jueves, 19 de junio de 2014

Plegaria: Pasión de Cristo, nuevo y verdadero Adán

San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, bebió de los Padres de la Iglesia la forma de leer el Antiguo Testamento como tipo, figura y profecía del Nuevo Testamento. Cada personaje, cada acontecimiento, era tipo de lo que había de cumplirse en Cristo.

La oratoria avilista se explaya muchas veces en forma de oración y plegaria dirigida a Cristo. Ahí se ve la fina sensibilidad de san Juan de Ávila, a la vez que se observa su profundo arraigo no en devociones sensibleras, sino en la misma Tradición.



Con él vamos a orar hoy, de manera teológica a la par, asumiendo los modos teológicos de orar de san Juan de Ávila y penetrando en su contenido: Cristo es el nuevo Adán.



"Amor, dolor y Pasión de Cristo, nuevo Adán


            ¡Qué caro, Señor, te cuesta el nombre de Padre del siglo futuro (cf. Is 9,6) que te puso Isaías! Pues, así como ningún hombre hay que, según la generación de la carne, que se llame el primer siglo, no venga de Adán, así tampoco hay nadie que, según el ser de la gracia, no venga de ti. Pero Adán fue un mal padre, que por malos placeres se mató a sí y a sus hijos; pero tú, Señor, alcanzaste el nombre de Padre a costa de tus dolorosos gemidos, con los cuales, como leona que brama, diste la vida a los que el primer padre había matado.



          Aquel bebió ponzoña que la víbora le había dado, y fue hecho padre de víboras, pues engendró hijos pecadores; pero todos sus hijos, que, mirados en sí mismos, son víboras ponzoñosas, se asieron, Señor, de tu corazón y te daban bocados de dolor nunca visto; y no solamente las dieciocho  horas, que duró tu sagrada Pasión, sino los treinta y tres años enteros, desde aquel veinticinco de marzo, en el que en cuanto hombre, fuiste concebido, hasta el veinticinco de marzo, u ocho días después, en el que perdiste la vida en la cruz.

            Tú mismo te llamaste madre, cuando dijiste hablando con Jerusalén: ¡Cuántas veces quise meter tus hijos debajo de mis alas, como la gallina, y tú no quisiste! (Mt 23,37). Y para dar a entender que tu corazón tiene amor particular y ternura, te comparaste con la gallina, que es la que particularmente pierde su frescura, y se aflige por lo que toca a sus hijos. Y no sólo eres como ella, sino que la sobrepujas a ella y a todas las madres, como tú, Señor, dijiste por Isaías: ¿Por ventura se puede olvidar la madre del niño que parió de su vientre? Pues, si ella se olvidare, yo no me olvidaré de ti, porque te tengo escrita en mis manos, y tus muros están siempre delante de mí (Is 49, 14-16).

            ¿Quién, Señor, podrá escudriñar, por mucho que cave en tu corazón, los inefables secretos de amor y dolor que están encerrados en él? No te contentas, Señor, con tener un amor fuerte, y padecer trabajos de padre, sino que, para que no nos falte ningún regalo a nosotros y ningún trabajo a ti, quieres ser para nosotros madre en la ternura del amor, que les suele causar un afecto entrañable. Y aún más que madre, puesto que de ninguna leemos que, para estar acordándose siempre de su hijo, haya escrito un libro, en el que la pluma sean los duros clavos, y sus propias manos sean el papel; y que hincándose en las manos, y traspasándolas, salga sangre en lugar de tinta, que con graves dolores dé testimonio del gran amor interior, que no deja poner en olvido lo que delante de las manos traemos.

            Y si esto que pasaste en la cruz, clavados tus manos y tus pies, es cosa que excede a todo el amor de las madres, ¿quién contará aquel gran amor y gran dolor con que trajiste en el vientre de tu corazón a todos los hombres, gimiendo sus pecados con gemidos de parto, no durante una hora ni durante un día, sino durante todo el tiempo de tu vida, que fueron treinta años, hasta que, como otra Raquel, moriste de parto en la cruz, para que naciese Benjamín vivo? (cf. Gn 35,18).

            ¡Cuán justamente, Señor, puedes llamar a los hombres, si miras lo que pasaste por ellos, hijos de mi dolor, como llamó Raquel a su hijo (cf. Gn 35,18); puesto que el dolor que sus pecados te causaron, fue mayor que el deleite que ellos tomaron cuando pecaron! Y fue mayor tu humildad y quebrantamiento interior que el desacato y la soberbia, que ellos tuvieron contra el Altísimo, cuando le ofendieron, quebrantando sus leyes; para que de esta manera lo más venciese a lo menos, y tus dolores a nuestros pecados.

