lunes, 5 de octubre de 2015

El salmo 50 (Miserere)



                Proclama la Iglesia como salmo responsorial el salmo 50, el más clásico y el más típico de los salmos penitenciales. Existen varios de ellos en las Escrituras, por ejemplo, el salmo 129, “desde lo hondo a ti grito, Señor”. Este salmo 50 expresa la realidad de nuestro pecado y la humilde confesión de nuestras culpas en la presencia del Altísimo

                 Dice este salmo, tan apropiado para prepararse al sacramento de la Penitencia (para confesarse) y para cada viernes del año:


 Misericordia, Dios mío por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame : quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

 

Líbrame de la sangre ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.



                 “Misericordia, Dios mío, por tu bondad”. No tenemos derecho al perdón de Dios, ningún derecho: es sólo un gesto gratuito de la misericordia  de Dios, pero nadie tiene derecho.

                   “Por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito”. Se acude, y se acude confiadamente al Señor, confiando no en nuestros méritos, sino en los méritos de Cristo, en las llagas gloriosas, en el sacrificio de la cruz. Eso sí, con la premisa “yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado”, esa premisa que tantas veces no se cumple porque no nos vemos pecadores, y nos disculpamos y lo justificamos con mucha facilidad, porque “yo ni robo ni mato”, “yo vivo solo, no voy a pelear con nadie, no tengo pecado”; “pues yo reconozco mi culpa” y quien reconoce su culpa y se acerca al Señor con el corazón “contrito y humillado”, el Señor tiene misericordia de él.

                Así este salmo expresa la necesidad de humillarse ante el Señor: “humillaos ante el Señor para que Él a su tiempo os ensalce”, dice la primera carta de San Pedro.

                Este salmo lo emplea la Iglesia en diversos momentos en su liturgia, de modo que, según el momento y el uso litúrgico, se subraye una u otra característica del salmo. 

                    1) Se canta todos los viernes en las Laudes de la mañana, en la alabanza, haciendo memoria, por medio del canto de este salmo, del sacrificio de la cruz, y Cristo en la cruz, que ha cargado con nuestros pecados, que ha crucificado nuestros pecados en su carne, está implorando la misericordia del Padre para toda la humanidad. Por eso los viernes se canta, Cristo lo canta en la cruz y nosotros, los viernes, que son días penitenciales en la Iglesia, nos unimos a la plegaria de Cristo pidiendo en reparación por toda la humanidad.

                2) Este salmo 50 se canta también el Oficio de los difuntos, sobre todo por aquel versículo que habla de los “huesos quebrantados”. “Huesos quebrantados” de aquél que está quebrantado por la muerte, y nosotros, en su nombre, estamos pidiendo que Dios tenga misericordia de él. Sabéis que el hecho de morir no significa automáticamente que uno tenga vida eterna, que uno esté ya en el cielo y sea santo, como esas canonizaciones que nosotros hacemos  inmediatamente se muere alguien, sino que la Iglesia ora y pide por los difuntos, porque esperamos y confiamos que estén en la presencia del Padre, pero no lo sabemos. Y la Iglesia –es doctrina del Catecismo- ofrece en sufragio por los difuntos, en primer lugar, el sacrificio la Eucaristía, y además, la plegaria, la oración. Por eso utilizamos este salmo para que los “huesos quebrantados” de algún hermano difunto puedan saltar de júbilo en la vida eterna.

                3) Se emplea también en la liturgia penitencial del Miércoles de ceniza como salmo responsorial, con el estribillo “Misericordia, Señor, hemos pecado”,  para entrar en Cuaresma con un espíritu penitencial de renovación. 

          4) Y se emplea también, y nos sirve y nos ayuda para prepararnos al sacramento de la Reconciliación. En una de las fórmulas individuales de confesión se pueden emplear algunos versículos de este salmo como oración del penitente antes de la absolución.
  
                Aprendamos, pues, a orar con los salmos, a interpretarlos, a valorarlos, a cantarlos según las distintas lecturas que tienen según sean los momentos que la Iglesia los toma en su liturgia. Humillemos nuestro corazón ante el Señor porque somos pecadores e invoquemos confiadamente la misericordia infinita de Dios para con su pueblo.

1 comentario:

  1. El pecador, sinceramente arrepentido, se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole que no lo aparte de su presencia. Si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios está dispuesta a purificarlo radicalmente.

    Así se pasa a la segunda región espiritual del Salmo, es decir, la región luminosa de la gracia. En efecto, a través de la confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un «corazón» nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios. (Juan Pablo II).

    Dichosos los que viven en tu casa, Señor(de las antífonas de Laudes).

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