Es el Ungido por excelencia, Aquel en quien reposaba plenamente el Espíritu del Señor, ungido de modo invisible. Hasta tal punto que se le llama propiamente "Jesucristo", es decir", Jesús el Ungido.
Con el Espíritu Santo que lo ungió, Jesús lleva a cabo toda la obra de la redención, es vivificado en su santa Resurrección y glorificado. Entonces para nosotros, y para la Iglesia toda, se convierte en Señor del Espíritu, y su santísima Humanidad glorificada es la fuente del Espíritu para todos, haciéndonos así partícipes de su Unción, partícipes de su Espíritu Santo.
"Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo" (Hch 10,38): así definió san Pedro a Jesús al anunciarlo a los hombres.
"El nombre de Jesús es un vocablo hebreo y significa salvador. Cristo proviene de cisma, es decir, de la unción... Cristo es un nombre sacerdotal o regio, pues antiguamente eran consagrados mediante el óleo de la unción tanto los sacerdotes como los reyes. Pero éstos, mortales y corruptibles, eran ungidos con ungüento de materia corruptible, mientras que Jesús devino Cristo por haber sido ungido por el Espíritu Santo" (Rufino de Aquileya, Expl. Simb., 6).
Nuestro Salvador recibe el Espíritu Santo para sí mismo en su humanidad y, a la vez, para poder comunicarlo y transmitirlo desde su santa Pascua. Es Ungido en cuanto hombre, sobre todo, por nosotros, en orden a nuestra santificación.
"Mirad y reconoced la verdad, arrianos, aunque sólo sea aquí. El salmista ha dicho que todos nosotros somos partícipes del Señor. Si procediese de la nada y fuese una de las cosas que han llegado a ser, también Él tendría que ser uno de los que participan, pero dado que le canta como Dios eterno, cuando dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos, y ha quedado demostrado que todas las demás cosas participan de Él, ¿qué otra cosa es necesario pensar, sino que es distinto de las cosas que han llegado a ser y que sólo Él es el Logos verdadero del Padre, resplandor y Sabiduría, del cual participan todas las cosas que han llegado a ser y son santificadas por Él en el Espíritu?
Y entonces en este pasaje no es ungido para llegar a ser Dios (pues ya lo era antes de esto), ni tampoco para llegar a ser rey (pues también eternamente reina, al existir como imagen de Dios, conforme muestra el texto de la Escritura), sino que nuevamente también esto está escrito en favor nuestro. También los reyes, según la costumbre de Israel, llegaban a ser reyes en el preciso momento en que eran ungidos, y no eran reyes antes, como en el caso de David, Ezequías, Josías y los demás. Pero en el caso del Salvador sucede lo contrario, al ser Dios, reinar siempre sobre el reino del Padre y ser Él mismo el dispensador del Espíritu Santo.
No obstante, se dice ahora que es ungido, nuevamente para que así como se afirma que es ungido con el Espíritu en cuanto hombre (como sucede cuando es ensalzado y resucita), así también prepare para nosotros los hombres la inhabitación y la familiaridad del Espíritu" (S. Atanasio, Contra Arrianos I, 46).
Cristo nos unge y con su Unción nos conforma a Él, nos configura con Él. El Espíritu Santo trabaja en nuestras almas el rostro de Cristo como divino Artista. Así seremos ungidos por el Ungido.
Los sacerdotes, los reyes y los profetas debían ser ungidos y Cristo, el Mesías, reunía estas tres dignidades en Su Persona. El término Cristo o Mesías era un título que, después de la Resurrección, se convirtió gradualmente en una designación: el rey definitivo que el Padre había enviado, cuyo reino ya no tendría fin.
ResponderEliminarIsrael, había ya empezado a proclamar ‘El Señor es rey’. Nosotros, los cristianos damos aún un paso más adelante pues sabemos que el Mesías es aquél a quien el Padre consagró, ungió, y envió al mundo, y que no es sólo un enviado de Yahvé sino el Hijo de Dios por naturaleza, rey definitivo de toda la humanidad pues Él lo dijo: “Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos... Envió de nuevo otros criados… Por último, mandó a su hijo… Éste es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”.
Debemos poner un cuidado especial, en una época tan secularizada, de no dar un paso atrás en la comprensión del término ungido referido a Jesús.. Si el progreso de la revelación judeo-cristiana hizo que el pueblo escogido pasara progresivamente de la esperanza en un Mesías temporal a la expectación del reino definitivo de Dios, aquel reino del que Cristo afirmó que no era de este mundo, no demos ni un paso atrás revertiendo nuestra esperanza a una mera mejora de nuestro mundo y de sus estructuras, no sustituyamos nuestra esperanza en el reino definitivo de Cristo por “el bienestar”. Podemos luchar por un mundo material mejor, más justo, pero éste nunca será nuestro mundo pues no era el mundo de Jesucristo.
Cristo fue ungido por el Padre con el Espíritu Santo, como dice san Pedro. Y del mismo modo que Cristo verdaderamente fue crucificado, sepultado y resucitó, a nosotros se nos concede en el bautismo y por medio de los sacramentos que acompañan nuestra vida de fe, sobre todo la confirmación, penitencia y eucaristía, ser crucificados con él, sepultados y resucitar; hemos sido hechos partícipes de la misma suerte de Cristo; se nos ha dado a Cristo y con Él, al Espíritu Santo.
Seamos dignos de la santa unción realizando la verdad del nombre de cristiano por medio del nuevo nacimiento, guardando incontaminada, inmaculada, irreprensible esta unción, realizando buenas obras y agradando al autor de nuestra salvación, Cristo Jesús.
¡Oh sagrado banquete en que Cristo se da como alimento! En él se renueva la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la futura gloria. Aleluya (de las antífonas de Vísperas).