sábado, 24 de junio de 2017

El primado de la gracia (Palabras sobre la santidad - XL)

Tal vez, llevados por un ingenuo optimismo y confianza en la bondad de la naturaleza humana, olvidando o relegando al silencio el pecado original y la concupiscencia, que han dejado herido al hombre, debilitado, se ha querido presentar el cristianismo y su expresión máxima, la santidad, como el esfuerzo interior de la persona que se compromete con Cristo, que le sigue, que toma conciencia de unos valores y que lucha.

Al final, olvidando la trama del tejido humano, tan compleja, parecería que la santidad se adquiere y se vive por un mero esfuerzo, un compromiso consciente, y uno se hace santo a sí mismo: la santidad sería un producto humano de hombres comprometidos, fuertes, esforzados. Luego Dios vendría, simplemente, a reconocer esa santidad que uno ha logrado sin necesitar para nada al Señor.

¿Pero esa visión es cristiana?

¿Es eso correcto, es así, es acaso cierto?


No olvidemos la palabra misma del Señor: "sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5); y la experiencia misma de san Pablo: "por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí" (1Co 15,10). Así pues, es la gracia de Dios la que va modelando a los santos, no el simple esfuerzo humano o la bondad natural. La gracia de Dios genera a los santos y la Iglesia canoniza, pone como norma, a aquellos

"en quienes la acción de la gracia fue más profunda y manifiesta... y el esfuerzo por las virtudes más vigoroso y aleccionador" (PABLO VI, Homilía en la beatificación del P. Domingo de la Madre de Dios, pasionista, 27-octubre-1963).

Hablar de santidad es equivalente a proclamar la grandeza de la gracia, su multiforme variedad y sus logros más acusados: un santo es el ejemplo viviente de lo que la gracia de Dios puede lograr si la recibimos libremente -y la suplicamos- y nos dejamos guiar por la gracia, por su acción y sus mociones.

Los santos, en el lenguaje del Nuevo Testamento, son todos los consagrados a Dios por el Bautismo y la Confirmación, aquellos que le pertenecen y han entrado en la esfera de santidad de Dios.

"Tiene lugar vuestra visita en unos días que están llenos del pensamiento de la santidad. Éste es que hace tan vivas e  interesantes las discusiones del Concilio, éste  es el tema que felizmente estamos obligados a meditar, al paso que beatificamos y ofrecemos a la imitación del pueblo cristiano a nuevas figuras de buenos y grandes hombres... Este pensamiento  sugiere nuestros votos respecto a vosotros, que gozáis todos de la selecta y afortunada condición e hijos de Dios, mediante el bautismo, que os da derecho, como solían decir los primeros cristianos, al título de “santos”, es decir, bendecidos y dedicados al Señor, y de miembros de la santa Iglesia, y nuestros votos tratan precisamente de despertar en vuestros espíritus el sentido de la dignidad cristiana y el propósito de querer conservarla siempre y vivir, al menos en esa forma habitual y magnífica que llamados estado de gracia y que ya es santidad. ¿Hay algo más bello, más importante para nuestra vida que esto?" (Pablo VI, Alocución, 30-octubre-1963).

Los santos nos muestran lo que es vivir de la gracia, desearla, dejarse dirigir por ella. Es un principio de vida cristiana en nosotros, sobrenatural, director.


               " ¿Qué otro bien, qué riqueza, qué perfección hay superior a la gracia, al principio divino de la vida sobrenatural? ¿Qué otra condición, qué otra fuerza podemos tener en nuestro interior más eficaz para nuestro progreso espiritual, para nuestra continua santificación, que la fidelidad al estado de gracia? Y el don más precioso que pediremos para vosotros al Señor: que seáis cristianos vivos, vivos con la gracia de Dios, es decir, santos, y capaces de hacer de todas las experiencias de la vida temporal, del gozo y del dolor, del trabajo y del amor, del coloquio interior de la conciencia y del diálogo exterior con el prójimo una ocasión, un estímulo para ser mejores, para ser más santos.

                Será preciso para este fin afianzar en nosotros el sentido moral, es decir, el sentido del bien y del mal, ese mismo sentido del pecado que la mentalidad moderna, cuando está privada de la fe en Dios, va perdiendo tristemente, y será también necesario aumentar en nosotros el gusto por la oración y la confianza en la infinita bondad del Señor, que es verdaderamente el único Santo, el único santificador" (ibíd).

La gracia de Dios modula los acordes distintos de la santidad, tensando las cuerdas de nuestra alma, para que no desafinar ni desentonar. Entonces la vida entera, cristiana, santa, eleva un himno de alabanza al Señor.

3 comentarios:

  1. La gracia, participación gratuita en la vida divina, es un don que se nos concede por primera vez en el bautismo, que podemos perder por el pecado, ser de nuevo recibida por el sacramento de la penitencia, y siempre suplicada.

    Como dice la entrada: nada podemos hacer sin Él.

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  2. Hubo un tiempo en el que se luchaba activamente contra la herejía, hoy se han arrojado las armas intelectuales y nadie defiende la Fe, que se ve atacada, embestida y empapada por todos los que niegan el pecado original, la confesión particular, etc. Aquí nos pilla en la siesta, ahora estamos empezando a despertar sobre lo que en el Norte de Europa viven, una Fe despierta, que distingue con claridad los errores y los rechaza sin coqueteos mortales, sin diálogos con las serpientes. Magnífico blog Padre, echo de menos sus fotos al Orto y Ocaso, son tan bellas.

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