jueves, 14 de marzo de 2013

Cáliz de pasión, nuestros sufrimientos

La oración de Jesús en Getsemaní es una agonía, una lucha.

Ve lo que se le avecina y su voluntad humana se resiste, tiene miedo, se angustia, hasta poder unirse a su voluntad divina de Hijo y rendirse, abandonándose al Padre, entregándose libremente.


¡Cáliz de pasión!

"Aparta de mí este cáliz..."

Por una parte, el terror ante la muerte violenta que sabe que se le acerca ya, que es inminente, le provoca pavor. Jesús es plenamente hombre por su Encarnación, su cuerpo no es aparente y los sufrimientos y dolores van a ser muy reales. ¿Quién quiere una muerte así? A gritos y con lágrimas -dirá la carta a los Hebreos- suplicó al que podía librarlo de la muerte cuando en su angustia fue escuchado (sí, escuchado: no conoció la corrupción, la muerte eterna, sino que triunfó su Vida).


Pero es la hora de las tinieblas, que se acercan amenazantes. El hombre ha sido creado para la vida y lo más contrario es la muerte; su instinto más hondo es un deseo de vida plena. 

En Cristo es una conmoción honda hasta hacerle sudar gotas de sangre: ¡terrible la tensión a la que estuvo sometido!

Sufría además quien es la Vida ante el abismo de la muerte, de la destrucción, del mal, es decir, lo más contrario a Él mismo. Y sufre viendo el porqué: ese cáliz de la pasión está lleno de los dolores de los hombres, compendia los sufrimientos de todos y cada uno de los hombres, sus hermanos, así como de las injurias de los hombres, las humillaciones a las que unos someten a otros, los pecados y la maldad, la rebeldía y la envidia, la soberbia y el odio... ¡y tanta cerrazón al amor del Padre, tanto endurecimiento al amor de Dios!

¡Cáliz amargo! que le hace saborear lo repugnante que es el pecado. ¡Y nosotros no le damos la suficiente importancia!

"Precisamente porque es el Hijo, ve con extrema claridad toda la marea sucia del mal, todo el poder de la mentira y la soberbia, toda la astucia y la atrocidad del mal, que se enmascara de vida pero que está continuamente al servicio de la destrucción del ser, de la desfiguración y la aniquilación de la vida. Precisamente porque es el Hijo, siente profundamente el horror, toda la suciedad y la perfidia que debe beber en aquel "cáliz" destinado a él: todo el poder del pecado y de la muerte. Todo esto lo debe acoger dentro de sí, para que en Él quede superado y privado de poder" 

(J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, vol. II, Madrid 2011, p. 184).


2 comentarios:

  1. Presenciamos y acompañamos un acto sacerdotal, Jesús intercede ante el Padre, que es lo propio del sacerdocio; Él, que es Dios amoroso para el hombre e hijo amoroso y obediente para el Padre, se pone en medio de la santidad de Dios y el pecado del hombre, su corazón, su cuerpo, tensionado al punto de la ruptura. Tener el corazón de Dios para los hombres y ser embajadores de los hombres ante Dios suena muy poético, pero no se puede realizar sino siguiendo el camino de Cristo llevando sobre nosotros todo el horror de la Humanidad; sólo con el corazón triturado se puede clamar: ¡Misericordia, Señor, para este mundo!

    El Ángel, primer testigo de la gloria que Dios habría de revelar en la obra de la redención, le consolaba, no le aminoró el sufrimiento, no le cambió de camino ni le quitó los obstáculos, sino que le dio fuerzas para recorrerlo. Una enseñanza: la misión no es eliminar el dolor ni llevarte por donde no sufras, sino darte fuerza para que avances por la senda que Dios quiere para ti.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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  2. Intuyo que hay quien quiere eliminar el sufrimiento de la vida humana. Pretensión utópica, porque el sufrimiento forma parte del ser humano. Pretensión inútil. ¡Qué bueno que CRISTO nos haya enseñado como convivir con el sufrimiento en esta vida! Alabado sea DIOS. Sigo rezando.

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