lunes, 18 de septiembre de 2023

Orar glorificando a Dios



Según la espiritualidad más clásica de la Iglesia, la oración de mayor excelencia es la de alabanza; se glorifica a Dios por su amor misericordioso y entrañable. Y esto está mucho antes que una oración de petición o meditación. Impregnar nuestra vida de esta oración de alabanza es reconocer que todo nos viene del Señor, que sigue dándonos sus bienes.



Una alabanza -glorificación- que se traduce también por anuncio kerygmático: "anunciad a toda la tierra que el Señor hizo proezas. Gritad, exultad, habitantes de Sión: ¡Qué grande es en medio de ti, el Santo de Israel" (Is 12,1-6). Así se hace partícipes a los hombres de la salvación de Dios. No es tanto el cristianismo una ortopraxis, una moral o ética, cuanto un "cantar eternamente las misericordias del Señor" (Sal 88,2).

Una oración por excelencia de alabanza es la Liturgia de las Horas[1], puesto que ella es "principalmente oración de alabanza y de súplica, y, ciertamente, oración de la Iglesia con Cristo y a Cristo" (IGLH 2). Este sacrificium laudis es el oficio clave que marca la sucesión de las horas y los días, en que la Iglesia, asociada a Cristo, alaba constantemente la gloria de Dios. Es una glorificación eclesial por excelencia en unión con Cristo y por Cristo, sujeto y objeto de esta alabanza litúrgica.

 
Potenciar esta oración de alabanza es dar un sentido de glorificación a la vida de la Iglesia; y, por ser oración de la Iglesia, tal vez catequizando más, tal vez simplificando la Oración de las Horas, debe llegar a las comunidades parroquiales y ser la oración auténticamente eclesial. Es otro sentido de la glorificación a Dios mediante la oración y, por supuesto, la oración de la Iglesia, sacrificio de alabanza (cfr. Sal 115).

Radica en el hecho de que gloria es también equivalente en el NT a alabanza; así toda doxología es alabanza a Dios por Cristo, como cantan las Escrituras ("a Dios, el único Sabio, por Jesucristo ¡a él la gloria por los siglos de los siglos" Rm 16,27[2]) y siguen cantando los textos eucológicos: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo...", conclusión ésta de los salmos que confiere un carácter "laudatorio y cristológico" (IGLH 123) a la oración sálmica o el "gloria a Dios en el cielo..." de la Eucaristía.




    [1] Cfr. PABLO VI, CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA Laudis canticum, 1971.
    [2] También Ef 3,21: "A Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús", Hb 13,21c: "por mediación de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos", Ap 1,6: "a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos", etc...

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