martes, 28 de marzo de 2023

La cruz (Elementos materiales - I)




Origen y desarrollo de la cruz en la liturgia


            La cruz es el signo del cristiano, del hombre que ha sido redimido por la muerte y la resurrección del Señor. Es además uno de los grandes signos de todas las Iglesias cristianas.

            En el 450, ya Narsai de Nísibe (rito siríaco) habla de una cruz puesta sobre el altar para la Misa, pero aún parece ser una práctica de la Iglesia siro-caldea, desconocida para griegos y latinos.


           La cruz comenzó a usarse en las procesiones litúrgicas. En la Misa estacional, en el siglo VII, acudían a la basílica para la Misa papal de las siete regiones de Roma en siete procesiones, cada una con una cruz procesional de plata a la cabeza (Jungmann, p. 105). Poco a poco, la cruz se incorpora para la misma procesión del Papa.

            La cruz procesional se podía quitar del asta y colocarla sobre el altar, como se refleja en el OR XI de mitad del siglo XII.

            La primera representación de la cruz sobre el altar (en el centro y con dos velas) es de una miniatura del siglo XI; también aparece en un fresco de la basílica de San Lorenzo (Roma) en la segunda mitad del siglo XIII. Esto era ya práctica común; el papa Inocencio III, a principios del siglo XIII, advierte: “Entre dos candelabros se coloca en medio del altar la Cruz”.


            Al principio era sólo la Cruz, hermosa, sin imagen. Propiamente el crucifijo comienza a aparecer en el siglo XIV.

            Pero también existió la costumbre de una gran cruz que, sobre el arco mayor o sobre el altar, colgaba, atrayendo la vista de todo.


El crucifijo en la liturgia vigente


            En la liturgia actual se prescribe que siempre haya una cruz cerca del lugar de la celebración que presida, sobre él o cerca del altar. Siempre será preferible o que presida el presbiterio o que esté cerca del altar.

            “Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado. Es importante que esta cruz permanezca cerca del altar, aún fuera de las celebraciones litúrgicas, para que recuerde a los fieles la pasión salvífica del Señor” (IGMR 308).

            Una sola cruz preside la celebración: “La cruz adornada con la imagen de Cristo crucificado y tal vez llevada en la procesión, puede erigirse cerca del altar para que se convierta en cruz del altar, la cual debe ser una sola” (IGMR 122).

            La cruz, con la imagen del Crucificado, está cerca del altar para visualizar claramente la naturaleza sacrificial del rito eucarístico; lo que acontece sobre el altar es, bajo el velo de los sacramentos, la actualización del sacrificio pascual de Cristo para la redención de los hombres en el altar. No es, por tanto, un recuerdo de algo pasado, ni una comida más, ni una reunión fraterna de los hombres entre sí… sino que la cruz junto al altar nos sitúa a todos en la verdad del Misterio.

            La cruz abre la procesión de entrada, porque es la cruz la que guía a la Iglesia peregrina en el mundo. La cruz preside la celebración, porque el misterio que contemplamos en el crucificado es el mismo misterio que se hace presente en la liturgia con su fuerza salvadora. La cruz va precedida por el incensario humeante y por cirios.

            Por eso a la cruz se la inciensa con respeto y honor en la Misa: al inicio, en el rito de entrada: “El sacerdote se acercaal altar y lo venera con un beso. En seguida, según corresponda, inciensa la cruz y el altar rodeándolo” (IGMR 123). Y vuelve a incensar la cruz en el ofertorio: señala así como la cruz está unida a las ofrendas y al altar para el sacrificio, en un mismo movimiento de veneración y ofrenda a Dios así como, luego, se inciensa al propio sacerdote y a los fieles: “En seguida, si se usa incienso, el sacerdote lo echa en el incensario, lo bendice sin decir nada, e inciensa las ofrendas, la cruz y el altar. El ministro de pie, a un lado del altar, inciensa al sacerdote y después al pueblo” (IGMR 144).


La Cruz adorada el Viernes Santo


            El Viernes Santo, se la adora, haciendo genuflexión y besándola.



           Tradicionalmente –y lo podemos hacer aún- la cruz y las imágenes se velaban en la semana V de Cuaresma. Por eso cobraba tantísima fuerza plástica que la Cruz en la liturgia del Viernes Santo se presentase velada y se descubriese con rito solemne al pie del presbiterio. Se le añadió otra forma de presentación, sin velar, trayéndola desde el fondo de la iglesia en procesión:

            Primera forma de presentación de la santa Cruz: “Mientras el diácono, acompañado por dos acólitos con cirios encendidos, lleva al altar la Cruz cubierta, el Obispo se acerca al altar con sus diáconos asistentes y allí, de pie y sin mitra, recibe la Cruz y en tres momentos sucesivos la descubre y la presenta a la adoración de los fieles…” (CE 321).

            Segunda forma de presentación de la santa Cruz: “El diácono, acompañado por los acólitos, va a la puerta de la iglesia donde toma la Cruz descubierta. Los acólitos, por su parte, llevan los candeleros con los cirios encendidos, y se hace la procesión a través de la iglesia hacia el presbiterio” (CE 321).

            El rito es sobrio e impresionante. Se canta: “Mirad el árbol de la cruz, en que estuvo clavada la salvación del mundo” y se responde: “Venid a adorarlo”. Tras lo cual, todos “se arrodillan, y durante breve tiempo adoran en silencio la Cruz” (CE 321).

            La Cruz es la absoluta protagonista de la Liturgia de la Pasión del Señor el Viernes Santo, por eso es importante que sea una Cruz hermosa y digna y el rito transcurra con solemnidad:


            “En la ostensión de la Cruz úsese una cruz suficiente, grande y bella. De las dos formas que se proponen en el Misal para mostrar la Cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada. Este rito ha de hacerse con un esplendor digno de la gloria del misterio de nuestra salvación; tanto la invitación al mostrar la Cruz como la respuesta del pueblo hágase con canto, y no se omita el silencio de reverencia que sigue a cada una de las postraciones, mientras el sacerdote celebrante, permaneciendo de pie, muestra en alto la Cruz.

            Cada uno de los presentes del clero y pueblo se acercará a la Cruz para adorarla, dado que la adoración personal de la Cruz es un elemento muy importante de esta celebración, y únicamente en el caso de una extraordinaria presencia de fieles se utilizará el modo de la adoración hecha por todos a la vez.
            Úsese una única cruz para la adoración, tal como lo requiere la verdad del signo…” (Cong. Culto divino, Preparación y celebración de las fiestas pascuales, nn. 68-69).

            La Cruz es adorada después por los fieles tras la celebración: “Terminada la celebración, se despoja el altar, dejando la Cruz con cuatro candelabros. Dispóngase en la iglesia un lugar adecuado (por ejemplo, la capilla donde se colocó la reserva de la Eucaristía el Jueves Santo), para colocar allí la Cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla, besarla y permanecer en oración y meditación” (Carta…, n. 71).

            Ante la Cruz se hace genuflexión hasta la noche de la Vigilia pascual.



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