Según la espiritualidad más clásica de la Iglesia, la oración de
mayor excelencia es la de alabanza; se glorifica a Dios por su amor
misericordioso y entrañable. Y esto está mucho antes que una oración de
petición o meditación. Impregnar nuestra vida de esta oración de alabanza es
reconocer que todo nos viene del Señor, que sigue dándonos sus bienes.
Una alabanza -glorificación- que se traduce también por
anuncio kerygmático: "anunciad a toda la tierra que el Señor hizo
proezas. Gritad, exultad, habitantes de Sión: ¡Qué grande es en medio de ti, el
Santo de Israel" (Is 12,1-6). Así se hace partícipes a los hombres de
la salvación de Dios. No es tanto el cristianismo una ortopraxis, una moral o
ética, cuanto un "cantar eternamente las misericordias del Señor"
(Sal 88,2).
Una oración por excelencia de alabanza es la Liturgia de las Horas[1], puesto que ella es
"principalmente oración de alabanza y de súplica, y, ciertamente, oración
de la Iglesia
con Cristo y a Cristo" (IGLH 2). Este sacrificium laudis es el oficio
clave que marca la sucesión de las horas y los días, en que la Iglesia, asociada a
Cristo, alaba constantemente la gloria de Dios. Es una glorificación eclesial
por excelencia en unión con Cristo y por Cristo, sujeto y objeto de esta alabanza
litúrgica.
Potenciar esta oración de alabanza es dar un sentido de
glorificación a la vida de la
Iglesia; y, por ser oración de la Iglesia, tal vez
catequizando más, tal vez simplificando la Oración de las Horas, debe llegar a las
comunidades parroquiales y ser la oración auténticamente eclesial. Es otro
sentido de la glorificación a Dios mediante la oración y, por supuesto, la
oración de la Iglesia,
sacrificio de alabanza (cfr. Sal 115).
Radica en el hecho de que gloria es también equivalente en
el NT a alabanza; así toda doxología es alabanza a Dios por Cristo, como cantan
las Escrituras ("a Dios, el único Sabio, por Jesucristo ¡a él la gloria
por los siglos de los siglos" Rm 16,27[2]) y siguen cantando los
textos eucológicos: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu
Santo...", conclusión ésta de los salmos que confiere un carácter
"laudatorio y cristológico" (IGLH 123) a la oración sálmica o el
"gloria a Dios en el cielo..." de la Eucaristía.
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