miércoles, 22 de febrero de 2017

¡La Verdad! (meditación - reflexión)

¡La Verdad!

¿Y qué es la Verdad? -pregunta el escéptico Pilato, un relativista moderno.

Pero resulta que Alguien se ha proclamado "el Camino y la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).




En Cristo ha brillado la gracia y la verdad, por Él nos han venido (cf. Jn 1,1-18). El mismo hombre creado, que participa del Logos por medio de su razón-inteligencia tiene tal estructura que está hecho para la Verdad y sin la Verdad se halla frustrado. El hombre ha sido creado capaz de Dios, por tanto, su razón es capaz de abrazar la Verdad y reconocerla.

La Verdad es nuestro anhelo, perenne necesidad, eterna felicidad.

"Movido por un amor sin medida, Dios ha querido acercarse al hombre que busca su propia identidad y caminar con él (cf. Lc 24,15). Lo ha liberado de las insidias del "padre de la mentira" (cf. Jn 8, 44) y lo ha introducido en su intimidad para que encuentre allí, sobreabundantemente, su verdad plena y su verdadera libertad. Este designio de amor concebido por el "Padre de la luz" (St 1,17; cf. 1P 2,9; 1Jn 1,5), realizado por el Hijo vencedor de la muerte (cf. Jn 8,36), se actualiza incensantemente por el Espíritu que conduce "hacia la verdad plena" (Jn 16,13).

La verdad posee en sí misma una fuerza unificadora: libera a los hombres del aislamiento y de las oposiciones en las que se encuentran encerrados por la ignorancia de la verdad y, al abrirles el camino hacia Dios, une a unos con otros. Cristo destruyó el muro de separación que los había hecho ajenos a la promesa de Dios y a la comunión de la Alianza (Cf. Ef 2,12-14). Envía al corazón de los creyentes su Espíritu, por medio del cual todos nosotros somos en Él "uno solo" (cf. Rm 5,5; Gal 3,28). Así llegamos a ser, gracias al nuevo nacimiento y a la unción del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5; 1Jn 2, 20. 27), el nuevo y único Pueblo de Dios que, con las diversas vocaciones y carismas, tiene la misión de conservar y transmitir el don de la verdad. En efecto, la Iglesia entera, como "sal de la tierra" y "luz del mundo" (cf. Mt 5, 13-14), debe dar testimonio de la verdad de Cristo, que hace libres.

El Pueblo de Dios responde a esta llamada, 'sobre todo, por medio de una vida de fe y de caridad y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza'. En relación más específica con la 'vida de fe', el Concilio Vaticano II precisa que 'la totalidad de los fieles, que han recibido la unción del Espíritu Santo (cf. 1Jn 2, 20. 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta peculiar prerrogativa suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el Pueblo, cuando, desde los obispos hasta los últimos laicos, presta su consentimiento universal en materia de fe y costumbres" (LG 12).

Para ejercer su función profética en el mundo, el Pueblo de Dios debe constantemente despertar o "reavivar" su vida de fe (cf. 2Tm 1,6), en especial, por medio de una reflexión cada vez más honda, guiada por el Espíritu Santo, sobre el contenido de la fe misma y a través del empeño por demostrar su racionalidad a aquellos que le piden cuenta de ella (cf. 1P 3,15). Para esta misión, el Espíritu de la verdad concede, a fieles de todos los órdenes, gracias especiales otorgadas "para común utilidad" (1Co 12,7-11)".

(Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, pp. 92-94).

1 comentario:

  1. Steven Lawson cita las palabras de Jesús, “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, pues la verdad tiene un poder transformador de vidas.

    La verdad es la realidad; cómo son las cosas en realidad. Teológicamente, la verdad es aquello que es consistente con la mente, voluntad, carácter, gloria, y el ser de Dios. La verdad es la auto-revelación de Dios mismo. Toda verdad debe ser definida en términos de Dios, cuya naturaleza es la verdad; no es de este mundo.

    La verdad no es lo que la gente especula, no está determinada por las encuestas de opinión; sin Dios, no puede haber ningún absoluto y, sin absolutos, no puede haber verdades objetivas, universales. Sin absolutos, la verdad se vuelve subjetiva, relativa y pragmática, da lugar a una mera preferencia personal o cultural. Pero, por el contrario, toda la verdad es absoluta, porque Dios es la verdad absoluta.

    La verdad es objetiva, no subjetiva. No se descubre por los sentimientos personales, ni se determina por intuiciones privadas. La verdad es inmutable. Dios no cambia, y tampoco su verdad; no puede ser verdad hoy, pero mañana no es verdad. La verdad es la misma ayer, hoy y siempre. Mucha gente dice que es verdad lo que ellos quieran que sea. Afirman que lo que crees es “verdad para ti” y lo que creo es “verdad para mí”, incluso aunque sean opiniones contradictorias, pero algo no puede ser verdad y a la vez lo contrario.

    La verdad nunca es anticuada, nunca obsoleta, nunca expira. La verdad no se cansa, nunca se desvanece, no deja de ser verdad. La verdad debe, por tanto, ser escuchada. Requiere toda nuestra atención. Y no podemos pretender que la verdad no ha hablado, basta con leer los evangelios para descubrir dónde está la Verdad.

    Dijo el Señor a Simón Pedro: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (de las antífonas de Laudes).

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