viernes, 6 de marzo de 2015

Plegaria: el silencio de Cristo en su Pasión

La meditación, hecha plegaria, de san Juan de Ávila sobre la Pasión de Cristo nos conduce a la intimidad del Señor.
 
Oramos y vemos la grandeza de la Pasión, los dolores inestimables de Cristo y su inmenso amor por cada uno de nosotros. Todo convida a amor, y todo hiere nuestro corazón para poder responder con amor.


Así, al mismo tiempo, nos dejamos conducir y aprendemos de la doctrina de un gran doctor, san Juan de Ávila, que merece ser conocido por todos.



El Señor calla en su Pasión

            ¡Bendito sea tu callar, Señor, que callaste por dentro y por fuera el día de tu pasión: por fuera, no maldiciendo ni respondiendo; y en lo dentro, no contradiciendo, sino aceptando con mucha paciencia los golpes y las voces, y las penas de tu pasión, pues tanto hablaste en los oídos de Dios, que antes que hablemos somos escuchados!

            Y esto no es ninguna maravilla, porque cuando nosotros no éramos nada, tú nos hiciste; y antes de que lo supiéramos pedir, nos mantuviste en el vientre de nuestra madre y fuera de él; y, antes de que los pecados nos derribasen, tú nos guardaste; y cuando caímos por nuestra culpa, tú nos levantaste y nos buscaste sin que nosotros te buscásemos; y, lo que es más, antes que naciésemos, ya tú habías muerto por nosotros, y nos tienes aparejado tu cielo. No es mucho que de quienes tanto cuidado has tenido, antes que lo tuviesen de ti, lo tengas en esto; y que, viendo tú de qué teníamos necesidad, nos lo des muchas veces, sin esperar a que nos cansemos pidiéndotelo, pues tú te cansaste tanto pidiéndolo y ganándolo para nosotros.



            ¿Qué te daremos, ¡oh Jesús benditísimo!, por este callar con que callaste delante de los que te querían mal y te hacían mal? ¿Y qué te daremos por estas voces tan altas y tan llenas de amor que por nosotros diste delante de tu Padre? Ojalá tuvieras a bien, por tu infinita bondad, que nos hicieses la merced de que estuviésemos tan callados al ofenderte, y al sufrir de buena gana lo que quisieses hacer de nosotros, como si fuésemos unos muertos; y estuviésemos tan vivos para vocear tus alabanzas que ni nosotros, a quienes redimiste, ni los cielos, ni la tierra, ni debajo de la tierra, con todo lo que en ella hay, nunca cesásemos, con todas nuestras fuerzas, de cantar tus loores con gran alegría, y servirte con ferventísimo amor.

            Y no te contentas, Señor, con tener tus oídos puestos en nuestros ruegos, para escucharnos con atenta prontitud, sino que, como quien muy de verdad ama a otro, y se goza en oírle hablar o cantar, así tú Señor, dices al alma redimida por tu sangre: Enséñame tu rostro; suene tu voz en mis oídos; porque tu voz es dulce, y tu rostro muy hermoso (Cant 2,14). ¿Qué es esto, Señor, que dices? ¿Tú deseas oírnos y nuestra voz es dulce para ti? ¿Cómo te parece hermoso el rostro , que, por haberlo afeado con los muchos pecados, que hemos cometido mirándolo tú, tenemos ahora vergüenza de alzarlo hacia ti?

            Verdaderamente, o merecemos mucho delante de ti, o nos amas tú mucho. Pero no consientas, Señor, no consientas que de tu buen comportamiento saquemos nosotros soberbia, puesto que aquello con lo que te agradamos y te parecemos bien, es gracia tuya, la que tú nos has dado; y además de esto, regalas y galardonas a los tuyos más copiosamente de lo que ellos merecen.

            Sea pues, Señor, la gloria para ti, de quien nos viene todo nuestro bien y en quien está todo nuestro bien; y sea para nosotros, y en nosotros, la vergüenza por nuestra maldad e indignidad.

            Tú eres nuestro gozo, tú eres nuestra gloria, en la que nos gloriamos, no vanamente, sino con mucha razón y verdad. Porque es gran honra ser amados por ti, y tan amados que te entregaste a tormentos de cruz por nosotros, de donde nos vienen todos los bienes[1].




[1] S. Juan de Ávila, Audi filia, cap. 85.

1 comentario:

  1. Resulta desconcertante, al menos para mí, el silencio de Cristo en su Pasión. Son pocas las palabras que cruza con Pilatos y le pregunto ¿por qué no te defendiste Señor?

    La muerte sin sentido de Jesús tenía para Él un sentido secreto y último, el mismo sentido que sostuvo su vida.

    Mi siervo justificará a muchos, porque cargó sobre sí los crímenes de ellos (de la Lectura breve de Laudes)

    ResponderEliminar