A lo largo del año litúrgico, hay
algunas celebraciones que poseen sus ritos peculiares, únicos en ese día.
También ellos conforman el entramado variado de la liturgia.
-La Calenda en la mañana del 24 de
diciembre. Cada día, según una antigua tradición, en el Cabildo Catedral y en
los Monasterios, se hace la lectura del Martirologio. Al terminar Laudes –o al
final de una Hora menor- se hace el anuncio de los santos y mártires que se
celebrarán al día siguiente.
La mañana del 24 de diciembre tiene
lugar el canto de “la Calenda”, el anuncio de que al día siguiente, 25 de
diciembre, se celebrará la santa Natividad del Señor. Este anuncio, la Calenda,
reviste tal solemnidad, que incluso se canta, y el Martirologio trae la
musicalización correspondiente.
Bellísimo en su texto, la Calenda
señala cómo ahora se cumple el tiempo, cómo es ahora cuando llega la plenitud
de los tiempos:
Pasados
innumerables siglos desde la creación del mundo,
cuando
en el principio Dios creó el cielo y la tierra
y
formó al hombre a su imagen;
después
de muchos siglos,
desde
que el Altísimo pusiera su arco en las nubes tras el diluvio como signo de
alianza y de paz;
veintiún
siglos después de la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de Ur de
Caldea;
trece
siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto bajo la guía de
Moisés;
cerca
de mil años después de que David fuera ungido como rey;
en
la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel;
en
la Olimpíada ciento noventa y cuatro,
el
año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe,
el
año cuarenta y dos del imperio de César Octavio Augusto;
estando
todo el orbe en paz,
Jesucristo,
Dios eterno e Hijo del eterno Padre,
queriendo
consagrar el mundo con su piadosísima venida,
concebido
del Espíritu Santo,
nueve
meses después de su concepción,
nace
en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen:
la
Natividad de nuestro Señor Jesucristo según la carne.
La Calenda se ha ido introduciendo
en la Misa de Medianoche, después del saludo inicial, como anuncio del
Misterio, prosiguiendo con el canto del Gloria.
-El anuncio de las fiestas movibles en la Epifanía. Otro rito
peculiar, de origen antiquísimo, viniendo de los Padres, es el anuncio de la
fecha de las fiestas movibles en la santa Epifanía.
Para determinar la fecha anual de la
Pascua –domingo tras la primera luna llena de primavera- había que realizar
cálculos astronómicos; los mejores astrónomos estaban en Alejandría y hacían
los cálculos que luego el Patriarca comunicaba a todos los obispos sufragáneos
de Egipto y Libia con una carta, llamada “Carta festal”, y que se leía al
pueblo cristiano. Estas cartas festales son auténticos monumentos de una
teología de la Pascua a la vez que anuncian la fecha de la Pascua santa.
"Comenzaremos el santo ayuno el día 5 de Pharmuthi
[el lunes de la Semana Santa, 31 de marzo] y lo continuaremos, sin solución de
continuidad, durante esos seis días santos y magníficos que son el símbolo de
la creación del mundo. Pondremos fin al ayuno el día 10 del mismo Pharmuthi, el
sábado de la Semana Santa, cuando despunte para nosotros el Domingo Santo el
día 11 del mismo mes. A partir de ese momento, calculando siete semanas
seguidas, celebraremos el día santo de pentecostés. Este fue prefigurado
antiguamente entre los judíos con la fiesta de las semanas, cuando se concedía
la amnistía y la remisión de las deudas: era un día de completa libertad.
Siendo para nosotros ese día símbolo del mundo futuro, celebraremos el gran
domingo gustando acá las arras de aquella vida futura. Cuando al fin salgamos
de este mundo, entonces celebraremos la fiesta perfecta con Cristo" (S.
Atanasio, Carta festal 1,10).
