El panorama actual se nos presenta difícil. Vemos la tele, oímos la radio, leemos el periódico, curioseamos las páginas de Internet y parece que todo sea conflicto, angustia, división; oteamos entonces el horizonte y lo vemos todo negro. La vida de cada persona pasa también sus momentos malos, de crisis y oscuridad. Ante un suceso inesperado, un problema, no se ve salida, incluso no parece que uno se pueda fiar de nada ni de nadie y, por consiguiente, ¿qué esperar? ¿en quién confiar y esperar?

El hombre pretende, orgullosamente, hacerlo él todo, arreglarlo todo, y en el presente caduco que vivimos, instalarnos cómodamente porque el futuro no existe ni nadie puede construirlo. Se vive, pues, en la desesperación, en la angustia. Es uno de los dramas de nuestra época. Se camina sin ilusión y sin esperanza, hastiados, aburridos de todo. Falta algo que es superior: la esperanza, que, para ser esperanza auténtica, sólo se puede poner en Dios, que nunca falla, que nunca abandona a sus hijos. Si al otear el horizonte, éste se ha visto negro y oscuro, es porque no se ha mirado arriba, al cielo, a Dios, donde un rayo de luz anuncia al hombre algo hermoso: que hay un futuro que se va a hacer realidad, que hay algo más, el proyecto de Dios sobre cada persona, que se va a realizar en tiempo oportuno.
Esta esperanza anima al hombre, lo resitúa. La realidad, el sufrimiento, la enfermedad, se iluminan: ¡vale la pena esperar en Dios! Mejor aún, esperar, sólo se puede esperar en Dios. En situaciones “desesperadas”, en problemas que agobian, es bueno, es necesario, acudir al Señor y poner en Él el corazón, como dice la Escritura: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). El salmo 61 es un buen salmo para la esperanza: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar, no vacilaré... pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón, que Dios es nuestro refugio”.
Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre
todos juntos, para derribarlo
como a una pared que cede
o a una tapia ruinosa?
Sólo piensan en derribarme de mi altura,
y se complacen en la mentira:
con la boca bendicen,
con el corazón maldicen.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.