martes, 28 de marzo de 2017

El culto para la vida (participar) - III

No perdamos el hilo de estas catequesis o artículos: se trata de ver cómo participar de verdad en la liturgia es una participación interior, no mera intervención, y, por tanto, conduce a la vida, a la transformación de la vida en una ofrenda santa a Dios.


Si se participa bien en la liturgia, esto es, consciente, activa, fructuosamente, interiormente, los fieles todos vivirán santamente el culto a Dios de su vida diaria, que se convierte en sacrificio santo al Señor.  La vida queda afectada -es decir, marcada, sellada- cuando la participación en la liturgia posee hondura interior.

Así, hemos visto que la vida:

a) queda modelada por la liturgia
b) unión profunda con Cristo
c) Somos presencia de Cristo
d) "Pneumatóforos" con una vida teologal.

Continuamos viendo los efectos y la transformación que produce en la vida, y en este caso:


            e) Hacer la voluntad del Padre

            La vida cristiana tiene como alimento, igual que Jesucristo, hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34). Es su voluntad nuestro alimento ya que como hijos, movidos por la piedad filial, es vivir la voluntad del Padre. “Nuestra paz, Señor, es cumplir tu voluntad”, rezamos en unas preces de Laudes[1].

            El hombre rebelde, encorvado en sí mismo, sólo pretende seguir su capricho, esclavo de sus pasiones; la voluntad de Dios nos dignifica, nos erige como hijos, y así vivimos libremente. “Haz que unida [la Iglesia] a Cristo, su cabeza, se ofrezca con él a tu divina majestad y cumpla sinceramente tu voluntad”[2].

               La vida en lo cotidiano y monótono, en la prosa de lo diario, tal vez monótona, es un servicio divino, un servicio santo, que se ofrece a Dios y se vive en Dios realizando su voluntad humildemente: “que la participación en los divinos misterios sirva, Señor, de protección a tu pueblo, para que entregado a tu servicio obtenga, en plenitud, la salvación de alma y cuerpo”[3].

            Y pues rezamos tres veces al día la oración dominical[4], rogando que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, suplicamos que, por la fuerza de los santos misterios, nuestra vida se encamina según la voluntad del Padre: “que concedas a quienes alimentas con tus sacramentos la gracia de poder servirte llevando una vida según tu voluntad”[5]

             La liturgia, por la acción misteriosa y eficaz de Dios en nosotros, nos eleva y transforma y así vivimos en una relación constante de obediencia filial, haciendo de nuestra existencia una oblación agradable a Dios, buscando ser gratos a Dios en el cumplimiento de su voluntad: “condúcenos a perfección tan alta y mantennos en ella de tal forma que en todo sepamos agradarte”[6].

            En la vida cristiana, entonces, nos regimos por la voluntad de Dios, a la que amamos y que buscamos: “concede, Señor, a los que has alimentado con el sacramento de la unidad, la aceptación perfecta de tu voluntad en todas las cosas”[7], sintiendo internamente y enteramente reconociendo la voluntad de Dios: “purifica nuestros corazones de todo mal deseo, y haz que estemos siempre atentos a tu voluntad”[8], y obrando según su voluntad: “míranos benigno, Señor, ahora que vamos a comenzar nuestra labor cotidiana; haz que, obrando conforme a tu voluntad, cooperemos en tu obra”[9].

            El discernimiento será constante y necesario para sentir internamente la voluntad de Dios y distinguirla de las voces del mundo o de las voces de nuestra propia concupiscencia. Para ello se requiere una disposición habitual y una percepción sobrenatural de la voluntad de Dios: “haz que nuestros ojos estén siempre levantados hacia ti, para que respondamos con presteza a tus llamadas”[10].



[1] Laudes viernes II del Salterio.
[2] OF, Por la Iglesia, D.
[3] OP, 21 diciembre.
[4] En Laudes, en Vísperas y en la Misa cotidiana.
[5] OP, I Dom. T. Ord.
[6] OP, XXI Dom. T. Ord.
[7] OP, S. Martín de Tours, 11 de noviembre.
[8] Preces Laudes, Jueves III del Salterio.
[9] Preces Laudes, Lunes III del Salterio.
[10] Preces Laudes, Sábado IV del Salterio.

1 comentario:

  1. Me quedo con: "haz que nuestros ojos estén siempre levantados hacia ti, para que respondamos con presteza a tus llamadas”.

    Si no vivimos interiormente la Liturgia, nos será muy difícil dejar actuar en nosotros a esa acción misteriosa y eficaz de Dios a la que se refiere la entrada. Benedicto XVI nos dijo que: "la liturgia sagrada es “participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo", tal y como dice el Catecismo.

    Concédenos vivir más profundamente el misterio de Cristo,
    para que podamos dar testimonio de él con más fuerza y claridad (de las Preces de Laudes).

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