domingo, 5 de agosto de 2018

La vida eucarística - VIII



            ¿Qué celebramos? ¿Qué ocurre en la celebración de los misterios santos? Se obra la salvación de Dios, y los mismos ritos de la liturgia están llenos de un contenido espiritual y salvador, que interpelan y nos sitúan frente al Misterio con la reverencia y adoración necesarias.



            Un gran toque de atención –destacado por la Tradición de la Iglesia- es la llamada del sacerdote al inicio del Prefacio: “Levantemos el corazón”.


            “Después exclama el sacerdote: “Levantemos el corazón”. Pues verdaderamente, en este momento trascendental, conviene elevar los corazones hacia Dios y no dirigirlos hacia la tierra y los negocios terrenos. Es, por tanto, lo mismo que si el sacerdote mandara que todos dejasen en ese momento a un lado las preocupaciones de esta vida y los cuidados de este mundo, y que elevasen el corazón al cielo hacia el Dios misericordioso. Luego respondéis: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, con lo que asentís a la indicación por la confesión que pronunciáis. Que ninguno que esté allí, cuando dice: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, tenga en su interior su mente llena de las preocupaciones de esta vida. Pues debemos hacer memoria de Dios en todo tiempo. Pero si, por la debilidad humana, se hiciere imposible, al menos en aquel momento hay que esforzarse lo más que se pueda”[1].



            Celebrar la Eucaristía es un acto tan grande de amor y adoración, que pide toda nuestra cordial atención, esto es, rechazar las distracciones y las preocupaciones, recoger el corazón y presentarlo al Señor, elevándolo por encima de todo para unirse a Dios. El cielo se une con la tierra en la liturgia, tengamos todos nuestros sentidos recogidos y expectantes.

            Ese sentido espiritual y trascendente, esa mirada a la esperanza sobrenatural, lo realiza San Agustín en diversos sermones. Así lo explicaba él a sus fieles:


            “Ahora comprenderéis mejor lo que respondisteis o debisteis responder el día pasado. Después del conocido saludo: “El Señor esté con vosotros”, escuchasteis: “Levantemos el corazón”.
            Toda la vida de los verdaderos cristianos es un “levantemos el corazón”; dije la de los verdaderos cristianos (los hay sólo de nombre), de los cristianos en realidad y verdad. ¿Qué significa ese: “Levantemos el corazón”? Esperanza en Dios y no en ti. Tú estás abajo, Dios arriba. Si colocas en ti la esperanza, tienes abajo el corazón y no arriba. Por lo cual, oyendo al sacerdote decir: “Levantemos el corazón”, respondéis vosotros: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”. Que la respuesta lleve dentro una verdad. No niegue la conciencia lo que dice la lengua, y porque esto mismo de tener en Dios el corazón es dádiva del cielo y no fruto de vuestras fuerzas, el sacerdote prosigue diciendo: “Demos gracias al Señor nuestro Dios”. ¿Por qué darle gracias? Porque tenemos arriba el corazón, y si Él no nos lo hubiera levantado, yaceríamos por tierra”[2].


            Liberémonos de todo lo que nos ate, del pecado que nos arrastra, y entremos en su presencia con recogimiento y amor; tengamos cuidado de no desperdiciar la gracia en vano con las distracciones, las preocupaciones o el pecado.
           


[1] Cat. Mistagógica V, n. 4.
[2] S. AGUSTÍN, Sermón acerca de los sacramentos en Pascua, nº 3.

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