domingo, 4 de enero de 2015

Santísima Humanidad de Jesús

Un himno de la Liturgia de las Horas, en la edición castellana, se recrea en la contemplación de la santísima humanidad de Jesús, con acentos de ternura y amor inefable: ¡tan grande es el Misterio!

Te diré mi amor, Rey mío, adorándote en la carne, te lo diré con mis besos, quizás con gotas de sangre.
Te diré mi amor, Rey mío, con los hombres y los ángeles, con el aliento del cielo que espiran los animales.

Te diré mi amor, Rey mío, con el amor de tu Madre, con los labios de tu Esposa y con la fe de tus mártires.
 Te diré mi amor, Rey mío, ¡oh Dios del amor más grande! ¡Bendito en la Trinidad, que has venido a nuestro valle!

Una gran lección, sublime, para nosotros, discípulos, es la que se nos imparte en el nacimiento de Jesucristo; entramos en Belén para aprender la grandeza de Dios abajándose; la majestad de Dios humillándose; la alteza de Dios empequeñeciéndose.

¿Cómo? ¿Qué capítulo fantástico es éste? El estudio, nunca acabado, siempre necesitado de ulterior meditación, de la santísima humanidad de Jesús. San Francisco de Asís, con la representación del nacimiento en Greccio, resalta este rasgo de nuestro Señor.

"La Navidad es Epifanía: la manifestación de Dios y de su gran luz en un niño que ha nacido para nosotros. Nacido en un establo en Belén, no en los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas» – más que todas las demás solemnidades – y la celebró con «inefable fervor» (2 Celano, 199: Fonti Francescane, 787). Besaba con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano (ibíd.).



Para la Iglesia antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo: Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad completamente nueva. Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La resurrección presupone la encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: esta frase de san Pablo adquiría así una hondura del todo nueva. En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón.

Todo eso no tiene nada de sensiblería. Precisamente en la nueva experiencia de la realidad de la humanidad de Jesús se revela el gran misterio de la fe. Francisco amaba a Jesús, al niño, porque en este ser niño se le hizo clara la humildad de Dios. Dios se ha hecho pobre. Su Hijo ha nacido en la pobreza del establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado del amor de personas humanas, a las que ahora puede pedir su amor, nuestro amor. La Navidad se ha convertido hoy en una fiesta de los comercios, cuyas luces destellantes esconden el misterio de la humildad de Dios, que nos invita a la humildad y a la sencillez. Roguemos al Señor que nos ayude a atravesar con la mirada las fachadas deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz.


Francisco hacía celebrar la santa Eucaristía sobre el pesebre que estaba entre el buey y la mula (cf. 1 Celano, 85: Fonti, 469). Posteriormente, sobre este pesebre se construyó un altar para que, allí dónde un tiempo los animales comían paja, los hombres pudieran ahora recibir, para la salvación del alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado, Jesucristo, como relata Celano (cf. 1 Celano, 87: Fonti, 471). En la Noche santa de Greccio, Francisco cantaba personalmente en cuanto diácono con voz sonora el Evangelio de Navidad. Gracias a los espléndidos cantos navideños de los frailes, la celebración parecía toda una explosión de alegría (cf. 1 Celano, 85 y 86: Fonti, 469 y 470). Precisamente el encuentro con la humildad de Dios se transformaba en alegría: su bondad crea la verdadera fiesta" (Benedicto XVI, Hom. Misa de medianoche, 25-diciembre-2011).

La Palabra y el Niño: se proclama el Evangelio y se ve al Niño, se oye el día de Navidad que la Palabra eterna por quien todo fue hecho, que era Dios y la vida de los hombres, ha acampado entre nosotros haciéndose carne.

Ahora contemplamos su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, en este recién nacido: el Hijo de Dios. Sólo la humanidad de Jesús podría ser el acceso a Dios de nuestra propia humanidad.

"Te diré mi amor, Rey mío..."


1 comentario:

  1. La persona misma de Nuestro Señor Jesucristo y la realidad de su encarnación es un gran criterio de discernimiento; todo lo que tiene que ver con la vida real de Jesús, la verdad de su nacimiento, de su cansancio, de sus interpelaciones y preguntas, de su Pasión, de las horribles torturas que sufrió por nosotros, de su muerte redentora. Sólo cuando tomamos en serio estas verdades, cuando afirmamos lo que se afirma de la carne de Cristo en los Evangelios, podemos decir que estamos en la verdad de nuestra fe. Qué hermoso contemplar el misterio de su encarnación con todo lo que sigue en su realidad histórica tanto por sus contenidos como porque, en contemplar lo que se nos cuenta, está el manantial del Espíritu, de la gracia. El que contempla con verdadera convicción, fe y amor la carne de Cristo se abre a la verdad y a la acción del Espíritu.

    Este es el espíritu carmelita de santa Teresa respecto a cuál nuestro anfitrión está dedicando excelentes conferencias, el espíritu de mi formación escolar infantil: contemplar la sagrada humanidad de Cristo


    Que se goce la tierra, Señor, ante tu venida (de las preces de Laudes)

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