martes, 22 de agosto de 2017

Lo que el santo ve (Palabras sobre la santidad - XLIV)

La fe provoca una mirada nueva, o, también, la fe es una mirada nueva sobre todas las cosas, porque se participa de la mirada del mismo Cristo. Entonces se ve limpiamente, más y mejor, más lejos y con mayor profundidad, porque se alcanza la verdad de las cosas, la verdad de la realidad misma.


"El ver también forma parte del seguimiento de Jesús, y la fe se presenta como un camino de la mirada, en el que los ojos se acostumbran a ver en profundidad" (Lumen fidei, 30).

El amor comparte la visión y la mirada del amado; ve de otro modo, con mayor alcance. La fe, con esa peculiar e íntima comunión de amor con Cristo, comparte la mirada de Cristo:

"La experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible tener una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. El amor verdadero, a medida del amor divino, exige la verdad y, en la mirada común de la verdad, que es Jesucristo, adquiere firmeza y profundidad" (Lumen fidei, 47).

Unido a Cristo, el creyente alcanza con su mirada más allá de las apariencias incluso adversas:


"Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo" (Lumen fidei, 56).

Entonces, los santos, los verdaderos y cabales discípulos de Cristo, ¿qué ven? ¿Qué descubren? ¿Qué mirada tienen y hasta dónde alcanzan?

Sostenidos por la fe, la esperanza y el amor, la mirada del santo descarta la desesperanza, el abandono, la inutilidad, y se mantiene firme, descubriendo un germen de vida donde aparentemente incluso ya no hay nada que esperar.

"...[El santo] ve que es posible, que hay algo escondido y que puede ser sacado fuera de esta psicología del hombre caído, del hombre frágil, del hombre habituado a la propia debilidad. Ve que el hombre es redimible. Que se le puede dar una nueva forma...” (Pablo VI, Discurso en Frascati, 1-9-1963).

Donde cualquiera apagaría la mecha humeante, el santo ve aún posibilidades de que se recupere y vuelva a arder.

Donde cualquiera quebraría la caña cascada, el santo espera que aún puede fortalecerse y enderezarse.

Donde cualquiera ve obstáculos insalvables, el santo descubre resquicios de una posibilidad divina.

Donde cualquiera daría por impensable la recuperación del pecado, el santo odiando el pecado, sabe salvar al pecador y amarlo.

Donde cualquiera no sabría cómo reaccionar ni qué hacer, el santo ve más allá y se lanza a aventuras divinas.

Es la mirada extraordinaria, sobrenatural, de los santos.

Y con esa mirada de fe, tan lúcida, de los santos, descubre en el mundo profano, secular, inmensas posibilidades de hacer, edificar, construir, sembrar y arrastrar para Cristo. Nada lo desalienta. Por eso, el santo ve y descubre y confía en las inmensas posibilidades del laicado activo, firmemente edificado en Cristo, para vivir en santidad y renovarlo todo.

[Los santos] saben –y este es el lado genial de su visión espiritual y social- que el seglar mismo puede convertirse en elemento activo” (PABLO VI, Discurso en Frascati, 1-9-1963).

Lo que el santo ve está siempre iluminado por la esperanza sobrenatural: por eso, porque ven como Cristo, más allá de las apariencias desilusionantes o decepcionantes de la realidad, se embarcan en tareas que Dios les va mostrando, y lo hacen confiados, seguros en Dios.


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