El rito de la postración suele
impactar mucho a quien lo vez por vez primera (por ejemplo, en una Ordenación)
y ser un recuerdo casi exclusivo y único grabado en la memoria.
Postrarse es más aún que
arrodillarse. Postrarse es ponerse boca abajo tendido en el suelo, el rostro en
tierra. Es la postura de adoración absoluta ante el Altísimo, el reconocimiento
de que Dios lo es todo y nosotros, nada. Es la postura de la plegaria intensa,
de la intercesión, de la petición del Espíritu Santo para que descienda.
Ejemplos de esta postración los
encontramos en las Escrituras: Abraham se postró en presencia del Señor (Gn
24,52) y el pueblo se postró rostro en tierra delante del Señor (Lv 9,24), así
como Josué (Jos 5,14) o el profeta Elías (1R 18,42) ante la presencia de Dios.
Lo mismo, en distintas ocasiones, hizo el gran Moisés (Dt 9,18. 25).
En el Apocalipsis, en la liturgia
celestial, los veinticuatro ancianos se postraban ante el Cordero en el trono
(Ap 4,10; 5,8), y “los Ancianos se postraron en actitud de adoración” (Ap
5,14); así como los cuatro seres vivientes se postraron rostro en tierra (Ap
7,11), “se postraron para adorar a Dios” (Ap 19,4).
La postración del Viernes Santo
El oficio litúrgico de la Pasión del
Señor, el Viernes Santo, comienza de forma original. Sin canto de entrada, la
procesión con los ministros avanza en silencio. Al llegar, tras la inclinación
profunda al altar, el que preside se posta en el suelo y todos permanecen de
rodillas orando en silencio.
Es la Iglesia penitente este día, es
la Iglesia en duelo, ante su Señor crucificado.
Así lo explica la Carta sobre la
preparación y celebración de las fiestas pascuales, de la Cong. para el Culto
divino: “Esta postración, que es un rito propio de este día, se ha de conservar
diligentemente por cuanto significa tanto la humillación del “hombre terreno”,
cuanto la tristeza y el dolor de la Iglesia” (n. 65).
La segunda oración inicial ad
libitum alude a este significado:
Oh, Dios, que por la pasión de tu Hijo, nuestro
Señor Jesucristo,
has destruido la muerte, herencia del antiguo pecado
que alcanza a toda la humanidad,
concédenos que, semejantes a él, llevemos la imagen
del hombre celestial por la acción santificadora de tu gracia,
así como hemos llevado grabada la imagen del hombre
terreno por exigencia de la naturaleza.
La postración inicial es imagen de
ese hombre terreno que va a ser vencido en la Cruz, transformándonos en hombres
celestiales por la acción del Hombre Nuevo, Jesucristo.
Durante la letanía de los santos
En el sacramento del Orden (en los
tres grados: episcopal, presbiteral y diaconal) así como en la profesión
religiosa, se entonan las letanías de los santos antes de proceder al rito
sacramental (imposición de manos y plegaria de ordenación) o de profesión
(profesión y plegaria sobre los profesos).
Durante esta letanía de los santos,
unos y otros se postran. No es un signo de humildad en el sentido de postrarse
a los pies del obispo o de quien recibe la profesión: de hecho todos se han
girado mirando al altar durante la letanía.
Postrados, piden intensamente el don
del Espíritu y son rodeados por la oración de la Iglesia entera, tanto la del
cielo como la de la tierra. “En las letanías todos imploran la gracia de Dios
en favor del elegido” (PR 24) se dice de la ordenación episcopal así como en la
de presbíteros (PR 111) y de diáconos (PR 186). La misma introducción del
obispo a las letanías marcan su sentido:
Oremos,
hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
para
que derrame generosamente sus dones
sobre
este elegido
para
el ministerio de los presbíteros (PR 154).
De modo semejante, se implora gracia
para los que van a emitir su profesión: “la oración litánica, por la que se
ruega a Dios Padre y se pide la intercesión de la Santísima Virgen y de todos
los santos” (RPR 6d). Así invita el celebrante:
Oremos,
queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
para
que derrame su bendición sobre estos siervos suyos,
a
quienes ha llamado al perfecto seguimiento de Cristo,
y
les confirme piadosamente en su santo propósito (RPR 60).
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