En el
Bautismo de niños
El
ritual del bautismo de párvulos actual pretende ser una síntesis adaptada de
todo el proceso del Bautismo de adultos. Por eso contiene muchos elementos del
proceso catecumenal de adultos, tales como la unción con el óleo de
catecúmenos, el effetá o, en este caso, el exorcismo.
Esta
oración de exorcismo concluye la oración de los fieles y prepara la unción con
el óleo de los catecúmenos (cf. RBN 69).
Reza
así:
Dios todopoderoso y
eterno,
que has enviado tu Hijo
al mundo,
para librarnos del
dominio de Satanás, espíritu del mal,
y llevarnos así,
arrancados de las tinieblas,
al Reino de tu luz
admirable;
te pedimos que estos
niños
lavados del pecado
original,
sean templo tuyo,
y que el Espíritu Santo
habite en ellos (RBN 119).
En
Apéndice, el ritual ofrece otra oración de exorcismo ad libitum:
Señor Dios
todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo
único
para que el hombre,
esclavo del pecado,
alcance la libertad de
tus hijos.
Tú sabes que estos
niños van a sentir
las tentaciones del
mundo seductor
y van a tener que
luchar contra los engaños del demonio.
Por la fuerza de la
muerte y resurrección de tu Hijo,
arráncalos del poder de
las tinieblas
y, fortalecidos con la
gracia de Cristo,
guárdalos a lo largo
del camino de la vida (RBN 215).
Sentido de
los exorcismos menores en catecúmenos adultos y niños
Los
exorcismos tienen sentido y razón de ser porque el pecado es real, no es un
simple defecto de la personalidad, o un fallo psicológico, y porque Satanás es
real y acecha, como enseña constantemente la Escritura. El demonio busca
nuestra caída, apartarnos de Cristo, enredarnos en mil tentaciones para vivir
en su dominio de tiniebla.
La
Tradición empleó así los exorcismos a los catecúmenos para sustraerlos del
influjo del diablo y que pudieran vencer las tentaciones y cambiar de vida.
Ya
la catequesis inicial de S. Cirilo de Jerusalén animaba a vivir el catecumenado
y los exorcismos con interés y provecho:
“El tiempo presente es tiempo de confesión, confiesa todo
lo que hiciste, de palabra o de obra, tanto de noche como de día. Reconócelo en
el tiempo aceptable, y recibe el tesoro celestial en el día de la salvación.
Entra con interés en los exorcismos. Sé asiduo a la catequesis…” (Cat. I,5).
Teodoro
de Mopsuestia, en el ámbito antioqueno, habla del ejercicio de los exorcistas
como muy necesario y conveniente para los catecúmenos:
“La razón, pues, de esta interrogación y del examen es que
respondáis con verdad, puesto que, en el don del santo bautismo, claramente os
sustraéis a la esclavitud del usurpador que sufrieron y cumplieron todos los
jefes de nuestro linaje, comenzando por Adán. Es por eso por lo que Satán está
estimulado, él que es hasta tal punto nuestro adversario que no tuvo reparos en
combatir contra nuestro Señor. Pensaba de él que fue sólo hombre a causa de su
apariencia. Y pensaba que podía mediante sus astucias y sus tentaciones,
apartarlo del amor hacia Dios. Pero como vosotros no sois capaces por vosotros
mismos de sostener con Satanás un proceso y un combate, es necesario servirse
del ministerio de los llamados exorcistas: son para vosotros garantes de la
ayuda divina. Mediante un gran clamor, en efecto, de muy larga duración, piden
que el que tanto os odia sea castigado y que, por su sentencia el juez decida
su alejamiento, de modo que incluso no tenga la menor ocasión ni posibilidad de
obrar mal contra nosotros. Escaparemos así totalmente a su esclavitud,
viviremos en una verdadera libertad y retendremos esta inscripción de ahora”
(Hom. XII, n. 22).
También
san Agustín, en el norte de África, practica los exorcismos y los explica
ampliamente en un bello sermón:
“Aquí es donde está vuestro estadio, aquí está la lucha de
los que combaten, la carrera de los que corren y el pugilato de los que
golpean. Si queréis derrotar con vuestros brazos el peligrosísimo enemigo de
vuestra fe, dejad el mal y abrazad el bien. Si queréis correr de modo que
alcancéis el triunfo, huid de la iniquidad e id detrás de la justicia. Si
queréis combatir de tal modo que no deis golpes al aire, sino que golpeéis
virilmente al enemigo, mortificad vuestro cuerpo y reducidlo a servidumbre, de
modo que, absteniéndonos de todas las cosas y luchando legítimamente, triunféis
tomando parte en la bravura celestial y en la corona incorruptible. Lo cual lo
hacemos invocando sobre vosotros el nombre de nuestro Redentor y vosotros
completadlo con un examen y con el arrepentimiento de vuestro corazón. Nosotros
resistamos a los engaños del viejo enemigo mediante súplicas e invocaciones de
Dios. Vosotros persistid en vuestros deseos y en la contrición de vuestro
corazón para que seáis liberados del poder de las tinieblas y seáis trasladados
al reino de su claridad. Ésta es ahora vuestra obra y ésta es vuestra labor.
