lunes, 11 de enero de 2021

El Credo - y III (Respuestas - XX)



4. ¿Qué valor, qué importancia tiene el Credo? ¿Para qué una fórmula fija? ¿Por qué la misma y recitada de memoria? ¿No sería eso un empobrecimiento? ¿No es la fe un sentimiento, o una experiencia, según nos dice hoy la mentalidad secularizada?

            La Tradición de los Padres nos ofrece las respuestas necesarias cuando explicaban el Símbolo (o Credo) a los catecúmenos.



            El Símbolo está lleno de afirmaciones de las Escrituras, reunidas en una fórmula, más accesible a la memoria. Lo explica san Cirilo de Jerusalén:

            “Posee y conserva sólo la fe que aprendes y prometes, la que ahora te transmite la Iglesia, la que está confirmada por la entera Escritura. Y porque no todos pueden leer la Escritura, ya que a unos la falta de preparación, a otros la falta de tiempo disponible les impide llegar a conocerla, para que el alma no se pierda por falta de instrucción, abarcamos toda la doctrina de la fe en unas pocas líneas. Quiero que la recordéis con las mismas palabras, y que la recitéis entre vosotros con todo esmero, no copiándola en hojas de papiro, sino grabándola con la memoria en el corazón; estando atentos para que, cuando hagáis esto, ningún catecúmeno oiga las verdades que se os han transmitido; y que durante todo el tiempo de vuestra vida sea como los recursos del camino, sin dar cabida a otra fe que ésta; aun en el caso de que nosotros mismos diéramos un giro diciéndoos lo contrario de lo que ahora os estoy explicando, o aunque un ángel hostil transformado en ángel de luz te quisiera engañar… Y entre tanto, mientras escuchas sus palabras exactas, graba la fe en tu memoria; durante el tiempo que haga falta recibe la demostración que la divina Escritura da sobre cada una de las verdades contenidas. Porque el compendio de la fe no se realizó atendiendo el parecer de los hombres, sino después de recoger de toda la Escritura las partes principales, que formarían una completa enseñanza de la fe. Y del mismo modo que el grano de mostaza contiene muchos ramos en una simiente pequeña, así también esta fe encierra en su seno con pocas palabras todo el conocimiento de la religión contenida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Considerad, pues, hermanos, y mantened firmemente la doctrina transmitida que ahora recibís, e inscribidla en la tabla de vuestro corazón” (Cat. V,12).


            El gran san Agustín también explica el valor del Credo antes de recitárselo a los catecúmenos:

            “Es ya tiempo de que recibáis el símbolo, que contiene, de forma breve, todo lo que creéis para vuestra salvación eterna. Al origen del término ‘símbolo’ está una semejanza; es, pues, un término metafórico. Los mercaderes establecen entre sí un símbolo gracia al cual su agrupación se mantiene unida por un pacto de fidelidad…

            Con esto he cumplido me deuda de predicaros un breve sermón sobre la totalidad del símbolo. Cuando lo escuchéis, reconoceréis que todo ha sido examinado de forma breve en este nuestro sermón. Ni siquiera para retenerlas mejor debéis escribir las palabras del símbolo; tenéis que aprenderlo a fuerza de oírlo, y ni siquiera después de aprendido debéis escribirlo, sino conservarlo y recordarlo siempre de memoria. Todo lo que vais a oír en el símbolo está contenido en las Sagradas Escrituras… He aquí, pues, el símbolo que ya se os ha ido descubriendo por medio de la Escritura y los sermones en la Iglesia, a cuya breve fórmula, sin embargo, los fieles han de aferrarse y en ella han de progresar” (Serm. 212, 1.2).

            Otro sermón agustiniano sobre el valor de la fórmula de la fe:

            “El símbolo es, pues, la regla de la fe, compendiada en pocas palabras para instruir la mente sin cargar la memoria; aunque se expresa en pocas palabras, es mucho lo que se adquiere con ella. Se llama símbolo a aquello en que se reconocen los cristianos; es lo primero que de forma breve voy a proclamar. Después, en la medida en que el Señor se digne concedérmelo, os lo explicaré, pues lo que quiero que aprendáis de memoria, quiero también que lo podáis comprender” (Serm. 213,2).

