viernes, 30 de abril de 2010

Primeras comuniones

La cincuentena pascual es el tiempo propicio para participar de la vida de Cristo mediante los sacramentos. La Pascua es el gran tiempo sacramental: si queremos vivir del Resucitado, tener vida en nosotros, los sacramentos son la gran respuesta, el gran don, el acontecimiento de una comunicación de vida y amor. Es es en este tiempo glorioso cuando el Bautismo cobra nueva luz, cuando jóvenes y adultos reciben el Don del Espíritu en el sacramento de la Confirmación (la Crismación), los niños en edad escolar participar por vez primera de la Eucaristía, los enfermos son Ungidos con el Santo Óleo y los candidatos al ministerio reciben la imposición de manos en el sacramento del Orden.

Detengámonos en las Primeras comuniones.
Prescindamos del aspecto social/consumista del que ahora están revestidas.
Y vayamos un poco a la liturgia.


Hemos de entender que hablamos de la celebración litúrgica, no de ninguna fiesta infantil, ni de un número de teatro de catequesis. Y, sin embargo, la mentalidad es convertir esta Eucaristía en una fiesta infantil, con auténticas niñerías que desfiguran el sentido de la liturgia, de la adoración, de la oración, de la Presencia. Hemos introducido desgraciadamente un lenguaje de happening, de juegos didácticos en el ámbito de lo sagrado. Quienes participan en ellas, difícilmente podrán alcanzar a ver la grandeza del Sacramento, sino la "actuación" de su niño, lo "simpático" que ha estado todo. Y precisamente esta es la mentalidad de muchísimos catequistas y de muchísimos sacerdotes.

El "presbiterio" significa lugar de los presbíteros y de los ministros para el recto desarrollo de la acción litúrgica. Por tanto no es el lugar de los niños que van a hacer su primera comunión; van a ser fieles cristianos más plenamente por la Comunión, y su lugar propio es entre los fieles. Subirlos al presbiterio es considerar éste en clave de escenario para que todos vean a los niños hacer su "numerito". Incluso luego viene el problema añadido, si no caben, de ajustar el presbiterio: se mueve el ambón (¿pero es que no es el ambón fijo, elevado, solemne? -Pues encima se pone un simple micrófono para que los niños hagan las lecturas ya que no llegan al ambón), reemplazar la sede del sacerdote, o quitarla de su ámbito normal, arrinconar el cirio pascual porque estorba la foto de los niños, etc.

Los niños en esa celebración participan, ¡claro que sí!, pero su modo de participación es TAN ESPECIAL, único, intransferible, que consiste en comulgar por vez primera con el Señor resucitado. Esa es su participación. Comulgan, rezan, oran, dan gracias, se unen a toda la asamblea cristiana como miembros que participan de la Mesa santa. Pero participar no significa intervenir en todo. La ministerialidad  aquí es importante.

En las primeras comuniones los niños deben estar tranquilos, en su sitio. Las lecturas las harán los lectores, es decir, personas adultas -padres o catequistas-; las peticiones para que los fieles oren las realizará el diácono o un lector a tenor de la Ordenación del Misal: los niños oran a cada petición. Y es así porque los niños deben ver la normalidad de cada Eucaristía parroquial en la que van a participar cada domingo.

Las ofrendas deben ser realmente ofrendas: pan y vino para la Eucaristía y donativos para la iglesia y los pobres. Sobran las ofrendas simbólicas y rompen la dinámica de la procesión de ofrendas esa moda realmente fuera de lugar de explicar cada ofrenda; si hay que explicarla es que es poco clara.

El signo litúrgico de la paz es ocasión de gran revuelo cuando el sacerdote (¡autocreyéndose un gran pastoralista y una autoridad eminente en liturgia!) provoca que todos los niños se muevan les den la paz a sus padres y a sus abuelitos y el mismo sacerdote baja del presbiterio para dar la paz a todos. ¿Tan difícil es entender el signo de la paz? Ni es un saludo ni es una felicitación... es la comunión entre los miembros del Cuerpo de Cristo para poder comulgar el Cuerpo del Señor. El Misal lo deja muy claro: se dé la paz sobriamente cada cual al que tenga a su lado; el sacerdote no baja del presbiterio sino da la paz a los ministros más cercanos a él. Un poco de sobriedad no viene mal.

No existe en ningún lugar ni documento la "acción de gracias", que tan sentimental parece, en la que después de la comunión alguien lee una oración dando gracias por todo lo habido y por haber. ¿Qué es la acción de gracias? Es el canto o silencio después de la comunión y la oración de postcomunión que recita el sacerdote en nombre de todos. Ésta oración es la acción de gracias. Lo otro es un doblete sin sentido.

Repitamos el principio fundamental: No es una Misa de niños, para niños, y con liturgia inventada sino la Eucaristía parroquial en la que ellos comulgan por vez primera; será más solemne, pero es la liturgia normal de la parroquia y no una fiesta infantil-pueril. Participar no es intervenir ejerciendo un serviciolitúrgico; el modo de participación propio y exlucisvo de los niños es comulgar por vez primera, ver que se reza por ellos en la oración de los fieles y en el embolismo propio de la anáfora eucarística.

¡Si lo entendiéramos así! En estos días las tandas de comunión son quebraderos de cabeza: párroco o catequista ilustrada quieren que cada niño "haga algo", multiplicando las intenciones, las ofrendas... lo que sea para que todos intervengan.

No nos extrañe entonces que la liturgia de las primeras comuniones ni evangelice a los asistentes, ni se palpe una experiencia de Dios y de lo sagrado, ni que los niños cuando crezcan unan el concepto iglesia-experiencia de "cuando yo era niño". ¡¡Que son niños, pero no tontos!!

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