martes, 18 de febrero de 2025

Postración (Ritos y gestos - XVII)



            El rito de la postración suele impactar mucho a quien lo vez por vez primera (por ejemplo, en una Ordenación) y ser un recuerdo casi exclusivo y único grabado en la memoria.




            Postrarse es más aún que arrodillarse. Postrarse es ponerse boca abajo tendido en el suelo, el rostro en tierra. Es la postura de adoración absoluta ante el Altísimo, el reconocimiento de que Dios lo es todo y nosotros, nada. Es la postura de la plegaria intensa, de la intercesión, de la petición del Espíritu Santo para que descienda.

            Ejemplos de esta postración los encontramos en las Escrituras: Abraham se postró en presencia del Señor (Gn 24,52) y el pueblo se postró rostro en tierra delante del Señor (Lv 9,24), así como Josué (Jos 5,14) o el profeta Elías (1R 18,42) ante la presencia de Dios. Lo mismo, en distintas ocasiones, hizo el gran Moisés (Dt 9,18. 25).


            En el Apocalipsis, en la liturgia celestial, los veinticuatro ancianos se postraban ante el Cordero en el trono (Ap 4,10; 5,8), y “los Ancianos se postraron en actitud de adoración” (Ap 5,14); así como los cuatro seres vivientes se postraron rostro en tierra (Ap 7,11), “se postraron para adorar a Dios” (Ap 19,4).



La postración del Viernes Santo


            El oficio litúrgico de la Pasión del Señor, el Viernes Santo, comienza de forma original. Sin canto de entrada, la procesión con los ministros avanza en silencio. Al llegar, tras la inclinación profunda al altar, el que preside se posta en el suelo y todos permanecen de rodillas orando en silencio.

            Es la Iglesia penitente este día, es la Iglesia en duelo, ante su Señor crucificado.


            Así lo explica la Carta sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, de la Cong. para el Culto divino: “Esta postración, que es un rito propio de este día, se ha de conservar diligentemente por cuanto significa tanto la humillación del “hombre terreno”, cuanto la tristeza y el dolor de la Iglesia” (n. 65).

            La segunda oración inicial ad libitum alude a este significado:

Oh, Dios, que por la pasión de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
has destruido la muerte, herencia del antiguo pecado
que alcanza a toda la humanidad,
concédenos que, semejantes a él, llevemos la imagen del hombre celestial por la acción santificadora de tu gracia,
así como hemos llevado grabada la imagen del hombre terreno por exigencia de la naturaleza.

            La postración inicial es imagen de ese hombre terreno que va a ser vencido en la Cruz, transformándonos en hombres celestiales por la acción del Hombre Nuevo, Jesucristo.


Durante la letanía de los santos


            En el sacramento del Orden (en los tres grados: episcopal, presbiteral y diaconal) así como en la profesión religiosa, se entonan las letanías de los santos antes de proceder al rito sacramental (imposición de manos y plegaria de ordenación) o de profesión (profesión y plegaria sobre los profesos).

            Durante esta letanía de los santos, unos y otros se postran. No es un signo de humildad en el sentido de postrarse a los pies del obispo o de quien recibe la profesión: de hecho todos se han girado mirando al altar durante la letanía.

            Postrados, piden intensamente el don del Espíritu y son rodeados por la oración de la Iglesia entera, tanto la del cielo como la de la tierra. “En las letanías todos imploran la gracia de Dios en favor del elegido” (PR 24) se dice de la ordenación episcopal así como en la de presbíteros (PR 111) y de diáconos (PR 186). La misma introducción del obispo a las letanías marcan su sentido:

Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
para que derrame generosamente sus dones
sobre este elegido
para el ministerio de los presbíteros (PR 154).

            De modo semejante, se implora gracia para los que van a emitir su profesión: “la oración litánica, por la que se ruega a Dios Padre y se pide la intercesión de la Santísima Virgen y de todos los santos” (RPR 6d). Así invita el celebrante:

Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
para que derrame su bendición sobre estos siervos suyos,
a quienes ha llamado al perfecto seguimiento de Cristo,
y les confirme piadosamente en su santo propósito (RPR 60).



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