viernes, 2 de enero de 2015

Plegaria por la paz

"Señor, estamos hoy tan armados como nunca en los siglos anteriores y estamos cargados de instrumentos mortíferos capaces de incendiar en un instante la tierra y destruir hasta la misma Humanidad.


Señor, hemos fundado el desarrollo y la prosperidad de muchas de nuestras industrias colosales sobre la capacidad diabólica de producir armas de todos los calibres, dirigidas a matar y a exterminar a los hombres, nuestros hermanos. Hemos establecido así el equilibrio cruel de la economía de tantas naciones poderosas sobre el mercado de armas con las naciones pobres, privadas de arados, de escuelas y de hospitales.

Señor, hemos dejado renacer en nosotros las ideologías que hacen enemigos a los hombres entre sí, el fanatismo revolucionario, el odio de clases, el orgullo nacionalista, el exclusivismo racial, las revoluciones tribales, los egoísmos comerciales, los invidualismos gozosos e indiferentes hacia las necesidades de los demás...

Señor, es verdad. No vamos por buen camino.

Señor, mira, sin embargo, nuestros esfuerzos inadecuados, pero sinceros, por la paz en el mundo.


Existen instituciones magníficas e internacionales. Hay propósitos de desarme y de negociaciones. Existen, Señor, sobre todo tantas tumbas, que encogen el corazón, familias destrozadas por las guerras, por los conflictos, por las represiones capitales. Mujeres que lloran, niños que mueren. Prófugos y prisioneros aplastados por el peso de la sociedad y del sufrimiento. Y hay tantos jóvenes que se rebelan para que se promueva la justicia y sea la concordia la ley de las nuevas generaciones.

Tú lo sabes, Señor.

Hay almas buenas que obran el bien silenciosamente, con esfuerzo, con desinterés, y que ruegan con corazón contrito e inocente. Hay cristianos -cuántos, Señor- en el mundo que quieren seguir tu Evangelio y que profesan el sacrificio y el amor.

Señor, Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, danos la paz"

(Pablo VI, Alocución en la iglesia del Gesù, 1-enero-1970).

3 comentarios:

  1. Hace bastantes años José María Pemán escribió sobre la Navidad: “ha vuelto a sonar la salutación de los ángeles en la Natividad” preguntándose “¿Qué paz es ésa que ofrecen los ángeles en la Navidad?”

    Para que no hubiese confusión, nos dice el autor, Dios quiso que el anuncio de los ángeles ocurriera cuando la paz jurídica e internacional existía con inusitada totalidad, años de la “pax romana” de Augusto. En ese momento histórico, los ángeles anuncian la paz como una novedad, como un regalo divino, pero no es la paz de Augusto, es la paz de los hombres de “buena voluntad”, de aquellos que desean el bien. Sólo la buena voluntad, la voluntad limpia, es, como la verdad, una y pacífica.

    Cerca de donde se lanzó la promesa de la verdadera paz, estaba su confirmación: en un portal había nacido el Mesías, la Paz, que aunque entronca con un pueblo no tiene un carácter exclusivista; días o meses después, del brumoso Oriente lejano, es decir, de lo absolutamente forastero, vienen a visitarlo los Magos (probablemente sabios persas).

    Pero queda por Occidente otro mundo forastero en el cual el duelo va a ser duro y a muerte. A ocho kilómetros de aquel establo donde nace la Paz está el palacio de Herodes que representa toda la mala voluntad apasionada del paganismo: Herodes mandará degollar a todos los niños para cortar el mal de raíz, Pilato entregará al Mesías a la Cruz lavándose las manos en una condescendencia liberal tan propia de nuestros días, más tarde Adriano en Belén levantará un templo de Adonis y plantará un bosque para sus lascivos cultos.

    Mientras tanto, el Mesías de la Paz será predicado a los gentiles con paciencia, con misericordia, con amor, aún siendo oprimidos aquellos que lo predican.

    La humanidad no sigue teniendo otra opción sino la de escoger entre una u otra paz.

    Los sabios brillarán con esplendor de cielo, y los que enseñan la justicia a las multitudes serán como estrellas por toda la eternidad (de las antífonas de Laudes)

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  2. Hermosa oración y hermosa intención. Creo que todos debemos rogar y trabajar activa y permanentemente por la paz verdadera y justa no solo en los grandes conflictos sino también en las pequeñas cosas de nuestra vida diaria. Pidamos a Dios que nos ilumine para ello y nos haga como decía San Francisco de Asís instrumentos de su paz.

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  3. Me va a permitir recordar mi época en Capuchinos con esta oración de san Francisco.

    Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
    Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
    donde haya ofensa, ponga yo perdón;
    donde haya discordia, ponga yo unión;
    donde haya error, ponga yo verdad;
    donde haya duda, ponga yo fe;
    donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
    donde haya tinieblas, ponga yo luz;
    donde haya tristeza, ponga yo alegría.

    ¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
    ser consolado como consolar;
    ser comprendido, como comprender;
    ser amado, como amar.

    Porque dando es como se recibe;
    olvidando, como se encuentra;
    perdonando, como se es perdonado;
    muriendo, como se resucita a la vida eterna.

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