jueves, 12 de abril de 2018

La vida eucarística - III



            Al tratar de la Eucaristía, exponer su secreto profundo, las palabras se vuelvan pequeñas e inexpresivas. 

Estamos ante el gran Sacramento: ¿se puede explicar? 

Nos hallamos ante el Misterio de nuestra fe: ¿cómo comprenderlo en su totalidad? 



Es el Amor de los Amores: ¿podremos comprenderlo en su totalidad? 

Es el Amor de los Amores: ¿podremos hacer otra cosa que no sea balbucir tímidas palabras, teniendo enfervorizado el corazón? 

Es la zarza ardiente, Fuego de Amor, en el Cuerpo de Cristo: ¿no habremos de descalzarnos respetuosamente adorando porque este sitio que pisamos es terreno sagrado?

            “La delicia del Señor es estar con los hijos de los hombres” (Prov 8,32). Quiere estar con sus hermanos –que somos nosotros por el bautismo-, permanecer junto a ellos, consolarlos, atraerlos a su Corazón, fuente de vida y santidad, horno ardiente de caridad. Cristo halla su delicia, y se goza su Corazón en abrir sus tesoros de amistad, de inefable amor, de sabiduría escondida que trasciende todo. Ahí está Cristo.


            “Entrad por sus puertas con acción de gracias”, entrad en su presencia con sentimientos sinceros de amor y adoración. Esto es quitarse las sandalias ante la zarza ardiente que arde sin consumirse, el misterio de la Eucaristía que arde con el amor del Corazón de Cristo sin apagarse jamás. Hay que descalzarse, entrar con sumo respeto en el misterio de la Eucaristía, adorar y vivir en la sorpresa, el estupor, la admiración y gratitud porque siempre es la delicia del Señor estar con sus hermanos.

            Con sumo respeto ante el Misterio: actitud reverente y recogimiento, sin prisas ni distracciones, al celebrar la santa Misa; comulgar bien dispuestos, acercándose al Sacramento, hacer la inclinación y responder el “Amén” como profesión de fe; que la genuflexión ante el Señor se haga poniendo en tierra la rodilla derecha (sólo ante el Sagrario, no ante ninguna imagen), y que no sea una genuflexión precipitada o apresurada, para que el corazón se recoja y se incline ante el Señor; profundo amor, y no pensar mucho sino amar mucho, cuando se contempla a Cristo en la custodia; mirada de fe y costumbre diaria de visitar al Señor en el Sagrario.

            Delicia del Señor estar con nosotros y gratitud y deseo de estar con Él por nuestra parte: amor, alabanza, adoración, fascinación ante el Misterio. La Iglesia lo canta en sus himnos, la Tradición lo atestigua, el amor se expresa en alabanzas.



Te adoro devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas ocultas especies te ocultas verdaderamente.
A ti mi corazón se somete totalmente,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.

La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de la Verdad.

En la cruz se ocultaba sólo la Divinidad,
mas aquí se oculta hasta la humanidad.
Pero yo, creyendo y confesando entrambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

Tus llagas no las veo, como las vio Tomás;
pero te confieso por Dios mío.
Haz que crea yo en ti más y más,
que espere en ti y te ame.

¡Oh recordatorio de la muerte del Señor,
pan vivo, que das vida al hombre!
Da a mi alma que de ti viva
y disfrute siempre de tu dulce sabor.

Piadoso pelícano, Jesús Señor,
límpiame a mí, inmundo, con tu sangre;
una de cuyas gotas puede limpiar
al mundo entero de todo pecado.

¡Oh Jesús, a quien ahora veo velado!
Te pido que se cumpla lo que yo tanto anhelo:
que viéndote finalmente cara a cara,
sea yo dichoso con la vista de tu gloria. Amén.




1 comentario:

  1. !Que bellos versos! Conmueven el corazón: el amor más grande.

    ResponderEliminar