domingo, 12 de agosto de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, II)

La paciencia va vinculada al bien objetivo, y así es verdadera paciencia la que espera, resiste, aguanta, sufre, por el bien.

Los malvados, dirá san Agustín, pueden parecer que tienen paciencia hasta lograr el objeto de su maldad y sus deseos, pero eso es más que paciencia, contumacia, terquedad. La paciencia cristiana es bien distinta. ¿Cómo la discerniremos? Por sus motivos interiores, por su motivación.


Así, san Agustín comienza mostrando la supuesta paciencia del mal y de los malvados, para desenmascararla y orientar la naturaleza y el fin de la paciencia cristiana.


"CAPÍTULO III. La PACIENCIA DE LOS MALVADOS

            3. Veamos, pues, cristianos, qué duros trabajos y dolores soportan los hombres por las cosas que aman, viciosamente, y cómo se juzgan más felices con ellas cuanto más infelizmente las codician. ¡Qué de cosas peligrosísimas y muy molestas afrontan, con suma paciencia, por unas falsas riquezas, unos vanos honores o unas pueriles satisfacciones! Los vemos hambrientos de dinero, de gloria y de lascivia, y, para conseguir esas cosas, tan deseadas y una vez adquiridas no carecer de ellas, soportar, no por una necesidad inevitable sino por una voluntad culpable, el sol, la lluvia, los hielos, el mar y las tempestades más procelosas, las asperezas e incertidumbres de la guerra, golpes y heridas crueles, llagas horrendas. E, incluso, estas locuras les parecen, en cierto modo, muy lógicas.

CAPÍTULO IV. Todo eso lo ALABAN LOS NECIOS

            Efectivamente, se piensa que la avaricia, la ambición, la lujuria y otros mil pasatiempos más son cosas inocentes mientras no sirvan de pretexto para cometer algún delito o un crimen prohibido por las leyes humanas. Es más, cuando alguien soportó grandes trabajos y dolores, sin cometer fraude, para adquirir o aumentar su dinero, para alcanzar o mantener sus honores, o para luchar en la palestra o cazar, o para exhibir algo plausible en el teatro, no parece una nonada dejar sin reprensión esa vanidad popular, sino que es exaltada con las mayores alabanzas, como está escrito: “porque se alaba al pecador en los apetitos de su alma” (Sal 9,3). Pues la fuerza de los deseos lleva a tolerar trabajos y dolores, y nadie acepta espontáneamente lo que causa dolor, sino por aquello que causa placer. Mas, como digo, se juzgan lícitas y permitidas por las leyes, esas apetencias por las que soportan, con la mayor paciencia, trabajos y asperezas, los que inflamados por ellas tratan de satisfacerlas.

CAPÍTULO V. AGUANTE FEROZ DE LOS MALHECHORES

            4. ¿Y qué decir, cuando los hombres soportan grandes calamidades, no para castigar notorios sino para perpetrarlos? ¿No nos cuentan los escrituras de literatura civil de cierto nobilísimo parricida de la patria [Catilina] que podía soportar el hambre, la sed y el frío, y que su cuerpo podía tolerar el ayuno, el frío, el insomnio más de lo que nadie pudiera creer? 

¿Y qué diré de los ladrones que, cuando acechan a los viandantes, pasan noches sin dormir, y para asaltar a los inocentes transeúntes someten su alma dañada y su cuerpo a todas las inclemencias del cielo? Algunos de ellos se atormentan entre sí con tal rigor, que su entrenamiento para los castigos en nada difiere de los castigos, pues tal vez no los tortura tanto el juez para arrancarles la verdad como los torturan sus cómplices para que no canten en el tormento. 

Y, sin embargo, en todo esto, la paciencia es cosa más de admirar que de alabar, mejor dicho, no es de admirar ni de alabar, porque no es tal paciencia. Es una terquedad admirable, pero no se trata de paciencia. Aquí no hay, justamente, nada que alabar, nada útil que imitar. Y, si juzgamos rectamente, un alma es digna de tanto mayor suplicio cuanto más somete a los vicios los medios de la virtud. 

La paciencia es compañera de la sapiencia, no esclava de la concupiscencia; es amiga de la buena conciencia, no enemiga de la inocencia".

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