sábado, 19 de agosto de 2017

La santidad... y la comunión de los santos

Un apartado de la obra de Marie-Joseph Le Guillou, "El rostro del Resucitado", trata de la santidad, destacando los contenidos fundamentales del Concilio Vaticano II.

La forma de presentarlo, o el lenguaje que emplea el autor, me parecen sencillos y claros para nosotros e incluso cabría resaltar que al leer el texto uno desea más la santidad y comprende mejor el misterio de la Iglesia como una preciosa Comunión de los santos, real, efectiva, muy concreta.

Dice el texto, aunque sea muy amplio:

"Para todos los cristianos, la vida religiosa es una llamada a esa transfiguración perfecta a imagen de Cristo que es la vocación de todos y que es, siempre y a la vez, personal y comunional.

Soy transformado a imagen de Cristo de manera absolutamente única y personal, pero lo soy en comunión con todos mis hermanos.

Por eso puedo descubrir en mis hermanos conformados a imagen de Cristo, su Rostro, y puedo vivir en su familiaridad, en la alegría común de glorificar juntos al Dios que nos salva (LG 50).

Mirando la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (cf. Hb 13, 14 y 11, 10) y al mismo tiempo aprendemos el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada uno. En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cf. 2 Co 3,18), Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos El mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (cf. Hb 12, 1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio (LG 50).

Al contemplarlos todo nuestro testimonio de amor "se dirige, por su propia naturaleza a Cristo, y termina en Él, que es 'la corona de todos los santos', y por Él va a Dios, que es admirable en sus santos y en ellos es glorificado" (LG 50).

Pero puedo ser llamado a reproducir, en el corazón de la comunión fraterna de la Iglesia, la imagen de Cristo -hombre nuevo creado a imagen de Dios en la santidad y la justicia- según ciertas perspectivas privilegiadas.

Un santo puede, pues, llegar a ser para mí aquel que me remite al misterio de la creación de mi ser en Jesucristo en el Espíritu Santo, y al rostro que ha de revelarse en mí por Jesucristo en el Espíritu Santo. 

La contemplación de este santo me remite al misterio de mi predestinación en Jesucristo: me remite a lo más profundo de mi ser, al misterio de mi vocación en el Espíritu.

Al mirar a este santo, me vuelvo dócil a la acción del Espíritu que ha de recrearme a imagen de Cristo: me dejo transformar por la acción del Espíritu que ha suscitado a este santo en Jesucristo y que ha de suscitarme a imagen de Cristo en una comunión fraterna percibida con este santo.

Amar o imitar a este santo no tiene nada que ver con una reproducción servil de las virtudes del santo. Se trata del descubrimiento de una comunidad de vocación. Porque en él he visto la misma llamada que me ha sido hecha, me abro a la acción del Espíritu que me configura a imagen de Jesucristo.

Se trata de una imitación dinámica y completamente original, cuyo motor es el Espíritu Santo.

Descubro en ese santo el espacio de libertad y de seguridad en el que me puedo encontrar a mí mismo para así dejarme recrear en Jesucristo. Me siento llevado por el movimiento creador del Espíritu que ha suscitado a este santo y que también ha de suscitarme.

Esto explica que haya como un descubrimiento espontáneo de afinidades: es el misterio del encuentro personal. Con una u otra persona, me siento en seguida en profunda sintonía. Pequeños indicios me han revelado su misterio y me han hecho entrar en comunión con ella.

Lo mismo ocurre con los santos. Con su contacto mi propio rostro se revela ante mis ojos.

El corazón de la comunión con uno u otro santo es el Espíritu Santo, creador del hombre nuevo en Jesucristo"

(LE GUILLOU, M-J., El rostro del Resucitado, Encuentro, Madrid 2012, pp. 366-367).


Así se explica la comunión de los santos:

-obra del Espíritu Santo

-por su variedad, con unos santos más que con otros hay sintonía espiritual casi inmediata

-y esa sintonía permite realizar mi propia vocación a la santidad mirando al santo como un espejo.

¡Y qué rica y variada es la santidad en la Iglesia, los santos como astros en el firmamento de la Iglesia!

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