jueves, 26 de diciembre de 2024

Los exorcismos (Ritos y gestos - XV), y 2ª parte



En el Bautismo de niños

            El ritual del bautismo de párvulos actual pretende ser una síntesis adaptada de todo el proceso del Bautismo de adultos. Por eso contiene muchos elementos del proceso catecumenal de adultos, tales como la unción con el óleo de catecúmenos, el effetá o, en este caso, el exorcismo.


            Esta oración de exorcismo concluye la oración de los fieles y prepara la unción con el óleo de los catecúmenos (cf. RBN 69).

            Reza así:

Dios todopoderoso y eterno,
que has enviado tu Hijo al mundo,
para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal,
y llevarnos así, arrancados de las tinieblas,
al Reino de tu luz admirable;
te pedimos que estos niños
lavados del pecado original,
sean templo tuyo,
y que el Espíritu Santo habite en ellos (RBN 119).

            En Apéndice, el ritual ofrece otra oración de exorcismo ad libitum:

Señor Dios todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo único
para que el hombre, esclavo del pecado,
alcance la libertad de tus hijos.
Tú sabes que estos niños van a sentir
las tentaciones del mundo seductor
y van a tener que luchar contra los engaños del demonio.
Por la fuerza de la muerte y resurrección de tu Hijo,
arráncalos del poder de las tinieblas
y, fortalecidos con la gracia de Cristo,
guárdalos a lo largo del camino de la vida (RBN 215).



Sentido de los exorcismos menores en catecúmenos adultos y niños


            Los exorcismos tienen sentido y razón de ser porque el pecado es real, no es un simple defecto de la personalidad, o un fallo psicológico, y porque Satanás es real y acecha, como enseña constantemente la Escritura. El demonio busca nuestra caída, apartarnos de Cristo, enredarnos en mil tentaciones para vivir en su dominio de tiniebla.

            La Tradición empleó así los exorcismos a los catecúmenos para sustraerlos del influjo del diablo y que pudieran vencer las tentaciones y cambiar de vida.

            Ya la catequesis inicial de S. Cirilo de Jerusalén animaba a vivir el catecumenado y los exorcismos con interés y provecho:

           “El tiempo presente es tiempo de confesión, confiesa todo lo que hiciste, de palabra o de obra, tanto de noche como de día. Reconócelo en el tiempo aceptable, y recibe el tesoro celestial en el día de la salvación. Entra con interés en los exorcismos. Sé asiduo a la catequesis…” (Cat. I,5).

            Teodoro de Mopsuestia, en el ámbito antioqueno, habla del ejercicio de los exorcistas como muy necesario y conveniente para los catecúmenos:

           “La razón, pues, de esta interrogación y del examen es que respondáis con verdad, puesto que, en el don del santo bautismo, claramente os sustraéis a la esclavitud del usurpador que sufrieron y cumplieron todos los jefes de nuestro linaje, comenzando por Adán. Es por eso por lo que Satán está estimulado, él que es hasta tal punto nuestro adversario que no tuvo reparos en combatir contra nuestro Señor. Pensaba de él que fue sólo hombre a causa de su apariencia. Y pensaba que podía mediante sus astucias y sus tentaciones, apartarlo del amor hacia Dios. Pero como vosotros no sois capaces por vosotros mismos de sostener con Satanás un proceso y un combate, es necesario servirse del ministerio de los llamados exorcistas: son para vosotros garantes de la ayuda divina. Mediante un gran clamor, en efecto, de muy larga duración, piden que el que tanto os odia sea castigado y que, por su sentencia el juez decida su alejamiento, de modo que incluso no tenga la menor ocasión ni posibilidad de obrar mal contra nosotros. Escaparemos así totalmente a su esclavitud, viviremos en una verdadera libertad y retendremos esta inscripción de ahora” (Hom. XII, n. 22).

            También san Agustín, en el norte de África, practica los exorcismos y los explica ampliamente en un bello sermón:

           “Aquí es donde está vuestro estadio, aquí está la lucha de los que combaten, la carrera de los que corren y el pugilato de los que golpean. Si queréis derrotar con vuestros brazos el peligrosísimo enemigo de vuestra fe, dejad el mal y abrazad el bien. Si queréis correr de modo que alcancéis el triunfo, huid de la iniquidad e id detrás de la justicia. Si queréis combatir de tal modo que no deis golpes al aire, sino que golpeéis virilmente al enemigo, mortificad vuestro cuerpo y reducidlo a servidumbre, de modo que, absteniéndonos de todas las cosas y luchando legítimamente, triunféis tomando parte en la bravura celestial y en la corona incorruptible. Lo cual lo hacemos invocando sobre vosotros el nombre de nuestro Redentor y vosotros completadlo con un examen y con el arrepentimiento de vuestro corazón. Nosotros resistamos a los engaños del viejo enemigo mediante súplicas e invocaciones de Dios. Vosotros persistid en vuestros deseos y en la contrición de vuestro corazón para que seáis liberados del poder de las tinieblas y seáis trasladados al reino de su claridad. Ésta es ahora vuestra obra y ésta es vuestra labor. Nosotros acumulamos contra él las maldiciones dignas de sus pecados. Por vuestra parte, con vuestro apartamiento y vuestra renuncia declaradle una lucha que será gloriosísima. Este enemigo de Dios, vuestro e inclusive de sí mismo, ha de ser quebrantado, encadenado y expulsado, pues su furor es desvergonzado contra Dios y nefasto en contra vuestra e incluso pernicioso para sí mismo. Maquine muertes por todas partes, tienda trampas, agudice sus numerosas y engañosas lenguas: expulsad de vuestros corazones todo su veneno invocando el nombre del Salvador” (S. Agustín, Serm. 216,6).



