“Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para
el Señor y no para los hombres” (Col 3,23). “Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre
del Señor Jesús” (Col 3,17).
“En la
“cotidianeidad” Dios nos llama a conseguir la madurez de la vida espiritual,
que consiste en vivir de modo extraordinario las cosas ordinarias. En efecto,
la santidad se alcanza en el seguimiento de Cristo, no evadiéndose de la
realidad y de sus pruebas, sino afrontándolas con la luz y la fuerza de su
Espíritu. Todo esto tiene su más profunda comprensión en el misterio de la
cruz” (JUAN PABLO II, Ángelus,
1-septiembre-2002).
“Quienes
preparan eficazmente el Reino de Dios son las personas que realizan de modo
serio y honrado su actividad, sin aspirar a cosas demasiado elevadas, sino
cumpliendo cada día con fidelidad los quehaceres humildes” (JUAN PABLO II, Ángelus, 2-septiembre-2001).
¿Quién
es el más grande? ¡El que se hace más pequeño! El camino de la santidad aparece
significado en la pequeñez de un niño. Hacerse pequeño por muy grande que uno
sea o por muy grande que uno se crea ser; hacerse pequeño conlleva el pasar por
debajo, no por arriba, de las leyes y de las obligaciones del propio estado.
¿Cómo se santifica uno? Haciendo con amor aquello que tiene que hacer: el
sacerdote como sacerdote, el casado como casado, el religioso como religioso.
Cumpliendo todas las cosas con amor, no con gusto a lo mejor, pero sí con amor,
para encontrar el camino de la santificación. Eso es hacerse pequeño.
El grande
se cree que está por encima de toda ley, de toda norma, y vive haciendo su libre capricho, sin atender nada más que a su sentimiento impulsivo: deja sus obligaciones, o las realiza de forma mediocre para salir del paso.
Hacerse pequeño
es vivir y cumplir las obligaciones del propio estado, cada
uno según lo que es, según aquello que el Señor le ha confiado.
Sería de necios, señala San
Francisco de Sales en su introducción a la vida devota, pensar que uno se
santificaría al margen del estado de vida cristiana que cada uno tenemos. Un
sacerdote que no viva como sacerdote, que no parezca como sacerdote, que no
rece como sacerdote, sino que viva en todos los aspectos como un seglar, no se
está santificando, porque se tiene que santificar al modo propio que tiene de
santificarse un sacerdote, no como un seglar, sino como sacerdote. Por el
contrario, un seglar no se va a santificar actuando clericalmente, como si su
camino fuera estar metido a todas horas en la parroquia, para predicar, para
saber, para meterse en todo y gobernar: eso es clericalizar a los seglares cuando
lo propio de los seglares es el mundo, su profesión, su trabajo, su matrimonio,
su familia, sus hijos. No se van a santificar los seglares pareciendo que son
sacerdotes, ni los sacerdotes pareciendo seglares.
Un obispo se santifica
cuidando la enseñanza de la fe, cuidando muy especialmente a sus sacerdotes,
como amigos y hermanos, que dice el Concilio Vaticano II, y teniendo un mimo
especial hacia su Seminario, pero no se va a santificar un obispo si se dedica
a vivir como un seglar, entrando, saliendo, comiendo, distrayéndose, olvidando
sus obligaciones fundamentales. No se santifica una monja de vida
contemplativa, si estando en el monasterio, vive volcada a todas horas en la
acción exterior, relegando la oración sincera a un segundo plano. Ni la religiosa de
vida activa se va a santificar si olvidando sus deberes propios, en la
enseñanza, o en el asilo, o en un hospital, o en las misiones, deja el trabajo
porque necesita más tiempo de oración. Se olvida que su camino de santificación
es la acción apostólica, el trabajo, y no lo propio de una vida contemplativa.
Muchos matrimonios no aciertan tampoco a vivir el matrimonio como camino de
santificación. Viven relaciones de amistad, o se buscan muchas actividades con
tal de rellenar un vacío de su corazón. Entonces no se está
santificando en su estado de vida matrimonial.
¿Tú qué eres? Matrimonio, viudo, soltero,
religioso, sacerdote. Pues te santificarás cumpliendo las obligaciones
explícitas de tu estado de vida. ¿Cómo te vas a santificar como un niño? Sometiéndote
a aquello que eres y viviendo con perfección y amor lo propio de tu vocación.
Seamos lo que tenemos que ser, vivamos santamente aquello que somos, realizando
las pequeñas obligaciones diarias de nuestra vida, cada cuál según su estado,
que pueden ser muchas veces incomodísimas, rutinarias, pero que son el camino
ordinario, pequeño de la santificación. Un ama de casa se santifica con las
tareas domésticas, y ese es su trabajo y santificación; un sacerdote sentándose
en el confesionario todos los días aunque no venga nadie, dándose a sus fieles y a las encomiendas que el obispo le haya confiado; el obispo se
santifica en su despacho recibiendo a todos, cuidando a sus sacerdotes, enseñando y predicando, con corazón paternal. Los
matrimonios, queriéndose en el Señor.
No busquemos cosas externas a nuestro
estado de vida, sino vivamos lo que somos, con sencillez, realizando todas las
obligaciones que son propias de nuestro estado de vida.
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