jueves, 5 de septiembre de 2013

Santa Iglesia en sus santos

La Iglesia, a la que reconocemos como Santa, por el Espíritu Santo que en ella y por ella actúa, es a la vez una Madre fecunda engendrando santos.
La santidad es una nota característica y bella de la naturaleza de la Iglesia. Y cada santo es un testigo y un aval de la fecundidad santificadora de la Iglesia; cada uno de ellos es una pequeña, minúscula, llamativa encarnación de la santidad misma de la Iglesia.


¡Ese es el rostro, la verdad de la Iglesia!

""El cristianismo -observa de Lubac-... tiene que engendrar santos, es decir, testigos de lo eterno... Santo es el que ... logra hacernos entrever la eternidad, a despecho de la pasada opacidad del tiempo".

Pues bien, este penetrar en la opacidad se ha producido en la historia de la Iglesia en todo tiempo y en toda condición, nos ha llegado desde todos los continentes y en la más desconcertante variedad de circunstancias.

Formas y documentos de la santidad en la Iglesia están presentes cualitativa y cuantitativamente a lo largo de la historia de un modo incomensurable e incomparable respecto a cualquier otro ámbito de experiencia religiosa. Recordemos esta bella página de Adrienne von Speyr: "Los santos son la demostración de que el cristianismo es posible. Por ello pueden ser guías para caminar hacia esa caridad de Dios que de otro modo parecería imposible. Pues Dios, al fundar todas las modalidades de santidad, ha abierto infinitas posibilidades, de las cuales por lo menos alguna está sin duda a mi alcance. En el seguimiento real de los santos la exigencia "siempre mayor" de la caridad cristiana resulta clara por sí misma. De hecho un santo nunca significa un límite, un freno... La inserción de los santos es una facilidad que nos ofrece el Señor, una concreción de sus mandamientos, una indicación gracias a la cual nadie se puede engañar. Y por eso no sucede que la indicación sirva solamente para empezar el camino, teniendo luego que avanzar solos con el Señor. El santo acompaña, pues llega a ser de por sí cada vez más transparencia del Señor, y por eso no debemos dejarlo a un lado. El hace que el Señor nos resulte cada vez más central. Porque la esencia de toda santidad consiste en permanecer en el Señor hasta que Él vuelva".


Podemos añadir a la centralidad del reclamo que hace Adrienne von Speyr respecto a la experiencia sobreabundante de santidad que hay en la Iglesia esta expresión de agradecimiento de Newman: "Si fueron bienaventurados los que vivieron en los primeros tiempos, pues vieron las huellas recientes del Señor y escucharon el eco de la voz de los apóstoles, también somos bienaventurados nosotros que hemos tenido la suerte de ver al Señor revelado en sus Santos. Los prodigios de la gracia en el corazón del hombre, su poder creador, sus recursos inagotables, sus múltiples efectos, nosotros los conocemos como no pudieron hacerlo los primeros cristianos. Ellos no sintieron nunca nombrar a San Gregorio, San Bernardo, San Francisco o San Luis. Por ello, cuando fijemos nuestro pensamiento en la historia de los santos, como hacemos en la presente empresa, no hacemos otra cosa que aprovechar ese respiro y esa compensación para nuestras tribulaciones particulares que nuestro benigno Señor ha provisto dada nuestra necesidad".

Naturalmente, se puede pasar junto al milagro, el equilibrio humano o la intensidad de la experiencia de santidad que hay en la Iglesia con una actitud perfectamente ajena a todo ello. Ahora bien, eso significaría no haber querido pasar por la criba auténtica de la propia experiencia las características que tiene la Iglesia, tal como ella misma desea. Para "ver", y para creer, los ojos tienen que saber posarse sobre su objeto con una mirada que esté animada por un mínimo de capacidad de sintonía, lo que por otra parte es la condición natural de cualquier conocimiento de Dios. Dice Rousselot: "El amor da ojos para ver: el mismo hecho que se ama hace ver, crea para el sujeto amante un nuevo tipo de evidencia". Y en el proceso de verificación del que estamos hablando, la alborada de ese amor es el deseo de verdad, el deseo de acceder, si la pretensión de la Iglesia se revela como verdadera, a esa "...naturaleza nueva: la gracia santificante que nos permite creer, esto es, ver, en elmundo  visible, signos y señales del mundo sobrenatural"".

(L. GIUSSANI, Por qué la Iglesia, tomo 2, El signo eficaz de lo divino en la historia, Encuentro, Madrid 1993, pp. 142-143).

2 comentarios:

  1. Santa Iglesia en sus santos y santa Iglesia en sus pecadores, pues es de los pecadores de donde surgen sus santos. Me da por pensar que los santos, pecadores recalcitrantes, al fin y al cabo, fueran ni mejores, ni peores como pecadores recalcitrantes, que como santos; pues la Santidad no es cosa humana, sino manifestación de la Gracia de DIOS. No surge de la carne, sino del Espíritu. Si, decididamente, deberíamos estorbar lo menos posible. A ello. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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  2. ¿Quieres una Iglesia fiel a Cristo? Decídete a ser santo. La santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación de sus hijos (Catecismo); siendo personal, la santidad cristiana no es nunca una santidad individual o independiente, sino que se sitúa y se desarrolla en el seno de la Iglesia ¡Mis amigos, los santos!

    “Miraron a Cristo y ya no volvieron atrás, sabían de quien se fiaban y esa razón pudo más”, canta un Himno a los mártires españoles; así son todos los santos, mártires o no: “… continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús... una cosa hago, olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante" (Filipenses), siguiendo las “señales de tráfico” que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, como nos dijo mi querido Papa emérito.

    Seguir a Cristo: éste es el secreto de los santos. Tan de cerca que vivamos con El, que nos identifiquemos, sin desfigurarlo, sin caricaturas. La santidad no es un estado mental, ni una idea ni un sentimiento sino una aventura, una participación en la vida divina que Dios nos regala a todos pero que pide, implica, una acción del hombre: participar, tener parte, intervenir, compartir.

    ¿La santidad es para mí? Cómo no recordar unas sabias frases de un santo español: “Creer que la santidad es inalcanzable es una gran tentación y es mentira ¡Es escapismo! Podemos ser santos porque siempre Dios da la gracia y los medios. Dios no falla nunca, fallamos nosotros” o “¿quieres (ser santo) como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer? (así quisieron los santos) -¿No? - Entonces no quieres”.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!


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