sábado, 24 de octubre de 2015

Pensamientos de san Agustín (XXXV)

Escuchemos a los maestros, capaces de ofrecer una enseñanza válida y perenne, y que poseen acreditada solvencia como Padres.

San Agustín, por su amplísima producción y por la hondura de sus predicaciones y escritos, es maestro e interlocutor válido hoy para nosotros, ofreciéndonos doctrina y teología y honda espiritualidad.

Y así, puestos a la escucha, beberemos de las fuentes más claras y cristalinas de nuestro patrimonio.

¿Cómo se relaciona uno con los demás? En toda relación debe brillar el amor de caridad sin duda alguna, pero este amor de caridad reviste formas distintas: uno mismo, amigos, enemigos, etc.

Este hombre, mientras vive, usa de los amigos para mostrarles su generosidad; de los enemigos, para ejercitar su paciencia; de otros que puede, para hacerles bien; de todos, para abrazarlos por su benevolencia (San Agustín, Tratado sobre la Verdadera Religión 47,91).

La conversión en el hombre reporta un bien, aunque sea un proceso laborioso, y este bien es unirse a Dios más perfectamente. No disminuye, ni se hace menos hombre, ni renuncia a su humanidad concreta: por el contrario, la conversión en entrega a Dios, acreciente su ser humano a una plenitud mayor y desconocida.

El hombre ve que la conversión le conviene cuando le ayuda a unirse perfectamente a Dios, del mismo modo que es viciosa toda mutación que entraña mengua (San Agustín, Carta 118,3.15)
El buen maestro Agustín da una sabia norma pedagógica, que forma parte del carisma agustiniano. Muchos creerán que lo que hace falta hoy en todos los planos, niveles y relaciones, es contundencia, severidad, y se juzga la paciencia y la dulzura como signos de debilidad. Algunos prefieren el lenguaje de la condena constante a todo y a todos antes que la medicina de la misericordia, la paciencia y el ejemplo. Ya san Agustín ofrece esta norma de pedagogía cristiana:
Más bien que mandar, hay que enseñar; más que amenazar hay que amonestar. Con el pueblo hay que proceder así, reservando la severidad para el pecado de los pocos (San Agustín, Carta 22,1.5)
El apóstol, el evangelizador, llámese misionero, o catequista, o maestro, o educador en la fe, o religioso, o sacerdote, etc., debe vivir para evangelizar y no al revés, evangelizar para poder vivir. Todo ha de estar en función del servicio evangelizador, vaciándose uno de sí mismo, y sin buscar su propio interés en ningún aspecto.

Nosotros, por ejemplo, no debemos evangelizar para comer, sino comer para evangelizar; porque, si evangelizamos para comer, manifestamos menor aprecio del Evangelio que del alimento, y de esta manera será nuestro bien el comer, y nuestra necesidad el Evangelio (San Agustín, Tratado sobre el Sermón de la Montaña 2,16,54)
Creer es siempre una gracia por la cual Dios toca el corazón para que reconozca la Verdad. La predicación será el instrumento necesario, imprescindible, para que Dios pueda darse, pero es gracia el creer.
Cuando se predica el Evangelio, unos creen y otros no creen; porque los que creen, cuando suenan exteriormente las palabras del predicador, escuchan interiormente la voz del Padre y aprenden de El; mas los que no creen, aunque oyen exteriormente, no escuchan ni aprenden interiormente; es decir, a unos se les concede el creer y a los otros no se les concede (San Agustín, Tratado sobre la Predestinación de los Santos 8,15).
¡Qué necesaria es la esperanza! Es la virtud teologal de la que menos hablamos, y sin embargo, la pequeña esperanza -como diría Péguy- va llevada de sus dos hermanas mayores, la fe y la caridad, permitiéndonos cada día caminar.
También la esperanza es necesaria durante la peregrinación; es ella la que nos consuela en el camino. El viandante que se fatiga en el camino, soporta la fatiga porque espera llegar a la meta. Quítale la esperanza de llegar, y al instante se quebrantarán sus fuerzas (San Agustín, Sermón 158,8)

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