Repeticiones de un mismo tema,
con distintos instrumentos, son variaciones musicales que conducen a captar
mejor la belleza: imitaciones melódicas de un mismo tema, dice el Diccionario.
La definición de liturgia que ofrece la constitución Sacrosanctum Concilium, en
el nº 7, ofrece una gran riqueza de contenido.
La
liturgia es la función santificadora de la Iglesia. Es una realidad
teológica y espiritual de hondo calado, lo cual es mucho más que el aspecto
externo y estético del sentimiento religioso o un ceremonial obligado al margen
de la vida espiritual y orante de los fieles, o en paralelo a la espiritualidad
sin nunca converger: la liturgia por un lado como ceremonial, la piedad por
otro lado con sus devociones y meditación personal.
El
fundamento de la liturgia es Cristo Sacerdote. Él, con la oblación de su propio
cuerpo en la cruz y su resurrección ha entrado en el santuario del cielo como
Mediador entre Dios y los hombres, Sacerdote de los bienes definitivos que
distribuye, intercediendo por sus hermanos y derramando gracia que nos auxilia
en el tiempo oportuno. Toda la carta a los Hebreos, de modo particular del
capítulo 5 al 10, expone el sacerdocio eterno y definitivo de Jesucristo.
La Iglesia, fiel al mandato
de su Señor, continúa en la tierra su oficio sacerdotal. Por eso la liturgia se
define “como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” (SC 7) y esto se
realiza mediante “los signos sensibles” que “significan y, cada uno a su
manera, realizan la santificación del hombre” (SC 7).
Con
estas palabras de la definición, “el Concilio ha querido destacar, por una
parte, la dimensión litúrgica de la redención efectuada por Cristo en su muerte
y resurrección y, por otra, la modalidad sacramental o simbólico-litúrgica en
la que se ha de llevar a cabo la “obra de la salvación””[1].
La Iglesia prolonga, mediante
signos sensibles, la obra redentora de Cristo Sacerdote hasta que Él vuelva en
su gloria.
Si
enumeramos los puntos que la constitución Sacrosanctum Concilium afirma sobre
la liturgia, llegaremos a una comprensión más amplia de su misterio, a una
definición que engloba todos sus aspectos:
1)
La liturgia es obra del Cristo total, Cabeza y miembros, siendo primero acción
de Cristo y luego de la
Iglesia asociada a Él;
2)
el fin de la liturgia es glorificar a Dios y santificar a los fieles;
3)
la liturgia pertenece a todo el pueblo santo de Dios que por el sacerdocio
bautismal puede y debe participar consciente, interiormente (lo cual no
significa que todos deben intervenir y ejercer algún servicio litúrgico); malo
sería asistir como mudos y pasivos espectadores;
4)
la liturgia es además manifestación del mismo misterio de la Iglesia, sacramento del
Verbo encarnado, por su estructura, su ministerio ordenado, los ritos y
oraciones mismas de la liturgia;
5)
la liturgia existirá hasta que el Señor vuelva y por eso determina el tiempo de
la Iglesia
peregrina (no hay Iglesia si no hay liturgia) y orienta a los hijos de la Iglesia hacia las
realidades celestiales que ya pregustan aquí por la misma liturgia;
6)
la liturgia “es fuente y cumbre de la vida de la Iglesia” (cf. SC 10; LG
11): todo debe conducir a la vida litúrgica, y la vida litúrgica hace brotar en
la Iglesia el
apostolado, la misión, la evangelización, la caridad y la beneficencia… así
como la vida espiritual plena de los fieles (las devociones y piedad popular
deben conducir a la liturgia y la liturgia merece prolongarse en las devociones
particulares).
Todo
esto viene dado por los signos sensibles que significan y cada uno a su manera
santifican (cf. SC 7). Así como la humanidad del Verbo fue instrumento de
salvación, así lo invisible de la gracia se reviste de signos sensibles, ritos
y oraciones para comunicarse. La dinámica de la Encarnación –lo
humano, lo material, lo carnal para ser canal de lo divino, lo invisible-
continúa en la Iglesia
y en su liturgia. Los signos, ritos, gestos sacramentales, son la parte
material que sirven de canal a la gracia invisible:
“Instrumento de Cristo y de la Iglesia es el conjunto de
signos sensibles y eficaces, cada uno a su modo, en que consiste la liturgia,
construido según el modelo “encarnado”, por el cual Dios, por medio de Cristo,
santifica a la Iglesia,
y la Iglesia,
por medio de Cristo y en Cristo, rinde su culto a Dios”[2].
La
sacramentalidad de la liturgia merece ser cuidada (no, la liturgia no son
discursos, homilías largas y más moniciones; sacramentalidad es signo sensible,
rito pausado y visible). No hay experiencia cristiana sin ella y el culto
interior, sin la sacramentalidad litúrgica, deviene en subjetividad y
sentimentalismo.
A
través de la sacramentalidad de la liturgia se ora de veras y se realiza un
culto espiritual. Por ello los signos sensibles han de ser realmente
expresivos, significativos, visuales, plásticos podríamos decir, para que
signifiquen con claridad sin necesidad de muchas explicaciones durante la
liturgia: materia de los sacramentos, imposición de manos amplia, unciones abundantes…;
los ritos deben ser claros y expresivos: genuflexión pausada, inclinación
profunda, incensación reposada, canto litúrgico adecuado, silencios
contemplativos, etc.; las oraciones que acompañan los ritos pronunciadas con
claridad y unción, para que se permita y se logre que todos se unan a ellas,
las interioricen y hagan suyas.
Todo
esto es la liturgia y todo esto se deduce de la definición que aporta la
constitución Sacrosanctum Concilium. Comprenderla nos permitirá celebrar mucho
mejor con sentido sagrado y espíritu de fe; permitirá que todos participen
mejor, conscientes del Misterio, con fruto interior, uniéndose a Cristo,
¡porque eso sí es participar!, transformándose en Cristo de gracia en gracia.
[1] LÓPEZ MARTÍN, J., La liturgia de la Iglesia, Sapientia
Fidei 6, Madrid 1994, 39.
[2] GARRIDO BONAÑO, M.,
“Principios para la reforma de la liturgia”, en AA.VV., Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid
1964, 188.
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