Exorcismos sobre las materias sacramentales


            Hasta la actual reforma litúrgica, que los ha suprimido, la liturgia también rezaba un exorcismo no sólo sobre personas, sino también sobre algunas materias sacramentales, antes de recibir su bendición solemne. Es el caso del agua bautismal, así como de cada uno de los tres óleos, el de Enfermos, el de catecúmenos y el santo crisma.

            Fue una adición de la liturgia franco-carolingia el anteponer un exorcismo a la bendición de los óleos, que ya hallamos en el sacramentario Gelasianovetus (siglo VIII). Así era la oración:

Te exorcizo criatura del aceite, en nombre de Dios Padre omnipotente,
y en nombre de Jesucristo su Hijo, y del Espíritu Santo,
para que por esta invocación de la potestad trina,
y por la virtud de la Deidad,
toda fuerza malísima del adversario,
toda inveterada malicia del diablo,
todo ataque de violencia,
todo fantasma [¿imagen?] confuso y ciego,
sea erradicado y rechazado y desaparecido de la criatura de este óleo,
constituida para utilidad del hombre
para que esta unción sea purificada para los divinos sacramentos
a fin de la adopción de la carne y del espíritu en aquellos que serán ungidos con él para la remisión de todos los pecados;
realiza en ellos un corazón puro,
santificado para toda gracia espiritual.
Por el mismo Jesucristo Señor nuestro,
que vendrá en el Espíritu Santo a juzgar a vivos y muertos
y al siglo por el fuego. Por el Señor.

            “Podríamos estar tentados de extrañarnos de que se exorcice el óleo antes de bendecirlo. En realidad, estas fórmulas, si las examinamos de cerca, nos ofrecen la forma cristiana de ver las realidades terrestres. Las criaturas irracionales no son ni buenas ni malas. Pueden ser utilizadas para el mal o para el bien, para Satanás o para el Señor. Pero nos podemos servir de todo lo creado para Dios: los remedios corporales, e incluso los perfumes” (A. G. MARTIMORT, La catéchèse de la bénédiction des saintesHuiles, en LMD 41 (1955), pp. 70-71).

            La materia, que está desordenada por el pecado original –la creación gime…- recibe las huellas del pecado. Los exorcismos sobre las materias sacramentales las liberaban del influjo del pecado y del diablo –el príncipe de este mundo- para ponerlas al servicio de la obra redentora de Cristo.

            También la solemne bendición del agua bautismal, hoy enormemente empobrecida, recibía su peculiar exorcismo.

            La plegaria se fue enriqueciendo con símbolos distintos y con una mayor ritualidad que visibilizaban las palabras que se pronunciaban; “todos estos ritos y ceremonias… pueden ser considerados muy sugestivos y fácilmente ilustrativos”[1]. Lo dramático y visual se conjugaban con expresividad:
1) dividir con la mano las aguas bautismales en forma de cruz,
2) el tocar el agua con la mano a modo de exorcismo[2],
3) una triple señal de la cruz sobre el agua,
4) dividir el agua y lanzarla hacia los cuatro puntos cardinales,
5) signación sencilla,
6) la insuflatio sobre las aguas, tres veces, en forma de cruz,
7) la introducción del cirio pascual por tres veces en la fonsbaptismatis.

            Junto a todo esto, al final, estaba la infusión de los santos óleos sobre las aguas: primero del óleo de los catecúmenos, luego del crisma y después de los dos conjuntamente, para, después, esparcirlos con la mano por toda la fuente bautismal.

            Sin que hubiera una oración previa de exorcismo sobre el agua, sí que la misma bendición y sus ritos tenían un carácter de exorcismo sobre las aguas.





[1] J. Gibert, “Los formularios de la bendición del agua en el ‘Ordo baptismiparvulorum’ y en el ‘Ordo initiationischristianaeadultorum’”: EL 88 (1974), 309,
[2] Explicado mistagógicamente por J. Lécuyer en su artículo “La prièreconsécratoire des eaux”: LMD 49 (1957), 83-84.

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