“Una vez más, queridos, Dios nos ha conducido al
tiempo de la fiesta, y en su amor por los hombres nos ha llevado a su
convocatoria. En efecto, Dios, aquél que hizo salir a Israel de Egipto, también
ahora nos ha llamado a la fiesta, diciendo por medio de Moisés: Observa el
mes de los nuevos frutos y celebra la Pascua por el Señor, tu Dios (Dt
16,1) y por medio de los profetas: Celebra Judá tus fiestas, cumple tus
votos al Señor (Na 2,1).
Si Dios ama e invita a la fiesta, no es justo
dilatar la respuesta, hermanos míos, ni ser negligentes, sino que debemos
proceder hacia ella con rapidez y celo, de modo que, comenzando desde aquí
abajo con prontitud, podamos recibir las arras de la fiesta celeste. En
efecto, si celebramos con diligencia la fiesta de aquí abajo, recibiremos
sin duda la alegría completa que está en los cielos, como dice el Señor: he
deseado mucho comer esta Pascua con vosotros, antes de que yo sufra: os digo,
en efecto, que no la comeré hasta que ese cumpla con vosotros en el reino de
Dios (Lc 22, 15-16). Nosotros la comemos siempre y cuando comprendamos
en nuestra mente el fundamento de la fiesta y reconozcamos al bienhechor
para que nos comportemos conforme a la dignidad de su gracia, como dice Pablo: De
modo que hagamos fiesta no con la levadura vieja, ni con levadura de maldad,
sino con los panes ácimos de la pureza y de la verdad (1Co 5,7).
El Señor, efectivamente, murió en aquellos días para
que ya no practicásemos las obras de la muerte; se dio a sí mismo para que
guardásemos nuestra realidad de los engaños del diablo; y aún algo que es
verdaderamente maravilloso, el Logos estuvo en la carne para que nosotros no
viviésemos más en la carne, sino que, estando en el espíritu (Rm 8,9),
adorásemos a Dios, que es espíritu (Jn 4,24)” (S. Atanasio,
Epístola Festal 6, I, 1-4).
De esta tradición de las cartas
festales nace la celebración del anuncio de Pascua en Epifanía. Ya en el siglo
V, san León Magno escribió las cartas informando de la fecha de Pascua (Ctas.
121-122, 138).
En los Sacramentarios y Pontificales
no consta nada sobre el Anuncio en la fiesta de Epifanía. El Pontifical romano
de Trento de 1595-1596 sí contiene el texto con la notación musical y las
correspondientes rúbricas: después del Evangelio, un archidiácono, un canónigo
o un beneficiado, revestido de capa pluvial, cantaba desde el ambón el Anuncio
de la fecha de Pascua y fiestas móviles.
Nuestra tradición hispana también
realizaba este Anuncio. Los obispos debían consultar a su Metropolitano tres
meses antes de la Epifanía sobre las fechas.
Poseemos tres formularios de este
Anuncio. Por ejemplo, uno de ellos, probablemente de los siglos VII-VIII
(Dom Férotin, Liber mozarabicus sacramentorum, 366), es poético y muy amplio,
incluyendo doctrina moral y espiritual:
Queridos
hermanos:
En
la revelación del nacimiento corporal de Nuestro Señor Jesucristo,
y
ante tantos signos de su presencia,
os
anunciamos la solemnidad de la Pascua.
Así
pues, amados hermanos que os habéis reunido en la iglesia de Dios
para
celebrar el día de la Aparición del Señor Nuestro,
Jesucristo,
tened
presente su Muerte gloriosa.
En
este año de N. la santa Cuaresma se inicia el N. de N.
El
jueves de la Cena del Señor, N. de N.,
inician
los misterios de la Gloriosa Pasión
de
Nuestro Señor Jesucristo.
Ante
esto, os exhorto, hermanos, a que pongamos empeño
en
llevar desde ahora una vida honrada y religiosa, casta y sobria,
para
que merezcamos llegar a la santa solemnidad
de
la Resurrección sin pecado y abundando en buenas obras.
