nuestra forma de vivir
la unidad de la
Iglesia.
Presenta Cipriano una serie de ideas claves, de gran
interés y agudeza, para que vayamos sumergiéndonos en el Misterio de la Iglesia; en última instancia,
vayamos introduciéndonos, contemplando y viviendo, el Misterio Pascual de
Jesucristo.
Esta
obra fue escrita por Cipriano respondiendo así a una serie de temas y
circunstancias de su Iglesia africana. Los herejes que seguían a Novaciano
estaban bautizados ya en esta secta herética. Al plantearse el problema sobre
los herejes que quieren volver al seno de la Madre Iglesia, la
cuestión es la siguiente: ¿es válido el bautismo recibido por estos herejes?
Cipriano responde negativamente, porque confunde validez y licitud -será S.
Agustín el que, dos siglos después, dará luz al tema bautismal-. Cipriano hacía
rebautizar a estos conversos, en contra de la costumbre de la Iglesia romana, y esta
práctica de Cipriano es confirmada por los obispos africanos en el Concilio de
Cartago (255).
En el 256 se convoca otro concilio, se trata el mismo tema y se
llega a la misma conclusión que es comunicada al papa Esteban que se opuso, con
un tono muy agresivo, y parece ser que amenazó a Cipriano con la excomunión.
Fue un grave problema de conciencia para Cipriano: creer que tenía razón y que
era justo lo que hacía y callar y obedecer para no romper la unidad con Roma;
cumplió con el pensamiento que había expuesto en "La unidad de la Iglesia".
Esta
obra se escribe en el 251, al poco tiempo de haber sido elegido obispo de
Cartago, tras la persecución de Decio (249-251). Este obligó a todos a
sacrificar a los dioses. Muchos, entonces, abandonaron la Iglesia (lapsi) y
otros, por temor, consiguieron certificados falsos como comprobantes de haber
sacrificado (libellatici). Muchos quisieron volver a la Iglesia. Fue la
primera vez que Cipriano tuvo que decidir sobre este tema de la unidad. Así
surgió esta preciosa, deliciosa obra.
Por estos problemas disciplinares que surgen en tiempos de Cipriano, éste los eleva a una reflexión teológico-pastoral, superando la mera disciplina, para analizar y dar una respuesta al tema que late en el fondo: la unidad de la Iglesia.
Es
éste un punto muy común en los Padres de la Iglesia. Estos no
se dedican a hacer una teología abstracta, "de laboratorio", sino que
parte de la realidad, de los problemas concretos de una Iglesia local, haciendo
oír sus voces de maestros de la fe. Son los primeros en hacer una teología
elaborada, no de forma sistemática, al estilo de los posteriores escolásticos,
sino a partir de los problemas y circunstancias reales para iluminar a su
comunidad cristiana. Es una teología, ciertamente, vital, y es el estilo y
trasfondo que nos vamos a encontrar en esta obra de Cipriano de Cartago.
El
pensamiento de este Padre en este tema de la unidad "no está pasado de
moda", no ha quedado como algo obsoleto y caduco, sino que leído hoy puede
arrojar luz sobre esta cuestión y, asimismo, mucho de los planteamientos eclesiológicos
de la
Constitución Dogmática Lumen Gentium ponen de manifiesto la
importancia del magisterio eclesial de Cipriano, y su actualidad en la praxis
de la Iglesia.
Así
Lumen Gentium define a la
Iglesia como "un pueblo reunido en virtud de la
unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (nº 4). No es el
único texto en que esta Constitución se remite a S. Cipriano, p.e. en los
números 2, 9, 21 ss, etc., especialmente para remarcar la naturaleza de la Iglesia y su "unidad
salutífera" (LG 9), y referirse al ministerio episcopal y su colegialidad (LG 20 ss).
Por
eso pretendemos destacar dos aspectos actuales del magisterio de Cipriano: la
colegialidad episcopal y la unión, necesaria e imprescindible, del cristiano
con la Iglesia,
Madre de los creyentes. Colegialidad
episcopal resaltada e impulsada por LG; un colegio de obispos al igual que el
colegio de los apóstoles.
El cristiano viviendo en la Iglesia puede
verdaderamente llamar a Dios "Padre" y ser salvado, porque fuera de la Iglesia no hay salvación
("Salus extra Ecclesiam non est" Epist. 73,21).
Para muchos esta es
la realidad de su vida, tal vez provocada por la secularización y el ambiente
social; sin embargo Cipriano tiene una respuesta clara y contundente; su
pensamiento tiene vigencia y colaboraría mucho a iluminar nuestra situación
eclesial si lo escuchásemos.
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