viernes, 24 de junio de 2022

Silencio: La voz de la conciencia (Silencio - V)



La conciencia es el órgano interior que nos permite reconocer la Verdad y adecuar nuestra vida a la Verdad. Pero la conciencia necesita del silencio para hacerse oír. “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” (GS 16).



            Con palabras de Juan Pablo II en la Veritatis splendor: “la conciencia, en cierto modo, pone al hombre ante la ley, siendo ella misma «testigo» para el hombre: testigo de su fidelidad o infidelidad a la ley, o sea, de su esencial rectitud o maldad moral. La conciencia es el único testigo. Lo que sucede en la intimidad de la persona está oculto a la vista de los demás desde fuera. La conciencia dirige su testimonio solamente hacia la persona misma. Y, a su vez, sólo la persona conoce la propia respuesta a la voz de la conciencia” (VS 57). El testimonio de la conciencia dirigirá al hombre si éste es capaz de escuchar este testimonio, entrando en diálogo consigo mismo:

“Nunca se valorará adecuadamente la importancia de este íntimo diálogo del hombre consigo mismo. Pero, en realidad, éste es el diálogo del hombre con Dios, autor de la ley, primer modelo y fin último del hombre. «La conciencia —dice san Buenaventura— es como un heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo manda por sí misma, sino que lo manda como venido de Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar». Se puede decir, pues, que la conciencia da testimonio de la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo, pero a la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma, invitándolo «fortiter et suaviter» a la obediencia” (VS 58).


El silencio interior hace aflorar la voz de la conciencia que guía y conduce. El hombre debe lograr acallar tantos ruidos, hacer silencio, y dialogar con la conciencia que le conduce a la Verdad:

“Sobre todo en el recogimiento de la conciencia, donde nos habla Dios, se aprende a contemplar con verdad las propias acciones, también el mal presente en nosotros y a nuestro alrededor, para comenzar un camino de conversión que haga más sabios y mejores, más capaces de generar solidaridad y comunión, de vencer el mal con el bien” (Benedicto XVI, Hom. en el Te Deum, 31-diciembre-2012).


            “Es necesario el silencio. Es necesario que la pantalla psicológica de nuestra receptividad esté, durante algún instante al menos, despejada, libre y tranquila. Es necesario que cada uno de nosotros retorne un momento en sí mismo (in se reversus: Lc 15,7). El oído interior se ponga en estado de escucha; en primer lugar de los ecos, tumultuosos al principio, tranquilos después, de la propia conciencia, de la propia personalidad individual, única y sola, y nunca completamente explorada; y luego hecha eco ella misma de otra voz finalmente perceptible, la voz de la conciencia religiosa, la voz del Espíritu de Dios, “que enseña toda verdad” (cf. Jn 16,13)… Nosotros, hombres modernos, debemos rehacernos esta celda interior, defendida del bullicio exterior, donde se escuchan los pasos y después la voz del Dios que viene” (Pablo VI, Aud. General, 1-diciembre-1971).



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