Purifiquémonos
de los malos deseos del cuerpo y del espíritu.
Por
la confesión de los pecados alejemos el castigo del Señor.
Evitando
caer en las antiguas faltas
acojámonos
a su misericordia
abrazando
con sincero corazón la concordia:
para
que los misterios de la santísima Pasión
nos
hagan partícipes de la Resurrección del Señor.
Que
a su vuelta no encuentre en nosotros nada que reprochar
sino
que nos halle preparados para recibir la corona de gloria.
Él,
clemente y misericordioso que vive con el Padre
y
reina con el Espíritu Santo,
un
solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Nuestra liturgia hoy quiere
preservar este antiguo rito, tan significativo. El Ceremonial de Obispos dice:
“De acuerdo con la costumbre del
lugar, una vez cantado el Evangelio, uno de los diáconos, algún canónigo o
prebendado, u otro revestido con capa pluvial, sube al ambón y allí publicará
las fiestas movibles del año en curso” (CE 240).
También lo recuerda el Misal romano
en la 3ª edición típica latina: “en la Epifanía del Señor: cantado el
Evangelio, el diácono el cantor desde el ambón, y según la antigua costumbre de
la santa Iglesia, pronuncia las fiestas movibles del año en curso según esta
fórmula” (MR, 1247). Pero en la edición castellana no se incluye la traducción
vernácula del texto del Anuncio (!).
Lo canta el diácono desde el ambón;
lo hace con el mismo tono y en el mismo lugar en que se proclama el Pregón
pascual. Así vemos cómo la Iglesia trata litúrgicamente este anuncio con el
mismo respeto que la Palabra de Dios y es que este Anuncio es la gran noticia
de la Resurrección de nuestro Señor.
Éste es el texto del Anuncio que
ofrece el Calendario litúrgico Nacional:
La
gloria del Señor se ha manifestado y se continuará manifestando entre nosotros,
hasta
el día de su retorno glorioso.
En
la sucesión de las diversas fiestas y solemnidades del tiempo,
recordamos
y vivimos los misterios de la salvación.
Centro
de todo el año litúrgico es el Triduo pascual del Señor crucificado, sepultado
y resucitado, que este año culminará en la Noche Santa de Pascua que, con gozo,
celebraremos el día N. de N.
Cada
domingo, Pascua semanal, la santa Iglesia hará presente este mismo
acontecimiento, en el cual Cristo ha vencido al pecado y la muerte.
De
la Pascua fluyen, como de su manantial, todos los demás días santos:
el
Miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma, que celebraremos el N. de N.
La
Ascensión del Señor, que este año será el N. de N.
El
Domingo de Pentecostés, que este año coincidirá con el N. de N.
El
primer Domingo de Adviento, que celebraremos el día N. de N.
También
en las fiestas de la Virgen María, Madre de Dios, de los apóstoles, de los
santos y en la conmemoración de todos los fieles difuntos, la Iglesia,
peregrina en la tierra, proclama la Pascua de su Señor.
A
él, el Cristo glorioso, el que era, el que es y el que viene, al que es Señor
del tiempo y de la historia, el honor y la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
O la traducción más literal del
texto clásico del Pontificale Romanum:
Queridísimos
hermanos,
con
el favor de la misericordia de Dios,
así
como nos hemos alegrado
por
el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo,
os
anunciamos la alegría de la Resurrección de nuestro Salvador.
El
día N. de N. será el día de las Cenizas, comienzo del ayuno de la sagrada
Cuaresma.
El
día N. de N. celebraremos con alegría la santa Pascua de nuestro Señor
Jesucristo.
El
día N. de N., la Ascensión del Señor.
El
día N. de N., la fiesta de Pentecostés.
El
día N. de N., la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
El
día N. de N. será el primer Domingo del Adviento de nuestro Señor Jesucristo, a
Quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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