domingo, 13 de octubre de 2013

Cristo Médico

Aunque en el Evangelio y en todo el Nuevo Testamento nunca se califique a Cristo directamente como "Médico", sabemos que hay toda una tradición bíblica que habla de Dios como Aquel que sana, que venda las heridas y que es nuestra salud. "Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo curo" (Dt 32,39). Jesús mismo en el Evangelio se convierte en Fuente de vida y salud, su Cuerpo -hasta su manto- posee una fuerza curadora que Él sabe y siente, como sintió al ser tocado por la hemorroísa (Lc 8, 46): Sintió una fuerza que había salido de Él. Nuestro Señor, además, para explicar su misión redentora entre los hombres y su proximidad a los que la Ley de Israel consideraba impuros, emplea la imagen del médico: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Lc 5,32).

La Iglesia, desde el principio, asumió esta imagen y la aplicó a Cristo. No dudó en llamarlo "Médico de los cuerpos y de las almas", como hizo bien pronto san Ignacio de Antioquía (A los Efesios 7,2) y la patrística empleó esta metáfora en muchísimas ocasiones. Cristo es médico celestial, Cristo es la salud del cuerpo y del alma, de la persona entera. La redención entonces se explica con la categoría de la medicina y del médico que restituyen la vida plena al hombre.

"Cristo es el verdadero "médico" de la humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por sus consecuencias... [Jesús] Al inicio de su ministerio público, se dedica completamente a la predicación y a la curación de los enfermos en las aldeas de Galilea. Los innumerables signos prodigiosos que realiza en los enfermos confirman la "buena nueva" del reino de Dios" (Benedicto XVI, Ángelus, 12-febrero-2006).


Como Médico del cuerpo, el Señor puede actuar -si conviene para la salvación- mediante la santa Unción de enfermos y la Eucaristía; Médico del alma, el Señor sana por el Bautismo y la Penitencia. 

Las enfermedades del alma no son pocas ni menos graves: soberbia, ira, avaricia, envidia, gula, lujuria y pereza, que van minando al hombre por completo hasta dejarlo postrado. O las hijas de estas enfermedades:  "Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo" (Gal 5,16).

Sólo Cristo y su Gracia puede curar y sanar de tantas enfermedades, a condición de reconocer la enfermedad, descubrir las propias llagas, y suplicar al Señor que salve y cure, pidiendo perdón.

Sólo Cristo puede curar porque para eso ha sido enviado por el Padre.Y recordemos que el cuerpo quedará totalmente sanado, curado, por la resurrección del último día, donde Cristo resucitará a los que están unidos a Él.

Cristo Médico quiere ofrecernos a todos la salud, la vida plena.

"Hoy el pasaje evangélico narra la curación de un leproso y expresa con fuerza la intensidad de la relación entre Dios y el hombre, resumida en un estupendo diálogo: "Si quieres, puedes limpiarme", dice el leproso. "Quiero: queda limpio", le responde Jesús, tocándolo con la mano y curándolo de la lepra (Mc 1,40-42). Vemos aquí, en cierto modo, concentrada toda la historia de la salvación: ese gesto de Jesús, que extiende la mano y toca el cuerpo llagado de la persona que lo invoca, manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de sanar a su criatura caída, devolviéndole la vida "en abundancia" (Jn 10,10), la vida eterna, plena, feliz.

Cristo es "la mano" de Dios tendida a la humanidad, para que pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad y de la muerte, apoyándose en la roca firme del amor divino" (Benedicto XVI, Ángelus, 12-febrero-2006).

5 comentarios:

  1. CRISTO sana, Padre. Es para mi un hecho patente. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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  2. Dos hechos, actitudes, me impactan sobremanera en las curaciones de Jesús: la fe y el escaso agradecimiento. En cuanto a la fe. La hemorroísa y el centurión, cuyas palabras repetimos antes de comulgar: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo pero mándalo de palabra y sanará mi criado” (“digno” en masculino ¡Por favor!).

    Respecto al agradecimiento. Las limitadas muestras: la suegra de Pedro (“les sirvió”); el endemoniado de Marcos 5 (“quiso seguirle”); el hijo de la viuda de Nain (“alababan a Dios”); el ciego de nacimiento de Juan 9 y uno de los diez leprosos de Lucas 17 (“se postró”, “postrándose… le daba gracias”); la pecadora que le unge los pies. No en balde Jesús se Queja con amargo realismo: “me buscáis porque habéis comido hasta saciaros”.

    En los binarios de los ejercicios, san Ignacio nos advierte la actitud frecuente de quien quiere el efecto pero no la causa: que Dios vaya adonde él quiere, no ir él adonde quiere Dios.

    ¡Gracias, Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad!

    (Mi vinculación con los mártires hace que recuerde que la Diócesis de Cartagena celebra la vida y muerte de cuatro valientes hijos de la Iglesia en el sureste español, beatificados hoy. La Iglesia sigue siendo ahora mártir en otros países.


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    1. Julia María:

      Su anotación sobre el "no soy digno" en masculino, me permite recordar que ya dediqué una catequesis a ese punto:

      http://corazoneucaristicodejesus.blogspot.com.es/2012/10/los-invitados-la-cena-del-senor-no-soy.html

      Saludos.

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  3. Añado el resumen de la homilía que he predicado hoy, tal como lo he colgado en mi muro de Facebook:

    "Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros".

    Como leprosos, acerquémonos al Médico divino. No le ocultemos llagas ni heridas ni debilidades... ni nos apartemos de su mirada, ni dejemos la oración personal por sentirnos indignos o hipócritas. ¡Es Médico! No le damos asco -como a otros- ni le repugnamos.

    Y demos gracias siempre: en la Eucaristía (: acción de gracias) se da gracias por el don de Cristo, pero siempre se incluyen, se recapitulan, nuestras pequeñas acciones de gracias a Dios... así seremos agradecidos a Dios y, por extensión, a los demás: seamos agradecidos, reconozcamos y valoremos los dones que recibimos de Dios y de los demás, porque no nos los merecemos. Nos los dan porque nos aman.

    ¡Gracias! y con toda la "intensidad" posible, ¡gracias!

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    1. ¡Bellísima! Y clarita como el agua.

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