            Y una última cita agustiniana:

            “El símbolo construye en vosotros lo que debéis creer y confesar para poder alcanzar la salvación. Lo que dentro de poco vais a recibir, confiar a la memoria y proferir verbalmente, no es novedad alguna para vosotros o cosa jamás oída. En efecto, en variedad de formas soléis oírlo tanto en la Sagrada Escritura como en los sermones de la Iglesia. No obstante eso, se os ha de entregar todo junto, brevemente resumido y lógicamente ordenado para edificar vuestra fe, facilitar la recitación y no cargar demasiado a la memoria. Estas son las cosas que, sin cambiar nada, habéis de retener y luego recitar de memoria” (Serm. 214,1).


            5. Es importante y significativo profesar la fe. En el rito romano, situado el Credo después del silencio meditativo, acabada la homilía, se destaca el valor de respuesta o asentimiento a la Palabra escuchada: “El pueblo hace suya esta palabra divina por el silencio y por los cantos; se adhiere a ella por la profesión de fe” (IGMR 55); o con palabras de la Ordenación del Leccionario de la Misa: “El Símbolo o profesión de fe, dentro de la misa, cuando las rúbricas lo prescriben, tiene como finalidad que la asamblea reunida dé su asentimiento y su respuesta a la palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar la celebración del misterio de la fe en la eucaristía, la norma de su fe, según la forma aprobada por la Iglesia” (OLM 29). Así la liturgia de la Palabra es un diálogo de Dios con su pueblo, donde la Iglesia responde a su Señor.

            En la Misa dominical es renovación de la fe y actualización, en cierto sentido, de la gracia bautismal:

            “[El pueblo cristiano] se siente llamado a responder a este diálogo de amor con la acción de gracias y la alabanza, pero verificando al mismo tiempo su fidelidad en el esfuerzo de una continua ‘conversión’. La asamblea dominical se compromete de este modo a una renovación interior de las promesas bautismales que, en cierto modo, están implícitas al recitar el Credo y que la liturgia prevé expresamente en la celebración de la Vigilia pascual o cuando se administra el Bautismo durante la Misa” (Juan Pablo II, Carta Dies Domini, 41).


            6. El Credo es una confesión de fe en Dios Uno y Trino y en su actuación salvífica, llena de amor. No es una suma de verdades inconexas, sino el reconocimiento de quién es Dios y lo que ha realizado por nosotros. “En la Iglesia se ha tenido conciencia siempre de que el símbolo de fe, en cualquier estado en que se encontrase, y por breve que fuera, contenía la totalidad de la fe. Así ocurría ya con las fórmulas cristológicas. En cuanto a las primeras fórmulas trinitarias, diremos que se acrecentaron, no por adición de nuevos artículos puestos a continuación de los tres primeros, sino por medio de la explicación o desarrollo de cada uno de ellos” (De Lubac, La fe cristiana, Salamanca 1988, 91). Así contiene explicitado Quién es Dios y lo que ha realizado por nosotros. El teólogo von Balthasar lo enuncia así:

            “Los doce artículos del credo apostólico proceden primeramente de las tres preguntas parciales: ¿Crees en Dios, el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo? Pero incluso estas tres palabras son expresión –y Jesucristo nos da prueba de ello- de que el único Dios es, en su esencia, amor y entrega… Tan sólo con la mirada fija en ese fondo de unidad que se nos revela también a nosotros, tendrá sentido desarrollar el credo cristiano: primeramente desarrollándolo en los tres accesos que luego se expanden en doce ‘artículos’… Nosotros no creemos jamás en proposiciones, sino en una sola realidad que se desarrolla ante nosotros, para nosotros y en nosotros, y que al mismo tiempo es verdad altísima y salvación profundísima” (Balthasar, Meditaciones sobre el credo apostólico, Salamanca 1991, 29-30).

