domingo, 4 de marzo de 2018

La Pascua redime (textos de Melitón de Sardes)

La grandeza de la Pascua que anualmente conmemoramos, y a la que nos disponemos en Cuaresma con ayuno (mucho ayuno), oraciones, mortificaciones y limosna, es que nos redime y nos re-crea.

La situación del hombre es una situación dramática; no es bueno el hombre; en su situación ahora vive el desgarro interior producido por el pecado de los orígenes, una humanidad debilitada y desordenada por el pecado original que le ha provocado la concupiscencia. Ésta lo arrastra al mal aunque no lo quiera, y cuando quiere hacer el bien lo deja pasar.

A esta humanidad caída, que por sí sola es incapaz de salvarse ni de restaurarse, ni de hacerse buena, responde la Pascua del Señor Jesucristo, que por su pasión, cruz, y resurrección, redime y recrea, hace una humanidad nueva. Por eso es tan importante para nosotros prepararnos a la Pascua, iniciada en la santísima Vigilia pascual, y captar la obra de Cristo que festejaremos durante cincuenta días.

Es la Tradición de los Padres la que nos permite el acceso a estas riquezas y por eso hemos de empaparnos de la Tradición.

Melitón de Sardes, en el siglo II, un autor del Asia Menor, subraya el contenido salvífico de la Pascua. La herencia del pecado es la muerte y la debilidad de la humanidad, con un destino sombrío y dramático.

Dejó Adán a sus hijos esta herencia:
No la pureza, sino la lujuria;
No la incorruptibilidad, sino la corrupción;
No el honor, sino la deshonra;
No la libertad, sino la esclavitud;
No la realeza, sino la tiranía;
No la vida, sino la muerte;
No la salvación, sino la perdición (Melitón de Sardes, Peri Pascha 49).

Si ésta es la herencia, podemos entender entonces el caos que el pecado ha producido tanto en el cosmos, el mundo y la naturaleza, como en el mismo hombre:

Inaudita y terrible vino a ser efectivamente la perdición de los hombres sobre la tierra. Pues he aquí lo que les ocurrió: eran arrastrados por el despotismo del pecado y empujados al mundo de las pasiones donde quedaban inundados por los placeres insaciables:


Por el adulterio,
Por la fornicación,
Por la impudicia,
Por los malos deseos,
Por la avaricia,
Por los homicidios,
Por el derramamiento de sangre,
Por la tiranía de la maldad,
Por el despotismo contra las leyes.

El padre empuñaba el cuchillo contra el hijo;
El hijo levantaba la mano contra el padre;
El impío golpeaba el seno de su madre;
El hermano mataba al hermano;
El amigo asesinaba al amigo;
El hombre degollaba cruelmente al hombre (Peri Pascha 50).

Es entonces cuando Cristo, prefigurado en tantos momentos y personajes del Antiguo Testamento, entra en la historia y realiza la Pascua, el paso salvador a través de su pasión y muerte. Son muy conocidas las palabras de Melitón de Sardes en su homilía pascual:

Si tú quieres contemplar el misterio del Señor,
vuelve la mirada
a Isaac maniatado como Él,
a José vendido como Él,
a David perseguido como Él,
a los profetas, sometidos también ellos
a padecimientos por causa de Cristo (Id., n. 59).

Cristo mismo es nuestra Pascua, la Pascua de nuestra salvación, Aquel que realiza en nosotros la obra de la redención, de la transformación del hombre, de la vida nueva. Él es nuestra Pascua.

Él es la Pascua de nuestra salvación,
Él es quien tuvo que padecer mucho en la persona de muchos,
Él es quien fue
asesinado en la persona de Abel,
maniatado en Isaac,
exiliado en Jacob,
expuesto en Moisés,
inmolado en el cordero;
perseguido en David,
despreciado en los profetas (Id., n. 69).

¿Quién es, entonces, Cristo nuestra Pascua? Es Aquel que fue prefigurado en el Antiguo Testamento, y lo que antes eran figuras, ahora, en la Pascua, se convierte en realidad.

Éste es, en efecto, aquel
que en Noé fue piloto,
que condujo a Abrahán,
que en Isaac fue maniatado,
que en Jacob fue exiliado,
que en José fue vendido,
que en Moisés fue caudillo,
que en José repartió la herencia,
que en David y en los profetas predijo su pasión (Melitón de Sardes, Sobre la fe, fragmento).

Cristo fue prefigurado en el cordero pascual; ahora es Él el verdadero Cordero que destruyó el pecado del mundo cargando con él:

Éste es el cordero sin voz,
éste es el cordero degollado,
éste es el mismo que nació de María,
la hermosa cordera;
el mismo que fue arrebatado del rebaño,
empujado a la muerte,
inmolado al atardecer
y sepultado de noche;
que no fue quebrantado en el leño,
ni se descompuso en la tierra;
el mismo que resucitó de entre los muertos
e hizo que el hombre surgiese desde lo más hondo del sepulcro (Peri Pascha, 71).

Entonces, y para eso la Cuaresma nos prepara, la Pascua celebrada en la vigilia pascual y prolongada durante siete semanas, supone la alegría del Señor y su triunfo. Unidos a Cristo en su Pascua, podemos vivir su santa vida, libres del pecado y de la muerte.

Porque yo soy vuestro perdón,
Yo la Pascua de la salvación,
Yo el cordero inmolado por vosotros,
Yo vuestro rescate,
Yo vuestra vida,
Yo vuestra resurrección,
Yo vuestra luz,
Yo vuestra salvación,
Yo vuestro rey,
Yo os conduzco hasta las cumbres de los cielos,
Yo os mostraré al Padre...
Yo os resucitaré por mi poder...

Yo soy el que hizo el cielo y la tierra,
El que creó al hombre en el principio,
El que fue anunciado por la ley y los profetas,
El que se encarnó en una virgen,
El que fue colgado en un madero,
El que fue sepultado en tierra,
El que resucitó de entre los muertos,
El que subió a las alturas de los cielos,
El que está sentado a la derecha del padre,
El que tiene el poder de juzgar y salvar todo,
Por quien el Padre hizo todo lo que existe (Peri Pascha 103-104).

Si comprendemos entonces cómo la Pascua es el mismo Cristo, la participación en la vigilia pascual y la vivencia alegre e interior de las siete semanas pascuales cobrarán nuevo color y vida. Así llegaremos al centro de nuestra fe y del Misterio de Cristo.

1 comentario:

  1. La Pascua, el Paso del Señor por nuestra vida, Paso que nos redime y nos conduce a Su Vida.

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