Nosotros acumulamos contra él las maldiciones dignas de sus pecados. Por
vuestra parte, con vuestro apartamiento y vuestra renuncia declaradle una lucha
que será gloriosísima. Este enemigo de Dios, vuestro e inclusive de sí mismo,
ha de ser quebrantado, encadenado y expulsado, pues su furor es desvergonzado
contra Dios y nefasto en contra vuestra e incluso pernicioso para sí mismo.
Maquine muertes por todas partes, tienda trampas, agudice sus numerosas y
engañosas lenguas: expulsad de vuestros corazones todo su veneno invocando el
nombre del Salvador” (S. Agustín, Serm. 216,6).
Exorcismos
sobre las materias sacramentales
Hasta
la actual reforma litúrgica, que los ha suprimido, la liturgia también rezaba
un exorcismo no sólo sobre personas, sino también sobre algunas materias
sacramentales, antes de recibir su bendición solemne. Es el caso del agua
bautismal, así como de cada uno de los tres óleos, el de Enfermos, el de
catecúmenos y el santo crisma.
Fue
una adición de la liturgia franco-carolingia el anteponer un exorcismo a la
bendición de los óleos, que ya hallamos en el sacramentario Gelasianovetus
(siglo VIII). Así era la oración:
Te
exorcizo criatura del aceite, en nombre de Dios Padre omnipotente,
y
en nombre de Jesucristo su Hijo, y del Espíritu Santo,
para
que por esta invocación de la potestad trina,
y
por la virtud de la Deidad,
toda
fuerza malísima del adversario,
toda
inveterada malicia del diablo,
todo
ataque de violencia,
todo
fantasma [¿imagen?] confuso y ciego,
sea
erradicado y rechazado y desaparecido de la criatura de este óleo,
constituida
para utilidad del hombre
para
que esta unción sea purificada para los divinos sacramentos
a
fin de la adopción de la carne y del espíritu en aquellos que serán ungidos con
él para la remisión de todos los pecados;
realiza
en ellos un corazón puro,
santificado
para toda gracia espiritual.
Por
el mismo Jesucristo Señor nuestro,
que
vendrá en el Espíritu Santo a juzgar a vivos y muertos
y
al siglo por el fuego. Por el Señor.
“Podríamos estar tentados de extrañarnos de que
se exorcice el óleo antes de bendecirlo. En realidad, estas fórmulas, si las
examinamos de cerca, nos ofrecen la forma cristiana de ver las realidades
terrestres. Las criaturas irracionales no son ni buenas ni malas. Pueden ser
utilizadas para el mal o para el bien, para Satanás o para el Señor. Pero nos
podemos servir de todo lo creado para Dios: los remedios corporales, e incluso
los perfumes” (A. G. MARTIMORT, La catéchèse de la bénédiction des
saintesHuiles, en LMD 41 (1955), pp. 70-71).
La
materia, que está desordenada por el pecado original –la creación gime…- recibe
las huellas del pecado. Los exorcismos sobre las materias sacramentales las
liberaban del influjo del pecado y del diablo –el príncipe de este mundo- para
ponerlas al servicio de la obra redentora de Cristo.
También
la solemne bendición del agua bautismal, hoy enormemente empobrecida, recibía
su peculiar exorcismo.
La plegaria se fue enriqueciendo con símbolos
distintos y con una mayor ritualidad que visibilizaban las palabras que se
pronunciaban; “todos estos ritos y ceremonias… pueden ser considerados muy
sugestivos y fácilmente ilustrativos”[1]. Lo dramático y visual se
conjugaban con expresividad:
1)
dividir con la mano las aguas bautismales en forma de cruz,
2)
el tocar el agua con la mano a modo de exorcismo[2],
3)
una triple señal de la cruz sobre el agua,
4)
dividir el agua y lanzarla hacia los cuatro puntos cardinales,
5)
signación sencilla,
6)
la insuflatio sobre las aguas, tres veces, en forma de cruz,
7)
la introducción del cirio pascual por tres veces en la fonsbaptismatis.
Junto a todo esto, al final, estaba
la infusión de los santos óleos sobre las aguas: primero del óleo de los catecúmenos,
luego del crisma y después de los dos conjuntamente, para, después, esparcirlos
con la mano por toda la fuente bautismal.
Sin que hubiera una oración previa
de exorcismo sobre el agua, sí que la misma bendición y sus ritos tenían un
carácter de exorcismo sobre las aguas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario