"Pero para estar en vela será muy útil el ayuno. Pues igual que al soldado le estorba el peso de una carga excesiva, al monje [en general, al hombre de Dios] también a la hora de estar en vela lo entorpece la abundancia de comida. y es que no podemos velar cuando nuestro estómago está cargado de manjares, sino que, rendidos de sueño, perdemos los frutos que ganamos al velar y le causamos un grandísimo perjuicio a nuestra alma. Así pues, velas [vigilias] y ayunos están unidos.
Para que en ti puedan florecer en su conjunto las virtudes del alma, que la carne esté sometida a tu alma y que la esclava esté al servicio de su señora. No le procures fuerzas a tu cuerpo, no sea que mueva guerra contra tu espíritu, sino que la carne esté siempre sometida al espíritu y obedezca las órdenes del espíritu. No engordes a la esclava, para que no le haga desaire a su señora, sino que como sierva se entregue a complacerla en todo. Pues igual que a los caballos se les pone el freno, pongámosle así el freno del ayuno a nuestro cuerpo. En efecto, lo mismo que si el cochero les afloja el freno a los caballos, estos se van a todo correr y caen con él en el precipicio, así también, si el alma no le pone el freno al cuerpo, ambos caen rodando en el abismo del infierno.
Sé siempre para tu cuerpo el más experto cochero, para que puedas dirigir tus pasos por el sendero recto. Pues demasiada comida no sólo le hace daño al alma, sino también, y más aún, a nuestro cuerpo. Y es que con frecuencia por la gula del estómago se quiebran las fuerzas y además por la abundancia de comida sufrimos plétora de sangre y muchísimo malestar provocado por la bilis. Y lo mismo que esto es perjudicial para el alma y el cuerpo, también les sirven de remedio a ambos los ayunos moderados.
Dentro, pues, de nuestras posibilidades, rehuyamos las delicias del mundo y la opulencia en la comida, para que nunca, a la hora del tormento, busquemos en medio de las llamas una gota de agua ni aceptemos refrigerio alguno"
(S. Basilio Magno, Exh. a un hijo espiritual, n. 13).
Intuyo que el ayuno, aparte de eso, nos proporciona también el contacto con nuestra propia fragilidad. Además de que el espíritu dirija al cuerpo, también nos proporciona ese autoconocimiento de nuestro propio ser. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
ResponderEliminar¡Qué bien lo expresa san Basilio! Contestaría al santo exclusivamente: Si, padre.
ResponderEliminarSólo decir que, como afirmó el papa Benedicto XVI, el hombre de hoy, desafortunadamente, no considera el ayuno como arma espiritual y tiene en muy baja estima el valor de la cruz como consecuencia de la vida cómoda y materialista que vivimos.
Abstenernos de gran número de “cosas” que nos complacen pero “nos duermen”, que entorpecen estar en vela como las vírgenes prudentes, crea un hábito de renuncia y orienta totalmente la voluntad hacia Dios.
En oración ¡Qué Dios les bendiga!