lunes, 5 de agosto de 2013

Apostalado del creyente

Un Año de la Fe, como el que ahora transcurre, podrá revitalizar la vida cristiana en todos nosotros si nos dejamos guiar por el magisterio, luminoso, de la Iglesia. La fe que se encierra y se esconde, se pierde y se apaga; quedarán brasas que siempre podremos remover para que el fuego sea consistente. La fe que se encierra en lo subjetivo y no fructifica, será como intentar retener agua entre las manos: acaba fluyendo entre los dedos y las manos quedan vacías.


¡La fe se fortalece dándola! Un creyente, es decir, un cristiano que ha sido marcado por el Bautismo y la Confirmación, o es apóstol o no es cristiano, sabiendo que su propio apostolado va a permitir que su fe crezca, se robustezca, se consolide.

Después vendrá el modo de apostolado tan variado como variadas son las vocaciones, los estados de vida cristiano y las circunstancias concretas de cada cual: distintas tareas, distinta intensidad, apostolado asociado o personal, etc., pero siempre el apostolado es una nota inherente a la vida de fe.

Es momento entonces de crecer en la fe, de interiorizarla y encarnarla, de profundizar y hacerla más activa, así como -cada uno, uno a uno- plantearse realmente qué hace, qué apostolado real desempeña, qué pide el Señor que haga y cómo hacerlo.


"La presencia de tantos visitantes, entre los cuales nos place observar bellos y estimados grupos juveniles, nos trae un gran consuelo y nos mueve a suponer que cuantos aquí estáis habéis comprendido la afirmación del reciente Concilio, que quiere "intensificar más la actividad apostólica del Pueblo de Dios" (AA 1) y que espera también de los seglares, como miembros mismos del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, la aportación de una colaboración viva y personal en la misión salvífica de la Iglesia (cf. Lumen Gentium, 33), y en la instauración del orden temporal según el plan de Dios (cf. AA 5). Esta afirmación no es en sí misma una novedad, ya que brota de la naturaleza misma de la vocación cristiana; pero ha sido destacada con tal evidencia por el Concilio, intimada con tal autoridad y repetida con tanta insistencia, que constituye para el cristiano consciente una cuestión nueva, a saber, la de la actividad que todo cristiano debe desarrollar para la vitalidad y el crecimiento de la Iglesia.

Para Nos, en este momento de encuentro espiritual y eclesial, la cuestión se traduce en una pregunta, a la cual pensamos con paternal confianza que todos vosotros querréis darle una respuesta positiva. Estos visitadores, nos preguntamos, ¿han comprendido lo que la Iglesia del siglo XX les pide? ¿Son ellos verdaderamente los fieles del pueblo de Dios? ¿Son nuestros verdaderos amigos? ¿Nos quieren ayudar a conservar y a difundir el sentido cristiano en la vida moderna? ¿Cuál es su verdadera actitud con respecto a la Iglesia? ¿Una actitud pasiva e inconsciente, o activa y consciente? ¿Han venido aquí para una visita puramente ocasional o para renovar y manifestar su fe en Cristo y su adhesión a la Iglesia? ¿Están aquí como turistas curiosos, o como hijos deseosos de experimentar algo de la virtud secreta que los convierte en auténticos seguidores de Cristo, en atentos discípulos del Evangelio, y más aún, en apóstoles?

Entrega personal y entusiasta al apostolado

Creemos que sí. ¿Si Nos, por ejemplo, os dijéramos más ampliamente lo que la Iglesia piensa hoy de vosotros, de cada uno de vosotros, aceptaríais su juicio como una definición que os compromete? Limitémonos a decir: la Iglesia os considera como cristianos verdaderos, llamados a aquella forma de amor a Cristo y a su Iglesia, que se desarrolla en la acción o, como ahora se dice comúnmente, en el apostolado. ¿Estáis dispuestos, os sentís disponibles para profesar esta forma de amor? ¿La acción, el apostolado? La perspectiva de la acción y del apostolado asusta a muchos. ¿Quién puede sentirse capaz de actuar por el nombre de Cristo? ¡Cuántos se ponen a la defensiva cuando se les pide cualquier ayuda, cualquier cosa! ¿Qué resistencia opondrían si Nos repitiéramos con la Iglesia las palabras de San Pablo: "No pido vuestras cosas, os pido a vosotros mismos"? (2Co 12,14).

Es comprensible. Pero prestad atención. Es también San Pablo quien da solución a nuestra perplejidad ante la vocación al apostolado, es decir, a la funcionalidad del cristiano inserto en la comunidad eclesial. Él nos enseña la diversidad, la pluralidad de las formas, mediante las cuales un cristiano puede cooperar al bien general de la causa de Cristo, insistiendo siempre en la imagen del cuerpo en el cual hay muchos miembros y las funciones de cada uno de ellos son diferentes, único el bien del cuerpo, tan diversamente organizado (1Co 12,12ss). El Concilio, hablando de los seglares, recoge esta doctrina, y con claridad didáctica, la simplifica afirmando que son dos los campos en los cuales puede ejercerse su apostolado multiforme, un campo interno, dentro de la Iglesia, y un campo externo (cf. AA 9-10). Esta división elemental es muy importante porque quita muchas dudas y permite la explicación de las varias actitudes, según el temperamento y la preparación que cada uno puede ofrecer a la colaboración apostólica.

