lunes, 23 de febrero de 2015

Santificado sea tu nombre (II)

Dios es Santo, el tres veces Santo, y, sin embargo, suplicamos en el Padrenuestro que su nombre sea santificado. ¿Acaso lo necesita? ¿Acaso no era ya santo?


Más bien habremos de considerar que la súplica espera que "sea santificado su nombre en nosotros", de manera que nosotros seamos santos con la santidad que viene de Él; que sea santificado en nosotros y ninguna acción, palabra, sentimiento o disposición interior empañe la santidad de Dios en nosotros, sino que la refleje mejor.

Si la voluntad de Dios es nuestra santificación y el Señor mismo dice que seremos santos porque Él, el Señor, es santo, esta petición del Padrenuestro pide el cumplimiento de esas promesas de santidad y santificación.

Esta primera petición de la Oración dominical es una auténtica petición de santidad y así la catequesis de la Iglesia va a explicar a sus catecúmenos qué es lo que queremos recibir cuando suplicamos así: "santificado sea tu nombre".


"n. 3. Acabamos de oír a quién debemos invocar; escuchamos también la esperanza de una herencia eterna que nos otorga el haber comenzado a tener a Dios como Padre; oigamos qué hemos de pedirle. ¿Qué hemos de pedir a tal Padre? ¿No le pedimos hoy y ayer y el otro día la lluvia?

Nada grande es lo que hemos pedido a tal Padre; y, sin embargo, veis con cuántos gemidos, con cuán gran deseo pedimos la lluvia, porque tememos morir, temor a algo que nadie puede eludir. Todo hombre ha de morir más pronto o más tarde, y, no obstante, gemimos, imploramos, sufrimos dolores como de parto, clamamos a Dios, y todo para morir un poco más tarde. ¡Cuánto más debemos levantar a él nuestra voz para llegar a donde nunca muramos!

n. 4. En consecuencia, se dijo: Santificado sea tu nombre.

También le pedimos esto: que su nombre sea santificado, pues en sí es siempre santo.

¿Cómo es santificado su nombre en nosotros sino haciéndonos él santos?

Pues nosotros no éramos santos, y por su nombre hemos sido hechos tales; él, en cambio, es siempre santo y su nombre lo es igualmente. Rogamos por nosotros, no por Dios. Ningún bien deseamos a Dios, a quien ningún mal puede nunca sobrevenir. Es para nosotros para quienes deseamos un bien: que sea santificado su nombre.

Lo que siempre es en sí santo, séalo en nosotros también".

(S. Agustín, Serm. 57, 3-4).

2 comentarios:

  1. “Lo que siempre es en sí santo, séalo en nosotros también" para que se muestre la gloria de Dios.

    Mi total conformidad con lo expuesto en la entrada, así debemos rezar (orar) “santificado sea tu nombre”.

    Señor de misericordia, que en el bautismo nos diste una vida nueva,
    te pedimos que nos hagas cada día más conformes a ti (de las preces de Laudes).

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