Es imprescindible una clara rectitud de intención para buscar la voluntad de Dios y luego realizarla. Con una gran libertad de espíritu, estar dispuesto a acoger lo que Dios quiera, sea lo más agradable y a lo que uno esté más inclinado, sea lo más desabrido o lo que uno menos desea.
La rectitud de intención es libertad de espíritu para no identificar la voluntad de Dios con el propio capricho o, por el contrario, para no identificarla sin más con lo opuesto al propio gusto.
Es buscar con libertad de espíritu y acoger libremente; es buscar sólo lo que Dios quiere.
Para esta rectitud de intención se requieren algunas condiciones o cualidades:
a) Madurez humana:
El
que ha llegado a distanciarse de la tutela paterna, de los educadores... para
ser uno mismo en la vida (sin dependencias pueriles, tampoco por
"autonomismo"). Cierta modestia y ausencia de sectarismo. Ausencia de
inseguridad ante las propias reacciones afectivas. Ni las niego ni las tomo
como norma. Las acepto como un hecho.
b)
Rectitud de intención:
Requiere
equilibrio. El examen de conciencia es una constante ayuda. Se pide una
tremenda libertad sin estar afectado por nada, en un alma que decide sólo qué
es para mayor gloria de Dios y bien de la Iglesia. La intención ha de estar
purificada para hacer una elección grata a Dios:
De todo lo
que hacemos Dios busca la intención: si lo hacemos por Él o por otro motivo (S.
Máximo el Confesor, 2ª Centuria, 36).
El juicio de
Dios contempla no los hechos, sino la intención de los hechos (S. Máximo, 2º
Centuria, 37).
En todas
nuestras acciones es la intención lo que Dios busca, como se ha dicho muchas
veces, si hacemos eso por Él o por cualquier otro motivo. Cuando queramos
realizar algo bueno, tengamos como fin no el deseo de agradar a los hombres,
sino a Dios, para que, mirando siempre a Él, hagamos todo por Él, para que no
soportemos la fatiga y perdamos la recompensa (S. Máximo, 3ª Centuria, 48).
S.
Ignacio previene sobre las afecciones desordenadas que el ejercitante debe ir
descubriendo y eliminando para hacer una elección según Dios, por ello los
Ejercicios tratarán de "ordenar la propia vida" quitando "toda
afección desordenada".
La
afección desordenada es una situación motivacional central en la persona que la
padece. Interfiere con sus discernimientos. El objeto inmediato bueno o
indiferente de la afección es el que posibilita el encubrimiento de un fin no
puro en la intención del sujeto.
La
afección desordenada tiene efectos sobre el discernimiento y la elección; pero
es que además, en el propio espíritu trae como efecto turbar la paz del alma e
impedir la comunicación con Dios de manera que no lo encontremos sino con
dificultad. San Ignacio, en sus Ejercicios, parece distinguir entre
"afectarse", en el sentido de deseo, de emoción, e
"inclinarse", como decisión en la voluntad. El afecto es previo y no
deliberado, aunque de hecho influye sobre el segundo elemento del proceso, que
es la decisión o "inclinarse".
Los
Ejercicios en definitiva son para ayudar a quitar el pecado, venciendo a sí
mismo (tarea principal de la primera semana) y ordenar la afección toda hacia
Dios en Jesucristo (objetivo principal de la segunda a cuarta semanas), de
forma que el hombre sea consistente de modo consciente o inconsciente, y así
pueda descubrir en todas las cosas la presencia de Dios, al que desea en todo
amar y servir.
3)
La apertura al amor.
El
amor, en su dinámica, purifica al hombre y su motivación. Sólo entonces se
tiene un mismo sentir y querer con Cristo:
No desees que
te sucedan tus cosas como te parezca, sino como le agrada a Dios; y estarás
tranquilo y agradecido en tu oración (Evagrio Póntico, Or 89).
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