lunes, 25 de agosto de 2014

Santidad sacerdotal (Palabras sobre la santidad - VI)

Los sacerdotes están llamados a ser santos. El dinamismo propio de la gracia del sacramento del Orden los lleva a vivir la santidad propia de su estado de vida y misión, ya que han sido configurados a Cristo. Como un nuevo título, la gracia sacerdotal los impulsa y los llama a la santidad.


El ministerio sacerdotal se vuelve más fructífero, da más gloria a Dios y sirve mejor al bien de la Iglesia y de las almas cuando el sacerdote está seriamente comprometido en la santidad propia de su vida ministerial. Procura la santidad sacerdotal para identificarse plenamente con Jesucristo, Sumo y eterno Sacerdote, el único Santo, el Santísimo.

La doctrina conciliar es clara y exigente extrayendo las consecuencias del sacramento del Orden.

El decreto Presbyterorum ordinis enseña:

"Por el Sacramento del Orden los presbíteros se configuran con Cristo Sacerdote, como miembros con la Cabeza, para la estructuración y edificación de todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal. Ya en la consagración del bautismo, como todos los fieles cristianos, recibieron ciertamente la señal y el don de tan gran vocación y gracia para sentirse capaces y obligados, en la misma debilidad humana, a seguir la perfección, según la palabra del Señor: "Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial" (Mt., 5, 48). Los sacerdotes están obligados especialmente a adquirir aquella perfección, puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la recepción del Orden, se constituyen en instrumentos vivos del Sacerdote Eterno para poder proseguir, a través del tiempo, su obra admirable, que reintegró, con divina eficacia, todo el género humano. Puesto que todo sacerdote representa a su modo la persona del mismo Cristo, tiene también, al mismo tiempo que sirve a la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, la gracia singular de poder conseguir más aptamente la perfección de Aquel cuya función representa, y la de que sane la debilidad de la carne humana la santidad del que por nosotros fue hecho Pontífice "santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores" (Hb., 7, 26)...

Mas la santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio, porque aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal., 2, 20)" (PO 12).

La ley ordinaria es la de la santidad: así el ministerio sacerdotal reflejará la unión íntima con Cristo, Cabeza y Pastor. Los sacerdotes han de aspirar a la santidad, vivir santamente, ser dóciles a la gracia del Espíritu Santo.
El primer empeño, al que dedicarán todos los recursos ascéticos, naturales y sobrenaturales, será la santidad. La vida de los fieles encomendada a ellos crecerá sobrenaturalmente cuando los sacerdotes son santos. La santidad personal del sacerdote redunda en beneficio de los fieles (así como una vida mediocre, o aburguesada, o tibia, etc., afecta negativamente a los fieles).

"Jamás destacaremos suficientemente cuán fundamental y decisiva es nuestra respuesta personal a la llamada a la santidad. Ésta es la condición no sólo para que nuestro apostolado personal sea fecundo, sino también, y más ampliamente, para que el rostro de la Iglesia refleje la luz de Cristo, induciendo así a los hombres a reconocer y adorar al Señor" (Benedicto XVI, Disc. al clero romano, 3-mayo-2005).


7 comentarios:

  1. Pues... ¡a por todas! je,je.

    Es tan cierto el bien que podríais hacer, que a nosotros no nos queda más remedio que "colaborar" rezando con fuerza por esta intención: para que Dios bendiga vuestra vocación, vuestra respuesta, vuestro ministerio y a todos los que entren en contacto con vosotros. Y por vuestra salud, y por el buen humor", ... En Andalucía, ¡casi ná !!!!!

    El sacerdote con el que me confieso siempre me manda que rece por los sacerdotes y por las almas que se les acercan, o sea, más de lo mismo.

    Ahí estamos también todos los del blog. ¡Aupa, que dirían los vascos!

    Un saludo.


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    1. SIL:

      Menos mal que muchos rezáis por los sacerdotes. Somos falibles, nos cansamos, débiles..., pero la oración del pueblo cristiano ha de ser asidua y fiel para que perseveremos y vivamos en santidad.

      No es fácil el ministerio ni es fácil santificarse en el ministerio, aunque para algunos, con mirada superficial, sea simplemente "decir una Misa". Es toda la vida del sacerdote la que está comprometida en el ministerio, para vivir la paternidad sacerdotal y la esponsalidad con la Iglesia.

      Ha de buscar -decía la lectura hoy del Oficio- el bien de las ovejas y del rebaño como el Buen Pastor, pero no servirse de las ovejas ni apacentarse a sí mismo, buscando lo suyo y su comodidad, sin matarse mucho.

      Saludos SIL.

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  2. He terminado su libro “Orad sin cesar” y del “Tratado del amor de Dios y pláticas sacerdotales” me resta el Apéndice.