Y aquí, deteniendo la atención sobre la colaboración apostólica dentro de la Iglesia, deberemos observar que este campo está abierto a todos, mientras el otro campo, el exterior, no siempre está prácticamente accesible a todos. Efectivamente, cada uno, sea cualquiera su edad o su condición, puede y debe ofrecer su contribución de amor activo a Cristo y a su Iglesia, adhiriéndose libremente a una o más de tantas formas de actividad que alimenta el fervor, la espiritualidad, la eficacia, la estructura organizativa de la comunidad reunida auténticamente en torno al nombre de Cristo, es decir, de la Iglesia.

En la comunidad parroquial

Es importante, ante todo, descubrir el carácter comunitario, organizado, no sólo ideal y espiritual, sino visible, concreto, institucional (como se dice ahora), de la Iglesia; y dar a esta Iglesia social, que refleja y perpetúa el misterio de la Encarnación y que siendo humana no carece de límites y de defectos, la propia adhesión fiel y cordial. Este es el primer apostolado.
Que se pregunte cada uno a sí mismo cuál es el grado de esta adhesión personal: total o parcial, sincera o ambigua, amorosa o despectiva, operante o inerte, estable o intermitente, confiada o desconfiada, etc. Y pregúntese también si tiene un concepto exacto de la primigenia expresión de la comunidad cristiana, que es la parroquia, su parroquia; y si hace algo en favor de este organismo eclesiástico, que es la primera fuente autorizada y responsable de la Palabra de Dios y de la gracia de Cristo, si lo hace en calidad de buen cristiano, aunque no sea sino con el afecto, la asistencia y la ayuda.

Este es un segundo grado de apostolado para el cual ninguno es inhábil y del cual nadie debería eximirse. Si consiguiéramos dar a la institución parroquial su plenitud de oración y de caridad, de organización y de solidaridad, de conciencia eclesial y de actividad benéfica y pedagógica, habríamos ciertamente realizado una gran obra moderna y excelente de apostolado. Y en esto es claro que todos pueden colaborar;  y, cosa maravillosa, los más pequeños son los primeros en dar a la parroquia su profundo sentido apostólico, los niños que frecuentan las escuelas de catecismo, o de otras disciplinas, que tienen en ella un oratorio -esta Institución magnífica y polivalente: pedagógica, recreativa, religiosa, social-, o que se inscriben en asociaciones especiales y animan las fiestas de la comunidad, realizan también ellos una obra de apostolado interno de excelente calidad y de gran mérito.

¿Qué diremos de los pobres que ejercitan la paciencia y que aceptan el pan humilde del párroco? ¿No le dan acaso a la Iglesia la aureola apostólica de la caridad? ¿Qué diremos de los enfermos que aceptan de la parroquia la amistad y la ayuda; de los desocupados, de los necesitados en general, que poniendo su confianza en este centro de caridad, ciertamente incapaz de satisfacer a todos de manera adecuada, hacen a su manera la mejor apología de la Iglesia de Cristo, Iglesia de los pobres?

La familia, núcleo de la acción apostólica

El tema del apostolado interno dentro de la Iglesia no tendría sentido si quisiéramos recordar el aparato organizativo del cual dispone hoy la comunidad católica: desde el apostolado de la oración a la Acción Católica, especialmente las asociaciones de toda especie, como la de los Exploradores Católicos, las Bibliotecas parroquiales, las Conferencias de San Vicente, los Grupos deportivos..., quien da su nombre, su colaboración y su afecto a estas múltiples formas de buena y cualificada actividad realiza una obra dignísima de apostolado. 
Quisiéramos hablaros de la familia cristiana, entendida y organizada como comunidad del amor cristiano, de educación humana y religiosa, de testimonio moral y espiritual, para hacer su más caluroso elogio, como lo ha hecho justamente el Concilio, considerándola como hogar de apostolado, etc. (cf. AA nn. 11. 30). Pero baste aquí haber hecho mención de ella para explicar con un argumento incontestable la tesis sencilla de estas palabras: todos estamos llamados hoy al apostolado, vosotros los seglares con especiales exhortaciones; y todos, al menos de alguna manera y en alguna medida, en el interior de la Iglesia debemos y podemos realizarlo".

(Pablo VI, Audiencia general, 15-mayo-1968).

2 comentarios:

  1. Una vez más muchas gracias, Padre, por este nuevo regalo que nos hace. Padre, tengo para mi que el apostolado del creyente intuyo que ha de ser a partir de un modo de vida muy concreto que en las Sagradas Escrituras CRISTO dejó muy claro. Me da por pensar que eso evangeliza mucho y bien y además sin eso la cosa puede quedarse pequeño. Pero da igual, sin eso también hay que hacer algo, por poco que sea siempre será mejor que quedarse de brazos cruzados. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga

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  2. Estupendo texto D. Javier... para meditar 1, 2 y 30 ratos. Felices Vacaciones :D

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