lunes, 2 de septiembre de 2019

Simplificando la plegaria del orante (I)

                El hombre, por naturaleza, por el mecanismo inicial de la propia inteligencia, tiene siempre que hacer un proceso de abstracción y de síntesis. Conoce y percibe los objetos, las ideas, las sensaciones, las personas... y recibe multitud de datos mediante los sentidos y el pensamiento, tal cantidad de información que desborda al hombre. Éste tiene necesariamente que organizar esos datos sistematizarlos, jerarquizarlos y realizar un proceso de abstracción y síntesis, quedándose con lo fundamental y relegando al olvido aquello que no le resulta y interesante o necesario. A grandes rasgos, se podría considerar o entender así el proceso cognoscitivo, epistemológico, del hombre, proceso que comienza por la multitud de datos para pasar a la síntesis, a la abstracción, a lo necesario, a lo nuclear.



               O, si se prefiere otro tipo de lenguaje o argumentación: Lo inmediato conocido es la multitud de entes, más o menos alejados del Ser, y cuanto más alejados, más imperfectos, cuanto más cercanos, mayor grado de perfección. El Ser es la unidad, o mejor, uno de los trascendentales que definen al Ser es el unum (lo uno) junto al bonum (bien), verum (verdad), pulchrum (belleza). La metafísica muestra cómo la unidad acerca a la perfección y al Bien, la dispersión y la multiplicidad han de tender pues a la unidad.

                Esta dinámica misma está presente en el Evangelio. Marta y María, ambas querían entrar en contacto con el Señor, entablar ese coloquio existencial con Cristo. “Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio...” y le dice Jesús: “tú te inquietas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o, más bien, una sola (Lc 10, 38-42). Era mejor escoger la unidad de persona y acción que el querer multiplicarse en muchas cosas. 

Y el hombre sigue sin aprender, seguimos sin aprender, complicándonos la vida con muchas cosas que no son necesarias. Incluso la imaginación nos crea complicaciones, porque empieza a funcionar y desborda la razón dando por hecho cosas que no tienen realidad provocándonos ansiedades imaginando soluciones, búsquedas, problemas, donde aún no han surgido.

La persona sólo puede funcionar correctamente desde la realidad, buscando la unidad, huyendo de la dispersión, centrándose en la unidad.

En la oración ocurre exactamente lo mismo. 

El orante comienza por hacerse complicada su vida de oración, busca y tantea, se ejercita en diversos métodos y técnicas, recurre a estilos distintos, incluso a fuentes d espiritualidad muy diversas. Y es normal que se aferre a los distintos pasos  del método de oración, y que haga, a veces, un problema del horario, del método, del producto que se saca a la oración, de los frutos, del conocimiento propio adquirido. 

Y, en la buena fe y buena voluntad de tener una oración auténtica y sincera, se angustia y se preocupa, aun cuando tenga el gozo de saber que, ya al menos, están orando.

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