    La entrada de hoy se conecta con las pláticas sacerdotales de san Juan de Ávila. Insiste una y otra vez el santo sobre la necesidad de santidad en los sacerdotes. El título de su primera plática lo resume todo: “La alteza del oficio sacerdotal pide alteza de santidad”.

    Sin ser sacerdote ni ‘aspirar’ a ello (que hoy existe bastante confusión en la mujer tanto dentro como fuera de la Iglesia) a medida que avanzaba en la lectura sentía ganas de gritar: ‘quiero ser santa’. Este grito (anhelo) dice todo respecto a la eficacia de la predicación de san Juan.

    Y ¿qué me dice de las notas a pie de página? Ya va, ya va…Aunque para mí no es extraño el lenguaje de los santos quizá por haber leído tanto a santa Teresa, a san Juan de la Cruz, a santa Catalina de Siena y otras obras en manuscritos en castellano antiguo, las considero acertadas y aclaratorias.

    La anotación que me ha hecho mucha gracia (no sé si la debo atribuir a vd o al otro autor) es la 374 ¿Por qué me ha hecho gracia? Por su absoluta discreción (“Tal vez insinúe…”). Pues ¡anda que no se nota claramente lo que dice el santo en cuanto a la falta de una seria comprobación de si el propuesto tiene condiciones para ser ordenado! San Juan no se mordía la lengua. Una de las enormes ventajas de los ‘santos tradicionales’ es su falta de respetos humanos.

    Y yo, estoy de acuerdo con el santo y con la entrada: el sacerdote debe ser santo, debe aspirar a la santidad y esforzarse en alcanzarla (aunque la palabra esfuerzo no esté de moda por la gran confusión que existe sobre la herejía pelagiana)). El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestro espíritu pero nuestra alma (nuestra voluntad) debe ponerse a trabajar. Ejemplo: todos los veranos me propongo dejar de fumar; yo deseo dejar de fumar, le pido a Dios ayuda para dejar de fumar, pero no soy capaz de esforzarme para “pasar el mono” de la abstinencia.

    ¡Señor, quiero ser santa! Suena muy fuerte en esta sociedad nuestra en la que abunda lo contrario o la simple mediocridad ¿Verdad? Pero ¿para qué estamos en la Iglesia si no es para ser santos con la ayuda de Dios, que nunca nos va a faltar si nuestro anhelo es verdadero y no un ‘deseo etéreo’?. Y ¿por qué se ordena presbítero un hombre si no desea ardientemente ser santo?

    Su libro “Orad sin cesar” me ha encantado. Tengo que confesarle que, cuando dijo en el blog que lo iba a publicar, tuve el temor de que fuera otro libro más sobre la oración, pero no es así. Con un lenguaje sencillo, accesible a todos los mortales, deja caer cargas de profundidad. Dejo para la segunda lectura, que realizo siempre que un libro me interesa, comentar con vd un par de cuestiones. El libro es muy bueno y recomiendo a todos los lectores del blog que, si no lo han leído, lo lean; merece la pena y la librería diocesana de Córdoba funciona con rapidez y eficacia.

    Si los sacerdotes nos entregan su vida ¡Qué menos que rezar por ellos, por los conocidos y los no conocidos! ¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!

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    1. Julia MAría:

      Me pilla en el ordenador elaborando el borrador de un Directorio diocesano.

      ¡¡¡GRacias, mil veces gracias!!!

      Las notas a pie de página son todas mías, así que la suavidad de la expresión también es mía...

      Gracias por su amable análisis de mi libro, mi primer libro, "Orad sin cesar", de Credo-ediciones. Gracias por recomendarlo.

      Estoy moviendo ficha a ver si publico un segundo libro...

      Un gran abrazo y un sincero agradecimiento por sus palabras (en unos días muy grises en lo personal)

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    2. ¡Qué nuestra oración sea un pincel que coloree ese tono gris!

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  3. "El dinamismo propio de la gracia del sacramento del Orden los lleva a vivir la santidad propia de su estado de vida y misión, ya que han sido configurados a Cristo. Como un nuevo título, la gracia sacerdotal los impulsa y los llama a la santidad."

    Amigo, mejor no se puede decir.

    La santidad es el fruto orante de la participación en el sacerdocio de Cristo.

    Es importante que se hable de esto, porque si no, el sacerdote parece lo que no es, un moralista dispensador de moralidad, nada más alejado de lo que es.

    un abrazo

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    1. Gracias, Alonso.

      Tiene toda la razón del mundo. Un sacerdote no es un moralista dispensador de moralidad, ni un agente social, promotor de los llamados "valores" de hoy (solidaridad, ecología, etc.).

      Es algo más, mucho más grande y hermoso: Cristo mismo santificando y guiando.

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