lunes, 24 de enero de 2022

Silencio, contemplación y palabras en el teólogo

Vivir la vocación teológica y desarrollarla, profundizar en la teología y enseñarla... ¡es tarea realmente muy contemplativa!

La teología, el oficio de la teología (pensar, estudiar, rezar, enseñar) es oficio de amor. Une lo contemplativo y lo activo... si no, no es buena teología.


Dice Santo Tomás: "“El hecho de que alguien comunique a otro la verdad meditada por medio de la enseñanza parece que pertenece a la vida contemplativa" (II-II, 181, a. 3, c).

Se trata, pues, de contemplar y transmitir lo contemplado como acto de amor y servicio eclesial. Es a eso a lo que von Balthasar llamó "teología de rodillas" frente al academicismo de una "teología sentada" y yo añadiría también frente a la locuacidad de quienes hablan constantemente de todo como si de todo supieran y dominaran la materia.

Antes de todo eso, para un verdadero teólogo están el silencio y la contemplación para recibir de Dios; está antes de escribir, hablar o enseñar, el imbuirse de la oración contemplativa y la adoración eucarística, de la escucha de la Palabra, de la acción litúrgica (Eucaristía y Liturgia de las Horas).



Sólo las palabras nacidas de esa contemplación, llenas de la Presencia de Dios en la liturgia y en la oración, pueden ser palabras verdaderas al servicio de la Palabra:

"El silencio y la contemplación -predicaba el gran papa Benedicto XVI- son necesarios para poder encontrar, en medio de la dispersión de cada día, esta profunda y continua unión con Dios. Silencio y contemplación: la hermosa vocación del teólogo es hablar. Esta es su misión: en medio de la locuacidad de nuestro tiempo y de otros tiempos, en medio de la inflación de palabras, hacer presentes las palabras esenciales. Con las palabras hacer presente la Palabra, la Palabra que viene de Dios, la Palabra que es Dios. Pero, dado que formamos parte de este mundo con todas sus palabras, ¿cómo podríamos hacer presente la Palabra con las palabras, sino mediante un proceso de purificación de nuestro pensamiento, que debe ser también y sobre todo un proceso de purificación de nuestras palabras? ¿Cómo podríamos abrir el mundo, y antes abrirnos a nosotros mismos, a la Palabra sin entrar en el silencio de Dios, del que procede su Palabra? Para la purificación de nuestras palabras y, por tanto, para la purificación de las palabras del mundo necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora" (Hom. a la Comisión Teológica Internacional, 6-octubre-2006).

Al teólogo auténtico le debe caracterizar su tiempo de estudio silencioso así como su oración contemplativa (adoración eucarística). Quien carezca de esto, no es verdadero teólogo ni elaborará teología auténtica, sino palabras que aturden como unos platillos (cf. 1Co 13).

Silencio y contemplación, pausada, van al ritmo de las horas de estudio antes de pronunciar palabras. El teólogo entra así en la noche estrellada, esperanzadora: "un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa bajó desde el trono real de los cielos" (cf. Sb 18,14).

Para hacer teología ha de haber silencio y contemplación, un estudio pleno de meditación y elevar el corazón hacia Dios. Entonces se entra en el silencio y se escucha la Palabra, aquella que, precisamente, nació del silencio: "Hay un solo Dios, el cual se manifestó a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es palabra suya, que procedió del silencio" (S. Ignacio de Antioquía, Ad Magn., 8,2).

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