lunes, 18 de julio de 2016

La oración del cristiano (II)

Veamos los rasgos que constituyen una oración que pueda llamarse cristiana: es decir, enseñada por Cristo, realizada con Cristo, abriéndose al Don del Padre.


Nada tiene que ver con la "meditación trascendental" que nos vacía de todo para orientarnos a la nada y al vacío. El silencio de la oración cristiana no es vacío, anulación del ser, o cosa por el estilo, sino la condición necesaria para encontrarse con el Padre en lo secreto, oírle y responderle, suplicarle y darle gracias.


"La Revelación descubre este anonimato, que mantenían las indecisas afirmaciones del pensamiento racional. Dios se desvela como nuestro único autor al mismo tiempo que nos revela que todo su ser es donar, comenzar absolutamente la lógica espiritual que es la lógica del don del ser. 

La oración cristiana no es ajena a lo que somos: atestigua nuestro ser-don. No está en los labios, sino en todo el ser, en todo el espíritu que se le ofrecen. Es el don más difícil, más precioso y, en los santos mismos, el más raro de la historia de cada uno -aquel que resiste a la ley del apartamiento de las cosas.


El silencio del recogimiento hace surgir las palabras de la oración donde el cristiano, a imagen del Hijo, se ofrece a Dios: esto es lo que suscita sin embargo el silencio de otra espera en el corazón mismo del acto de la oración: el de la confirmación espiritual. Ninguna oblación del Hijo, en efecto, sin su propia confirmación eterna por la silenciosa omnipotencia del Espíritu. Es la otra lección de la Revelación: es confirmado aquel que se da a cambio; es renovado aquel se ofrece a su vez al autor del ser, como por un ardid secreto del amor paternal, donde se manifiesta el Espíritu Santo que, él, da sin recibir. 


Y si se quiere medir -como sin duda nos invitan a ello toda la miseria del pecado y, primero, la última desgracia de la muerte- el mal multiforme según el único rasero de la no-confirmación del ser, de la vida a costa de su integridad, de la existencia hecha de promesas no mantenidas, entonces es absurdo excluir la oración de petición, en las penas y desesperanzas cotidianas, de la acción de gracias que es el débil suplemento a la gloria divina.

El cristiano sólo se ofrece a su Creador en la oración con la esperanza de la confirmación, que es potencia divina de resurrección de renovación, de don por añadidura de placeres y alegrías".


BRUAIRE, Claude, "La prière du chrétien", en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 5-6.


La dinámica del Don expresa lo que es Dios mismo: el que siempre se da, el que se da gratuitamente.

La oración misma es, en sentido general, un acto de revelación, donde Dios, dándose, se muestra y se desvela.

Y la oración misma conduce, en esa dinámica del don, a ofrecernos y entregarnos en el Espíritu al Padre.

Son éstos los componentes e ingredientes, indispensables, claros, de una oración cristiana. Así nos situamos ante Dios al orar.

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