            Más te dolieron, Señor, los pecados ajenos de los que a ningún hombre le dolieron los propios…

            Dinos tú, Señor, por tu misericordia, ¿cómo tuviste fuerzas para sufrir aquella noticia tan triste, cuando de nuevo te fueron presentados todos los pecados de todos los hombres, amándolos mucho más que ningún hombre amó a otro, ni se amó a sí mismo, y siendo el mal, que de ellos viste, mayor, y conociéndolo tú por tal, que ningún otro mal pueda venir? ¿Y cómo, Señor, tuviste fuerzas para ver a tu divinidad ofendida, y vivir, puesto que no tiene medida el amor que le tenéis? ¡Y viviste, Señor, cuando oíste estas noticias y viviste con el dolor de ellas durante toda tu vida!

            Pero, si no te hubieran sido dadas fuerzas particulares para sufrir tales dolores, te hubieran causado la muerte, que menos dolores se la causaron a otros. De manera, Señor, que no una muerte, sino muchas te debo.

            Y aunque por estos dolores, que, como madre, pasaste por los hombres, puedes con mucha razón llamarlos hijos de mi dolor, según hemos dicho, pero, como también eres Padre, los llamas hijos de mi mano derecha (cf. Gn 35,18), como hizo Jacob, porque en ellos se ejercita y manifiesta la grandeza de tu poder, pues los sacas del pecado, y los pones en tu gracia en este siglo; y en el último día los pondrás a tu mano derecha, para que te acompañen en la gloria, sentados con gran reposo y seguridad, como tú, Señor, lo estás a la mano derecha del Padre, dando por bien empleado todo lo que trabajaste por ellos[1]."




[1] S. Juan de Ávila, Audi filia, cap. 80.

2 comentarios:

  1. ¡Qué hermosos sagrarios nos regala! ¡Qué bella la oración!

    Fundamental para el católico: “la forma de leer el Antiguo Testamento como tipo, figura y profecía del Nuevo Testamento” porque así lo leyó Jesús hombre. “orar de manera teológica… penetrando en su contenido: Cristo es el nuevo Adán”. Él es el hombre verdadero, el hombre tal y como Dios Padre lo quiso, lo “pensó”.

    “Adán fue un mal padre, pero tú, Señor…, diste la vida a los que el primer padre había matado”… todos sus hijos (los de Adán), que, mirados en sí mismos, son víboras ponzoñosas”. Sin Cristo el hombre es ‘un lobo para el hombre’ frase del comediógrafo romano Plauto aunque fue popularizada por Hobbes, o ‘el infierno es el otro’, la famosa frase de Sartre.

    Me encanta, pues me confirma, que contemple no sólo los años de su vida pública sino los treinta y tres años enteros.

    “te llamaste madre… amor particular y ternura… la gallina, que se aflige por lo que toca a sus hijos“ ¡Cuantas veces me han llamado mamá gallina! los amigos que hoy me dicen ¡Que suerte has tenido con tus hijos! Se ha demostrado que una madre es capaz de levantar un coche accidentado para sacar a su hijo de debajo del coche, una madre con vocación de madre es capaz de cualquier sacrificio y Él “sobrepujas a ella y a todas las madres”. No olvidaré nunca aquel momento de lucidez en el que puse a mis hijos en sus manos y en las de su Madre, pues llega un momento en la vida de tus hijos que lo más sensato son las lágrimas y oraciones como las de santa Mónica pues tus alas se quedan muy cortas.

    Somos hijos de tu dolor pues “fue mayor tu humildad y quebrantamiento interior que el desacato y la soberbia… cuando le ofendieron, quebrantando sus leyes.. Más te dolieron, Señor, los pecados ajenos de los que a ningún hombre le dolieron los propios”. El gran valor del ofrecimiento de la vida como oración de intercesión por los otros, sobre todo por esos que tienen como "entretenimiento chincharnos”.

    “De manera, Señor, que no una muerte, sino muchas te debo”. Cuando era una niña pequeña no entendía a los santos que decían más o menos: ‘cuantas veces merecí la muerte y me perdonaste’ o la frase de santa Catalina de Siena; 'yo soy el reo y Tú el ajusticiado'. Ya de adulta, repito muchas veces ‘no una muerte, Señor, sino muchas te debo’.

    Procurad tened todos un mismo pensar y un mismo sentir (de la lectura breve de Vísperas).



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  2. JUlia María:

    Me gustó mucho esta plegaria, tan al estilo patrístico, tan imbuida del pensamiento de tipos y figuras de los Padres.

    Los Sagrarios: siempre que hay buena luz, los fotografío. ¡¡¡Es que Cristo está ahí!!! Y le tengo un especial cariño al Sagrario desde pequeño.

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