            Se cree, no en un ‘algo’ difuso y trascendente, sino en un ‘Tú’ vivo: “Todavía no hemos hablado del rasgo más fundamental de la fe cristiana: su carácter personal. La fe cristiana es mucho más que una opción en favor del fundamento espiritual del mundo. Su fórmula central reza así: ‘creo en ti’, no ‘creo en algo’. Es encuentro con el hombre Jesús; en tal encuentro siente la inteligencia como persona… La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que en la imposibilidad de realizar un movimiento humano da la promesa de un amor indestructible que no sólo solicita la eternidad, sino que la otorga” (Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca 1987 (6ª), 57).

            No es un Dios una fórmula rara, un teorema incomprensible. Se ha revelado y, además, hemos visto cómo actúa, cómo obra, cómo ama, cómo salva. Y lo afirmamos en el Credo así:

            “El misterio de la Trinidad no se nos ha descubierto a la manera de una teoría sublime, de un teorema celestial, sin relación con lo que somos y con lo que hemos de llegar a ser. Dios es el creador de nuestro mundo y quiso intervenir en nuestra historia. Actuando para nosotros, llamándonos hacia él, obrando nuestra salvación: así es, precisamente, como Dios se nos dio a conocer. Nuestra fe en él, que es respuesta a su llamamiento, no es separable del conocimiento que Dios nos ha dado de su obra en medio de nosotros” (De Lubac, La fe cristiana, 93).

            Digno de mención es destacar cómo la fórmula de la fe, el Símbolo o Credo, aun cuando todos lo recitan juntos, se reza en singular. No se dice: “Creemos en un solo Dios…”, sino: “Creo en un solo Dios”; no se dice: “Sí, creemos…”, sino: “Sí, creo”.

            La fe es fe eclesial, la fe de todo el pueblo santo de Dios, recibida por la Revelación y la predicación apostólica. Vivir como hijo de Dios en la Iglesia es recibir y profesar la norma o canon de la fe, el Credo que se entrega.

            Pero se reza siempre en singular (“creo en Dios”, o “sí, creo”) porque la fe es un acto personal y único delante de Dios mismo. Nadie puede suplirme, nadie reemplazarme. Cada uno debe contestar a Dios personalmente y esa fe eclesial va a determinar toda la existencia cristiana, paso a paso. La fe da forma a la vida.

            “Quien dice Yo creo, dice Yo me adhiero a lo que nosotros creemos. La comunión en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la misma confesión de fe” (CAT 185). Profesar la fe común de la Iglesia es, al mismo tiempo, un acto personalísimo: “la fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras” (CAT 176).

            Aunque en la Iglesia todo es común, y vivimos la Comunión de los santos, sin embargo el fiel cristiano no se disuelve en la masa, ni es un anónimo perdido, ni se despersonaliza. La fe, por el contrario, personaliza y es vivida personalmente. Por eso se responde en singular, cara a cara, ante Dios y la Iglesia.

            Con el Credo decimos “Sí” a Dios, después de haber dicho “no” al demonio y a su imperio del mal. ¡Sí!, como Cristo es “Sí”, el “Amén” de Dios (cf. 2Co 1,20):

            “Un “sí” que se articula en tres adhesiones: “sí” al Dios vivo, es decir, a un Dios creador, a una razón creadora que da sentido al cosmos y a nuestra vida; “sí” a Cristo, es decir, a un Dios que no permaneció oculto, sino que tiene un nombre, tiene palabras, tiene cuerpo y sangre; a un Dios concreto que nos da la vida y nos muestra el camino de la vida; “sí” a la comunión de la Iglesia, en la que Cristo es el Dios vivo, que entra en nuestro tiempo, en nuestra profesión, en la vida de cada día” (Benedicto XVI, Hom., 8-enero-2006).

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