domingo, 25 de diciembre de 2016

Debemos y podemos renacer



               "Ha llegado la Navidad.

             La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo...
                 
Hoy celebramos su recuerdo.
Hoy recordamos con emoción y con admiración aquel acontecimiento tan humilde.
Hoy meditamos con reflexión grave e inteligente aquel acontecimiento tan importante.

                
               De aquel hecho muchas cosas se han originado. Por el hecho de un tal nacimiento (cf. Col 1,15) la dignidad de la naturaleza humana ha sido rehabilitada y exaltada, y la unidad potencial del género humano se ha hecho patente. En aquel acontecimiento la historia de la humanidad ha tenido su punto focal y desde entonces un principio de fraternidad universal ha sido proclamado (cf. Rm 8,29). Desde entonces todo ser humano es algo sagrado, digno de toda atención y de todo respeto. Desde entonces quedó inaugurado el criterio según el cual, quien sufre, el que es pequeño, pobre, esclavo, caído, merece ayuda, socorro, respeto, y merece mayor justicia. Desde entonces la desesperación, que se encuentra en el fondo del alma del hombre decepcionado y pecador, ha tenido un motivo para esperar y para revivir.  Desde entonces un manantial, que se ha convertido en río, y del que la Iglesia quiere ser el canal principal y auténtico, un río refrigerante, fecundante, regenerador, ha brotado en Belén: el amor; el amor nuevo, inconcebible e incontenible de Dios, de Dios que se ha hecho nuestro hermano, nuestro modelo, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro salvador y redentor, nuestra cabeza y nuestra vida, ha irrumpido en la tierra y todavía la inunda y se convierte hoy en un lago que a todos nos invade, el amor de la Navidad, el amor de Cristo.

                Intentemos por un instante, hermanos e hijos, tomar conciencia de ello, experimentarlo interiormente y seremos felices; felices con unas verdaderas "Felices Navidades".


La Navidad misterio vital


                Y comprenderemos un misterio vital, que a todos nos afecta personal y socialmente. El misterio es éste: la fiesta de la Navidad no es sólo un recuerdo. No es sólo la celebración de ritos, de costumbres alegres y afectuosas, de alegría hogareña o pública. Es repetición, es renovación. El nacimiento de Cristo, divino y natural, debe ser nuestro renacimiento espiritual y cristiano. Se trata de un hecho maravilloso propio de nuestra fe, un hecho vital.

                Debemos renacer, podemos renacer. ¿Quién de nosotros no tiene la experiencia de la inexorable voracidad del tiempo? ¿Quién no ve cómo todo progreso humano es insuficiente en sí mismo y por su mismo desarrollo lleva aneja la limitación de su caducidad? ¿Quién no advierte, especialmente hoy, que toda manifestación de la vida ofrece el blanco a una despiadada, y en cierto sentido, lógica contradicción? ¿Quién de nosotros no lleva en el fondo de su espíritu la mordedura de la desconfianza, desconfianza en sí mismo, si se conoce bien como débil y pecador, desconfianza en los demás, desconfianza en la sociedad, desconfianza en la civilización, desconfianza en el mundo?

                La Navidad... vence esta desconfianza; y nos convence de que se puede y se debe esperar. Es necesario renacer, es necesario comenzar de nuevo. Renacer hoy, recomenzar hoy.

                La fiesta de hoy, alegre y profunda, nos infunde esta esperanza y nos enseña el camino. Es necesario renacer mediante los criterios, mediante los principios, mediante las energías que Cristo pone hoy todavía a nuestra disposición. En Cristo, con Cristo es siempre posible empezar de nuevo y reemprender la construcción de nuestra vida personal, de nuestra vida familiar, de nuestra vida social y civil. El nacimiento de Cristo es perenne. Cristo es la infancia, es la juventud y es la virilidad nueva del mundo. Con Él podemos celebrar, no sólo su antigua Navidad, sino también nuestra nueva Navidad.

                Este es nuestro augurio para vosotros, hijos y hermanos. Lo es para el que tiene hambre y sed de justicia. Lo es para quien sufre en el dolor y en la pobreza. Lo es para que la paz y la concordia renazcan entre los hombres todavía sumergidos en conflictos demasiado largos. Lo es para la Iglesia, lo es para el mundo". 

(PABLO VI, Mensaje de Navidad en la Bendición urbi et orbi, 25-diciembre-1968).

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